El pasado día 29 de noviembre de 2017 tuvo lugar un acontecimiento relevante: me invitaron a dar una conferencia en la Universidad de Ciencias Pedagógicas Enrique José Varona, en la facultad de Ciencias Sociales y Humanidades. Debo decir que es primera vez que tengo la oportunidad de ir a un centro de educación superior a compartir mis experiencias literarias, (en el 2019 cumplo cincuenta años de estar escribiendo). Esto ha sucedido, sin embargo, en muchos países que he visitado, como Colombia, México, España y quizás en algunos lugares más que ahora la memoria los olvida. Pero nunca había sucedido en Cuba, y ello me parece una anormalidad en el proceso de enseñanza-aprendizaje de los estudiantes que tienen la literatura como asignatura básica.
En fin, la actividad, que se tituló “Humanidades en el siglo XXI”, se desarrolló durante tres días, donde se discutieron exposiciones de las cátedras de la facultad sobre el concepto de humanidades, análisis de obras literarias y su debate posterior con los alumnos; análisis de la simbología de obras de arte como la escultura del Caballero de París en la Habana Vieja. La apertura del evento contó con la presencia de dos escritores cubanos contemporáneos, mi amigo Víctor Fowler y yo. Ni Víctor sabía que yo estaba invitado, ni yo sabía de su invitación. Llevaba una escaleta preparada para hablar que se quedó en la maleta, porque tanto Víctor como yo, que somos buenos amigos, sin ponernos de acuerdo abordamos varios temas que fueron del agrado de los asistentes. Primero hablamos de la coincidencia de que los dos éramos pedagogos y de nuestra experiencia en la carrera y en las aulas. Después empezamos a hablar de literatura, de nuestros inicios, de los propósitos al principio y de cómo cambiaron con el paso del tiempo, de cómo y por qué escribíamos, de la soledad del escritor y el perenne miedo a no “dar en el blanco”, del trabajo por mantener el interés de nuestros lectores en la obra, la manipulación que se hace con la historia, en fin, un espontáneo intercambio con el auditorio enormemente interesado en los temas que abordábamos, y que luego nos inundó de preguntas.
Hay que decir que nuestro trabajo comenzó a las once de la mañana y terminó a la una de la tarde.
Hubo preguntas del público muy interesantes, como el hecho de pedirnos criterios sobre cómo veíamos la simbiosis del narrador que éramos y la persona que también somos, cómo se conjugaban en nosotros la pedagogía y la literatura, qué iba a pasar con los libros y las nuevas tecnologías. Luego se llegó a la conclusión de que en esta nueva época en que estamos desarrollando nuestra existencia no es que se lea menos, es que se lee de otra manera y se puso de ejemplos los audiolibros y los ebooks; nos preguntaron también sobre los best sellers, sobre la poesía y la poesía contemporánea cubana, sobre el Quinquenio Gris y sus consecuencias y sobre el canon literario a la hora de enseñar.
Al final de nuestra intervención uno de los profesores universitarios, Ezequiel Armando Garriga, leyó un poema inspirado en nuestras palabras que a todos nos emocionó. Dice así:
A Víctor Fowler y Emilio Comas
Vinimos a escuchar literatura
y oímos de lo humano y lo divino,
de cómo los vaivenes del destino
moldearon su carácter, su cultura.
Y aleteó, en cada frase, la frescura
de lo espontáneo, dicho con buen tino,
y al final, como pozo de buen vino,
quedó de la palabra su hermosura.
Oímos de la muerte y del dolor,
de la experiencia amarga de la guerra,
del aula, del bolero, del amor,
del hombre que en su búsqueda se aferra
a su raíz innata de escritor
y encuentra, al fin, su reino en esta tierra.
En las conversaciones posteriores con la Decana de la Facultad, me comprometí a asesorar un proyecto que han armado los propios estudiantes que se llama “TECREO” y que está estructurado en dos bloques, el Grupo de Teatro “Cervantes” y el Taller de literatura “Gramática de la fantasía”. Ya hablé con el presidente de la Asociación de Escritores de la UNEAC y estamos en los trámites para que sea un proyecto de la Asociación, y que nuestros encuentros se hagan en la propia institución; además convencí al actor e investigador teatral Carlos Padrón para que me ayudara con los teatristas.
En fin, para mi, y estoy seguro que también para Fowler, esta fue una experiencia muy estimulante y creativa que esperamos que se repita. Y para la Facultad de Ciencias Sociales y Humanísticas le digo como aquella vieja guaracha interpretaba Van Van: “A la hora que me llamen voy”.
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