Esta edición contiene dos obras cortas de Nara Mansur Cao (1969): Las nadadoras y el monólogo Porcelana. Discurso a través de una pantalla. La primera tiene un personaje de dos caras o dos personajes distintos y la segunda se le emparienta con un concierto de voces fundido en una sola, mientras se recorren los espacios del interior de un apartamento. Las dos fueron pensadas-escritas durante la pandemia, cuando el Covid 19 (SARS-COV-2) y sus variantes Delta y Omicron paralizaron la vida como la conocemos. El virus afectó a los países ricos y pobres, al Primer Mundo, al tercero, a la humanidad toda sin importar raza, edad, género, profesión, oficios y clase social. Más de 24 meses de reclusión forzada o voluntaria, distanciamiento social y uso de mascarillas-nasobucos, obligó a la mayoría a cambiar con rapidez hábitos y rutinas y convertir el espacio privado en oficina, escuela o taller. La peor parte le tocó a los pobres, cuyos padecimientos crónicos resultaron letales. Se demostró la ineficacia de muchos sistemas de salud, la disparidad entre la alimentación de unos y otros, la indefensión y la injusticia. La sociedad descubrió o tuvo frente a frente sus inmensas desigualdades: la pandemia global nos quitó la venda, apareció de la noche a la mañana lo frágiles que somos y sus consecuencias en el estado emocional de todas las generaciones, sin contar las incontables muertes y los efectos del COVID-largo que muchos padecen hoy. La crisis de la sociedad, incapaz de resolver los más acuciantes temas, se hizo tangible. Las vacunas llegaron tarde, pero pronto si se tiene en cuenta la demostrada falta de previsión.
¿Y el teatro? ¿Qué hizo el teatro? Desapareció ante la imposibilidad de habilitar los espacios teatrales y cumplir las exigencias de la salud pública, aparte de las consecuencias económicas y la disminución del público. Entonces los viejos teatros nos invitaron a ver on line sus antiguas producciones, otros, sus podcasts, teatros leídos y piezas grabadas, como en la radio. Los menos, concibieron piezas escritas para las circunstancias. Hubo festivales de toda naturaleza, con muestras grabadas. Conozco menos de obras originales creadas para Zoom, habilitando pantallas y suplantando el convivio físico por el virtual. Pero existen. Y hubo teatro de repente, heredero lejano y no reconocido del argentino «Octubre» de Norman Briski en los 70, quien eligió «accionar» y no «hacer» teatro en los trenes. Proliferó la ópera cantada por intérpretes mágicos desde sus balcones con una bocina como único medio. YouTube las amplificó. El público no se ve, confinado a su apartamento o solitario transeúnte, pero se oyeron los aplausos. Los bailarines mostraron sus entrenamientos. Llegó la humildad del performer frente a una catástrofe universal.
Los medios insistieron en lo presencial vs lo mediático. Este último nos trajo streaming en lugar de cine y series en lugar de filmes. La pandemia transformó los ritos funerarios y nuestra relación con la muerte, pero no obras esenciales. Uno de los pasajes más emocionantes del libro Still Alive, de Jan Kott (hay edición cubana de su Shakespeare, nuestro contemporáneo) es su descripción del Woyzeck de Jo Chaikin después de su último infarto. Ya no podía memorizar el texto sin la ayuda de una mesa con un sistema telegráfico de cuerdas, con mensajes que le indicaban las acciones a realizar. Según Kott, fue una representación emocionante. Chaikin era Woyzeck, trágico y tartamudo. No he leído una obra creada durante la epidemia que me transmita lo que esas líneas de Kott. El teatro es visceral y necesario como el último aliento del moribundo.
