José Hierro es nervioso e intranquilo; aunque esté sentado nunca permanece quieto: sus manos van de aquí para allá, cambia su cuerpo de posición con frecuencia y habla muy de prisa con voz fuerte y ronca. Le queremos hacer una entrevista poco literaria, vital como él mismo, intentando ir al grano. Nos acoge distante pero correcto y nos contesta con rapidez, como el niño que se sabe la lección y la recita al dedillo, sin olvidarse de una sola coma.
Sé que somos la suma de instantes sucesivos
Todas las cosas que son, son hermosas aunque sepamos de fijo que acaban y mueren un día, que pasan rozando las vidas y nunca retornan. El tema principal de mi poesía ha sido siempre el tiempo: cómo todo pasa, cómo todo lo que estás viviendo es irrepetible, y una de las ansiedades que he tenido siempre ha sido la de perpetuar el instante, considerar el instante que vives como algo intemporal y saborearlo antes de que pase. La eternidad, para mí, es el deseo de que un instante vivido sea eternamente presente, y por esto a veces aparece el mar como un símbolo, porque el mar es lo que no se arruga, lo que no cambia, lo que no tiene pasado, el mar es lo siempre presente. (También a veces el mar es el fondo donde se ha desarrollado mi infancia y mi adolescencia, pero aquí el mar es físico).
Y el mar estaba allí. Olvidado y apetecido tanto tiempo. Allí estaba. Azul y prodigioso.
Llegué por el dolor a la alegría
La alegría y el dolor están unidos en una afirmación de vida y de plenitud. Mediante el dolor tenemos más conciencia de que vivimos, y como a más conciencia hay más alegría, se desprende la conclusión lógica y absurda de que alegría y dolor son lo mismo. Siempre la búsqueda de lo consciente, es decir, tienes que entregarte a la vida donde eres a la vez un actor y un espectador.
En los poemas de Hierro descubrimos una melodía interna, rica en notas musicales que se suceden pausadamente de la dulzura al dramatismo. En un poema dedicado a Beethoven, nos dice:
Música que era suma del tiempo, y no tenía fin ni principio. Acorde cristalizado. Vida en la que se acumulan instantes de oro y noche.
La música interviene en mis poemas por varias razones: porque me gusta, porque pienso que parte de lo que ocurre en la poesía, lo que puede trascender y contagiarse, es a través del ritmo, es decir, por un procedimiento musical, de aquí que considere la poesía como música con palabras; también tengo una gran afición a la música en sí, porque en ella te sientes prolongado y la vida se intensifica.
Una de las características más originales de la poesía de Hierro es la «alucinación», que el poeta describe como:
Una confusión de tiempos y de espacios, un no saber si las cosas están realmente ocurriendo o soy yo quien está anticipando algo que va a ocurrir, una realidad visionaria. Poco a poco se va acentuando la ambigüedad en mi obra. Es una poesía cada vez más caótica, nunca irracionalista: es una indagación de las razones lógicas que hay en tu subconsciente cuando has dicho algo que no tiene sentido aparente y que te produce una extraña emoción.
Tal vez os cueste comprenderlo. Yo mismo, en este mármol verde de oleaje glacial, no lo comprendo bien del todo. Quizá nadie jamás reciba este mensaje. O, cuando lo reciba, no sepa interpretarlo. Porque todo, allá arriba, habrá variado entonces probablemente. (Aquí seguirá todo igual).
La poesía de apariencia a lo inmóvil
Lo importante es vivir y la poesía es un sustitutivo, te hace fingir vida, dentro de ti. Lo importante es entregarse a la acción, al momento vivido. Cuando no vives en la embriaguez del vino o en la de la vida misma, hacemos que la poesía sustituya el momento que ya no vives. Yo prefiero estar viviendo identificado con las cosas, recordando cosas que ya han ocurrido o que van a ocurrir. Yo me pongo a evocar la vida cuando en este momento no estoy viviendo. Se escribe cuando no está la vida en el poeta.
Pero los que están vivos, los henchidos de acción, los palpitantes de nostalgia o vino, esos… felices, bienaventurados, porque no necesitan las palabras, como el caballo corre, aunque no sople el viento, y vuela la gaviota, aunque esté seco el mar, y el hombre llora, y canta, proyecta y edifica, aún sin el fuego.
Escribir un poema de algo que hemos vivido es dar sentido a un instante nuestro, y esto es una manera de profundizar en la vida. El lector se enriquece a costa de una vida que el poeta no vive cuando dedica esos momentos a la poesía.
Nos interesaba saber por qué Hierro no publica desde 1964, y le respuesta fue concisa y clara:
No escribo porque la poesía no me viene.
Esto nos sorprendió y nos salió al paso diciendo:
Yo creo en la inspiración. Ya sé que la poesía es eso de las ocho horas de trabajo que decía Baudelaire, pero a partir siempre de un núcleo. La poesía es un picor en la conciencia, una música que estás oyendo y que tienes que objetivar.
Le preguntamos si había dejado de escribir porque estaba viviendo y no necesitaba de la poesía:
Ojalá fuera por eso, y quizá sea lo más probable.
No cantar, ya nunca más. El canto se me ha secado en la garganta. Como una rosa.
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Tomado de Centro Virtual Cervantes.
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