Carlos Alzugaray, cuando se refiere a los últimos meses de la dictadura, expone el desconcierto entre los miembros del departamento de Estado estadounidense ante la vertiginosa ofensiva guerrillera que condujo al derrocamiento del régimen autoritario. Batista, en medio de esa difícil situación, quiso involucrar a los Estados Unidos en el conflicto interno a través de provocaciones alrededor del acueducto de Yateras, el cual le ofrecía agua a la base naval de Guantánamo.
El gobierno cubano tenía designada una guarnición para custodiar ese acueducto debido a la presencia de guerrilleros en la zona pero de repente decidió desmontar la posta pretextando que le era necesaria en otra región. Todo parece indicar que había un acuerdo secreto con el embajador Smith para que lograra convencer al jefe de la base naval, Almirante Robert B. Ellis, de colocar allí una tropa de marines estadounidenses que eventualmente tendrían que enfrentar a los rebeldes que merodeaban esa área. En efecto, una tropa de los marines fueron trasladados hacía allí por lo cual se crearon las condiciones para generar algún incidente que comprometiera a los Estados Unidos, para intervenir en el conflicto interno cubano en auxilio de la dictadura. Sin embargo, el departamento de Estado apreció que se trataba de un ardid de Batista y Smith por lo cual ordenaron la retirada del grupo de marines en Yateras. Previamente el Comandante Fidel Castro se había opuesto a su presencia allí y había dado seguridad de que se mantendría el suministro de agua a la base naval de Guantánamo.
Este libro ofrece, a nuestra consideración, los diversos planes de emergencia que los Estados Unidos habían estudiado para evitar el triunfo revolucionario; todos carecían de sustento político dentro del país. El autor expone datos muy interesantes de la obra de Wayne Smith donde se evidencian las argucias utilizadas por el embajador Earl Smith para favorecer la tiranía.
Una de las maniobras políticas empleadas por Washington fue la designación de un enviado personal, William P Pawley, para proponerle a Batista que asegurase una componenda política que impidiera el triunfo revolucionario y que se aprestara a salir del país. Sin embargo, Pawley era tan solo un millonario que había conocido a Batista por 30 años y se presentó ante él en esa condición y no como vocero de la Casa Blanca. Sobre ello Alzugaray plantea que Batista tuvo que saber que su acaudalado amigo representaba al gobierno estadounidense. Al respecto no concuerdo del todo con él ya que el dictador pudo suponer que Pawley tenía algún tipo de apoyo oficial, pero no necesariamente al más alto nivel. En declaraciones posteriores al triunfo de la Revolución, el propio Batista lo confirma. Otra suposición de Alzugaray que debe todavía confirmarse con documentos primarios es que el Comandante Fidel Castro estaba al tanto de esa estratagema.
Por otro lado, tengo una discrepancia con Alzugaray, también con el historiador estadounidense Thomas Paterson quienes coinciden en que el presidente Eisenhower estaba enterado adecuadamente sobre la crisis que estaba teniendo lugar en Cuba. Aunque Paterson, en un lenguaje algo ambiguo, señala que Eisenhower, que recibió información general sobre la situación en Cuba, termina por admitir que a este no le advirtieron sobre la severidad de la crisis. Las preguntas disparatadas de Eisenhower en las reuniones del Consejo de Seguridad de diciembre de 1958 demuestran su desconocimiento de las circunstancias de Cuba en ese momento. No había razones para que los funcionarios del departamento de Estado no hubieran informado suficientemente al presidente Eisenhower de la situación cubana, ya que desde un primer momento habían elaborado una política para impedir el triunfo del Movimiento 26 de Julio. Resulta entonces inexplicable que el jefe de la CIA, Allan Dulles, en esas reuniones se manifestara a favor de impedir la victoria del ejército rebelde conducido por Fidel Castro y que Eisenhower afirmara: «Esta es la primera vez que esa declaración se hace en el Consejo de Seguridad Nacional». En el informe de esos encuentros aparecen también declaraciones, sugerencias y cuestionamientos fuera de lugar planteados tanto por el presidente estadounidense como por su asesor directo, Gordon Gray, que demuestran su escaso conocimiento de la realidad cubana. Mientras, los demás altos funcionarios de distintas instancias del poder político presentes estaban al tanto de todos los detalles.
No obstante algunas discrepancias que he manifestado con respecto a algunas consideraciones de Alzugaray, su libro alcanza un resultado meritorio que hace aportes a nuestra historiografía y también constituye un punto de partida importante para el debate de asuntos contemporáneos sobre las relaciones entre Cuba y los Estados Unidos. El diplomático, profesor e investigador Carlos Alzugaray Treto no solo ha demostrado erudición sino también sagacidad en el análisis, resultado de sus lecturas, su actividad profesional y su esfuerzo personal para abordar una compleja etapa de nuestra historia, que además ha sido poco estudiada.
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