Estas obras, desde otro punto de partida, se inscriben en el deseo de transformar la relación del «texto» con su destinatario a partir del estatuto de su interior. Aquí describo las circunstancias y efectos del virus a partir de la visión de la clase media intelectual a la que pertenece la mujer de estas piezas, su protagonista única, ya que mientras otras obras de Mansur exploran la pareja (Chesterfield sofá capitoné, Ignacio & María), aquí Clara-Jovita en Las nadadoras están solas como la voz de ensueño de la «porcelana» rota. Las obras se insertan en el momento en que fueron escritas no solo porque podría interpretarlas sola una actriz frente a la pantalla o el espejo, en la más absoluta simplicidad, sino por su contenida angustia, su desolada desesperanza y porque en ambas la mujer —como en la pandemia— es protagonista. El hombre, patriarca, se evoca, pero no aparece, algunas veces se necesita, pero es una figura ambigua en el trasfondo. Sin embargo, ninguna refiere la plaga con nombre y apellidos, sino que a través de la vida emocional de sus personajes, intentamos «entrar» en un mundo de mucha complejidad que no acaba de dibujarse. La autora ofrece pistas y cuando estamos cerca, un manotazo lo impide, como en la playa se deshace el castillo de arena. «Toda vida es un proceso de demolición» —dice el exergo de Porcelana.
Las instalaciones deportivas de Las nadadoras están en estado ruinoso, aunque crece la demanda por aprender natación. La puesta en escena imaginaria o real podría servirse de las fotografías de los CVD «Rafael Conte» y «José Martí» en La Habana que acompañan el texto o filmar esos espacios arruinados por el tiempo y la desidia. Allí se encuentran Clara y Jovita, de cuarenta años, «desposeídas» y quizás tan arrasadas como esos sets vacíos, piscinas mugrientas que recuerdan las retratadas por Rogelio López Marín (Gory). Las del fotógrafo son transparentes aunque igual de tristes.[1] Ahora verdinegras, sucias, como las paredes de los que fueron centros de recreo y salud. «El mundo las abandonó (plural, son dos, Clara y Jovita) y ellas no se han dado cuenta». Lo único que hacen es hablar, bla bla, hablantinas, como una metralleta. El interior de esas mujeres se parece a los óxidos y la herrumbre de los mosaicos, solo que todavía buscan un bikini, se detienen frente a una vidriera, se interesan por un abrigo gris. No las entiendo, no están caricaturizadas, tampoco son legibles con facilidad ni se espera (creo) que el espectador-lector lo consiga. Mientras otros textos «desdramatizados» de Mansur aunque no cuentan la historia, ni buscan la progresión o el clímax, son inteligibles, este busca la dificultad, interpone muros y barricadas para facilitar disímiles lecturas o expresar de algún modo que el mundo tecnologizado limita la comunicación cara a cara como las tantas demandas en busca de la proximidad (besame, meceme, acariciame) en Porcelana, que en momentos como este propone una sonoridad rioplatense. El breve video de Katia Viera demuestra no solo esa característica, sino su potencial para la pantalla.[2]
Las secciones numeradas del texto, sin hilván conductor, tituladas e interrumpidas por intertextos de Roland Barthes y Silvina Ocampo, ofrecen claves tenues para intentar un itinerario, mi aproximación inicial. Pero hacerlo es entrar a ciegas, con una venda en los ojos, como en aquel lejano espectáculo colombiano que vi en el Festival de Cádiz, El hilo de Ariadna (1993) se penetra en un túnel de sensaciones táctiles y sonoras, de hojas, pajas, poliespuma, laberinto y olor del colegio de la niñez.[3] En la más absoluta oscuridad.
¿Qué propone un texto así? El mapa de Las nadadoras son esos títulos: 1. Tú eres la música que tengo que cantar; 2. Mirando vidrieras; 3. Como si volvieran de un sueño; 4. Olitas pequeñas no hacen un mar o Es difícil medir una ola; 5. Material de estudio (ya no se consulta); 6. Di tu palabra y rómpete; 7. Mujeres soñaron caballos y 8. Recolectoras, cazadoras y pescadoras.
