Este libro pone de manifiesto el encomiable esfuerzo realizado por el doctor, profesor y diplomático Carlos Alzugaray para examinar las relaciones cubano-estadounidenses en los años de la dictadura batistiana. En los primeros capítulos el autor nos ofrece una amplia panorámica sobre la historia de los vínculos entre La Habana y Washington a partir de una bibliografía muy actualizada, que nos permite revisar los antecedentes y el escenario en que tienen lugar los acontecimientos que son el motivo central de su investigación.
A lo largo del libro se expone información valiosa tomada de fuentes diversas, las que vienen acompañadas de las importantes valoraciones del Doctor Alzugaray. En ese sentido me parece muy bien logrado su análisis sobre la política exterior de la administración Eisenhower, en particular lo que atañe a las relaciones con América Latina en el periodo de la Guerra Fría mediante el llamado «Corolario Kennan» de la doctrina Monroe, que se convirtió en el documento rector para justificar el apoyo de Washington a las dictaduras del hemisferio occidental. Resulta también interesante la forma en que nos trasmite los criterios de Gaddis Smith sobre la aplicación de la doctrina Monroe entre los años de 1945 a 1953.
Alzugaray analiza con mucho tino la estrategia aplicada por Estados Unidos para contener el avance del comunismo en el continente, dentro del sistema interamericano de naciones. Al respecto el autor se remonta a las conferencias internacionales de Río de Janeiro en 1947 y de Bogotá en 1948 de las cuales emergieron el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR) y la Organización de Estados Americanos (OEA) respectivamente. Otro aspecto analizado dentro de esa ofensiva reaccionaria fue la X Conferencia Interamericana de Caracas en 1954, que estableció los cimientos jurídicos de la intervención militar estadounidense en el continente. Así queda demostrado cómo el principio de la soberanía fue puesto en entredicho.
El libro también aborda el golpe de Estado del 10 de marzo de 1952 en Cuba y la posición de los Estados Unidos respecto a ese suceso. En ese sentido somete a análisis las tesis de diversos autores como los cubanos Oscar Pino Santos y Enrique Cirules, así como el estadounidense Thomas Paterson. Este último fue de los primeros en consultar los documentos desclasificados por el Departamento de Estado, por lo cual pudo revelar de forma más realista el modo en que se condujo Washington ante el infausto golpe militar. Como resultado de este balance de criterios Alzugaray pone de manifiesto que Estados Unidos no fue el organizador directo de la asonada castrense, aunque estuvieron al tanto de la misma desde las primeras horas y poco tiempo después propiciaron gestiones para el reconocimiento oficial del régimen ilegítimo de Fulgencio Batista.
Con respecto al cambio de embajadores que tuvo lugar en 1957 cuando Earl Smith reemplazó a Arthur Gardner, Alzugaray advierte que en esos momentos Gardner no era bien visto por el Departamento de Estado y la CIA debido a sus dilates diplomáticos y procedimientos poco prudentes. Por nuestra parte entendemos que con las elecciones estadounidenses de 1956 se aprobó esta designación no solo como resultado del nombramiento de un nuevo gabinete sino porque el Departamento de Estado perseguía algunas ligeras modificaciones en la proyección de la política de los Estados Unidos hacia Cuba.
Respecto al criterio de Carlos Alzugaray de que el cambio de embajadores no representaba una reevaluación de la política estadounidense hacia Cuba me gustaría hacer algunas precisiones. La llegada de un nuevo plenipotenciario no implicó una reevaluación en el orden estratégico pero sí en el táctico. Esto lo podemos ejemplificar en un incidente que involucró a Smith cuando, aprovechando su visita a la ciudad de Santiago de Cuba, se produjo una manifestación de mujeres que fue duramente reprimida por las fuerzas del orden y ello obligó al nuevo embajador a condenar la embestida policíaca. Esto suscitó el repudio de muchos personeros del régimen de Fulgencio Batista hacia el embajador. El historiador estadounidense Thomas Paterson refiere que Smith fue instruido por el Departamento de Estado para producir cambios en su estilo de manifestarse ante la prensa y evitar parecer demasiado parcializado con el gobierno cubano. No obstante, Smith debía mantener el apoyo diplomático a la dictadura por encima de todo.
En otro orden de cosas me interesa resaltar la tesis que sostiene el profesor Alzugaray, con la cual coincidimos, de que la política norteamericana de prometer armas a cambio de convocar elecciones contribuyó a fortalecer la represión y la simulación política del régimen batistiano. Todo esto sin que de parte de Washington hubiese una clara advertencia al dictador Batista, en el sentido de que si no propiciaba una apertura democrática no se le otorgaría el armamento que había solicitado.
El embajador Smith en uno de sus escritos afirmó que Batista le había prometido sustituir a los altos oficiales de la policía, conceder una amnistía y convocar elecciones. El análisis de Alzugaray nos ofrece elementos suficientes para confirmar la complicidad de Smith con Batista cuando cita una comunicación de William Wieland, director de la Oficina de Asuntos de Centroamérica y el Caribe en el Departamento de Estado, donde este le exige a Smith un memorándum de esa conversación donde el dictador se comprometía a ejecutar esos importantes cambios políticos. En definitiva esa misiva no se encuentra en los fondos oficiales por lo que queda demostrado que Smith trataba de proteger a Batista de las exigencias que le hacían desde Washington. Los libros y declaraciones de Smith en años posteriores al triunfo revolucionario están plagados de mentiras para justificar su actuación por esos años y no hacerse responsable de los cambios políticos en la mayor de las Antillas. Los textos del embajador son válidos como fuente siempre que su información se contraste con la de los documentos del Departamento de Estado de ese período.
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