Ninguna intenta acercar al espectador con medios dramatúrgicos tradicionales, todavía menos «atraparlo» como en el music hall. Transcurren en un «espacio íntimo». No aspiran al «desarrollo orgánico» sino a la «insistencia» y la «repetición».[4] Nada es trascendental, sino más bien opaco y mustio. Cuando aparece la gastronomía y la pieza va a encaminarse hacia la fiesta comestible —recurrencia en Mansur— y tradición en el teatro cubano desde mucho antes de los bufos, con la receta de aguacate y ajo, la autora aplasta nuestra empatía y actúa como una barrera contra el sentimentalismo del lector. No hay fiesta contagiosa o enumeración deleitosa de frutas y viandas que en el teatro cubano del siglo XIX al XX muchos consideran «erótica culinaria» (Matías Montes Huidobro). La idea sirvió para articular una secuencia narrativa en mi libro Condumio, muerte y delirio en el teatro cubano en el que estudio a muchos autores, entre estos, a Nara Mansur.[5]
En Las nadadoras hay escuetas recetas de cocina, intercaladas entre dos intertextos de «El miedo», de Silvina Ocampo, como alusiones varias al orégano o el muslo de pollo —¿la domesticidad? o el arraigo de Mansur en la cultura de su país de residencia—, tema aparecido antes a plenitud en Chesterfield sofá capitoné. Se ha dicho que es el diálogo por el diálogo. No lo es.
Clara: Necesitas:
1. tres aguacates maduros,
2. un limón,
3. ½ taza de cebolla picadita, dos o tres ajíes picantes, los tienes que cortar lo más finitos posible, porque pueden ser indigestos,
5. uno o dos dientes de ajo, lo mejor es machacarlos hasta el cansancio,
6. dos cucharadas de cilantro muy bien picadito también,
7. sal a gusto,
8. un cuchillo,
9. acordarte del orden, de cómo pasó todo, de dónde estabas,
10.no tener miedo de acordarte del orden, de cómo pasó todo, del lugar,
11.no tener miedo a comer, a que el hambre no se te vaya nunca.
La autora ha creado un teatro feminista, de personajes lúcidos, lúdicos y algo romantizados. Charlotte Corday es una romántica que equivocada, fantasiosa o delirante, persigue un fin como María en Ignacio & María quiere bailar y comer arroz con pollo. En Educación sentimental, madre e hija se interpelan antes de la muerte de la última, víctima de SIDA. La muerte es la sustancia de la pieza como en Ignacio & María el suicidio es la única solución para la protagonista que sufre. Su amado ha «emigrado» y ella es víctima de su propio «insilio». No hay nada más que decir. Educación… termina con el texto del certificado de defunción. El diálogo con la muerte de Mansur no es exclusivo de esta tragedia. No por gusto Charlotte… es reconocida en el concurso de dramaturgia innovadora de España donde premiaron a Angélica Liddell. Desde luego, innovar es un término de mucha amplitud, pero esencial a las obras recogidas en Desdramatizándome. Cuatro poemas para el teatro.[6]
Todas las anteriores figuras femeninas de Mansur persiguen un fin, están aferradas a un objetivo y no claudican. Las mujeres indeterminadas, sin propósito aparente, al descuido, errantes y perdidas en una logorrea inútil son Clara /Jovita que parodiadas y/o reverenciadas (no hay esquemas binarios en Mansur), son vistas a través de un lente oblicuo como debieron reflejarse sus rostros en el fondo de estas piscinas de aguas turbias que, entre los años 60 y 80, albergaron a los jóvenes que fuimos. El feminismo gana con una visión plural y no unívoca de la mujer por dentro. ¿Quiénes son Clara y Jovita? ¿Tienen una relación de poder como en Las criadas de Genet? ¿Son antagonistas, competidoras amistosas o el envés una de otra? ¿Indica una relación lésbica? Vulnerables, ajenas, son personajes difíciles de penetrar, que encuentran algún reposo en el diálogo.
Del mismo modo que en una reciente antología de cuento, la prologuista explica la complejidad de ubicar «El trajecito rosa», ya que «no es estrictamente un cuento, ni un relato de ficción»,[7] su escritura teatral es dúctil, incorpora la hibridez de los géneros y utiliza esos recursos para parodiar el texto y a sí misma. Esa transgresión abarca los intertextos. Los citados pertenecen a Mitologías, de Roland Barthes, y son básicos para una interpretación ¿cabal? El hombre que «suda, hermético e imberbe» en la obra, pertenece a la viñeta Los últimos romanos en el cine del semiólogo francés. Es Marlon Brando, Marco Antonio en la película de Joseph Mankiewicz (1953) del mismo título, el único al que el cerquillo (signo de romanidad para Barthes) no le queda ridículo y logra una «verdad ingenua». Nara lo utiliza arbitrariamente. El siguiente es el discurso escuchado por el altoparlante, de la misma viñeta, el sudor que Barthes describe en la secuencia del famoso discurso de Brando-Marco Antonio en el foro. En «Material de estudio», la cita indica el papel del estudio fotográfico Harcourt, el más reputado de París en los 50, plataforma de la fama publicitaria de muchos actores retratados con la luz evocadora de las películas de los 30. Barthes explora la cultura pop en todas sus dimensiones después de reflexionar sobre el signo y el significante de Saussure.
Los dos intertextos añaden densidad a Las nadadoras, también opacidad ya que por su brevedad no admitiría más filigranas ni pompas de jabón. Se entiende la coyuntura vital de una autora que nació, maduró y es reconocida en su país, pero reside en otro. Y aunque el lazo emocional con el lugar de origen nunca se rompe, sí se marchita y el escritor busca estímulos y asideros… en la literatura. Así ocurre en Chesterfield… a partir del binomio Sartre–Simone de Beauvoir y en Las nadadoras con Silvina Ocampo y «El miedo».
Me llamó mucho la atención la metáfora del sudor, asociada al trabajo físico, que como dice uno de los personajes, es grosero. A cada rato, como en la escritura automática, la autora saca del sombrero imágenes de otra realidad que como el plato y la cuchara de aluminio remiten al sudor del sacrificio. No sé si son comprensibles para un lector ajeno a Cuba pero los utensilios pertenecen a los comedores obreros, a los comedores escolares, las brigadas voluntarias y las becas. Al final, surco, tomates y campesinos vienen como de otro texto sumergido en el interior de la autora, como un balbuceo dictado por la locura de la pandemia.
Porcelana… empieza con un viaje a las «dependencias», parecido al del documental del mismo título de Lucrecia Martel sobre Silvina Ocampo. Enumera cada uno de los espacios del apartamento, y después hace entrar el «afuera» en forma de ruidos y sonidos. Y como complemento, la directora argentina Valeria Grossi desglosa los planos de un guion y el tono de una puesta. Que no ha sido filmada ni expuesta ante un público ni siquiera vía selfie, como se sugiere con ironía.
Ahora se presenta virgen, teatro para leer, en espera de su inesperada representación.
* * *
El libro está disponible para su descarga gratuita, en formato Epub y Pdf en nuestro Portal.
[1] Serie Es solo agua en la lágrima de un extraño de la Colección de LACMA (Los Angeles County Museum of Art)
[2] Fragmentos de Porcelana integran una pequeña pieza en video de la investigadora literaria cubana Katia Viera. https://www.instagram.com/p/CfsEA2zNC-S/ Forma parte del Diccionario de Escritoras Sudamericanas @diccionariodeescritoras iniciado durante la pandemia por Natalia Armas y Mariana Lardone.
[3] Espectáculo del Taller de la Imagen de Colombia, 1993.
[4] Citas del texto de Las nadadoras.
[5] Nara Mansur: Chesterfield sofa capitoné, Ediciones sinsentido, La Habana, 2016.
[6] Nara Mansur: «Desdramatizándome. Cuatro poemas para el teatro», en: Tablas Alarcos, La Habana, 2009.
[7] Nara Mansur: «El trajecito rosa». Prologado por Susana Haug Morales en «Nena, llévate el trajecito rosa. Lectura atenta y sonrosada de Nara Mansur». Mabel Cuesta y Elzbieta Sklodowska (eds.): Lecturas atentas. Una visita desde la ficción y la crítica a veinte narradoras contemporáneas, Almenara, Holanda, 2019.
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