Cuba en la Liga de las Naciones
En 1921, dentro de las tareas que Cosme de la Torriente asumió en la arena internacional, destacó la de dirigir la delegación cubana a la Segunda Asamblea de la Liga o Sociedad de las Naciones en Ginebra. En esa oportunidad la representación cubana logró postular y que se eligiera a Antonio Sánchez de Bustamante como miembro del Tribunal Permanente de Justicia Internacional de La Haya. Al propio tiempo, en el año 1922, los cubanos lograron que Torriente presidiera la Comisión de Reducción de armamentos de su Tercera Asamblea y que hacia 1923 fuese electo presidente de su Cuarta Asamblea General. Su candidatura a este último cargo estuvo apoyada por países como Francia, Gran Bretaña, Italia, España y la casi totalidad de los países de América presentes en ese foro.
Fue Francia el país que más tuvo que ver con aquellos resultados favorables para Cuba. En 1923 Torriente, a raíz de la publicación de su libro Actividades de la Liga de las Naciones, tuvo la oportunidad de pasar por París y distribuir varios ejemplares entre relevantes personalidades francesas como el presidente de la República, Alexandre Millerand, el expresidente de la República Raymond Poincaré, que en esos momentos era presidente del Gobierno y Ministro de Negocios Extranjeros; León Burgeois, delegado de Francia en la Liga de las Naciones así como el presidente del Senado galo y miembro de la Academia francesa, Gabriel Hanotaux.
En ese texto Torriente valoró el papel que debía desempeñar la Liga de las Naciones y narraba sus experiencias anteriores cuando estuvo al frente de la Comisión de Reducción de Armamentos de la Tercera Asamblea. El libro había circulado entre la élite política de Francia precisamente en el momento en que dicho país había ocupado el territorio alemán del Ruhr y se encontraba en medio de grandes discusiones con Gran Bretaña. En la próxima asamblea sin dudas se debatiría sobre este candente tema por lo cual se debía elegir una persona imparcial con experiencia en ese organismo internacional, Francia lo apostó todo a Cosme de la Torriente y así lo testificó el político cubano:
A fines de agosto de 1923, en una reunión del Consejo de Ministros de Francia que presidió el presidente de la República, Millerand, se trató de la próxima asamblea y de los posibles candidatos a la misma. Se examinaron distintos nombres: sobre ninguno hubo acuerdo. Entonces el Presidente Millerand dijo que él acababa de leer mi libro; que siempre los Delegados franceses, especialmente Bourgeois y Hanotaux, se habían expresado de mí en los mejores términos; y que si yo era tenido por conocedor de los asuntos internacionales y gozaba como mi país, Cuba, de las simpatías de las principales Delegaciones, habiendo a más presidido con imparcialidad la Comisión de Reducción de Armamentos del año anterior, debía Francia proponer y apoyar mi candidatura para la presidencia de la Asamblea, gestionando igual apoyo de otras potencias.[i]
En medio de aquella discusión en el Consejo de Ministros de Francia alguien advirtió sobre los problemas que estaba confrontando el gobierno cubano de Alfredo Zayas debido a los frecuentes actos de injerencia del embajador estadounidense Enoch Crowder pero allí se convino que eso no podía perjudicar su candidatura. El propio Torriente aclaró que todo quedó resuelto «máxime cuando por alguna persona se dijo que yo estaba bien visto en Washington». El gobierno francés trató de localizarlo mientras incursionaba por el sur de Francia pero no pudo, y luego cuando Cosme llegó a Ginebra para la Asamblea de la Liga de las Naciones supo que ya un grupo de potencias como Francia, Gran Bretaña, Italia, España y algunos países latinoamericanos patrocinaban su candidatura.
Con respecto al apoyo decisivo que le ofreció Francia Torriente escribiría: «Nadie puede negar que (…) Francia hizo a Cuba un gran beneficio al contribuir a exaltar un hijo suyo a la presidencia de la Liga de las Naciones. Jamás, ni en Cuba ni fuera de Cuba, se pensó que pudiéramos alcanzar tan señalado honor y distinción». Además del apoyo de París el de Londres era vital, al respecto diría Torriente: «Inglaterra (Gran Bretaña) cuando se le consultó mi nombre dijo que no podía encontrar otro mejor».[ii]
Las experiencias adquiridas en la institución internacional resultaron muy provechosas. Al integrar una organización que se proponía respetar la independencia e integridad territorial, Torriente asumió que ello podría repercutir favorablemente en la situación de Cuba tan dependiente de sus vecinos del norte. Le llamaba la atención y pensaba que en la Liga de las Naciones «toda potencia, grande o chica» era «considerada y tratada de la misma manera»; añadía que a los Estados Unidos resultaría útil integrarse a ella para que «sus representantes discutan y lleguen a acuerdos fructíferos, de igual a igual, con los representantes de todas las potencias del mundo, lo mismo de las más grandes que de las más pequeñas».[iii]
Por otro lado, la resistencia popular a los designios del imperialismo estadounidense en todo el continente estaba conformando un espacio favorable para que Washington se viera compelido a dejar atrás la política del Gran Garrote en Cuba y América Latina. Aunque Torriente aceptaba que de momento la República no tenía otra opción que coexistir con la enmienda Platt, estaba consciente de las amenazas que provenían de grandes potencias, incluida los propios Estados Unidos. Respecto al papel positivo que podía representar la Liga de las Naciones señalaba:
Aún para el peligro remoto de que cualquier día pueda surgir en los Estados Unidos un partido imperialista que pretenda llevar hasta el Canal de Panamá sus fronteras y convertir el Mar Caribe en un lago americano suprimiendo la independencia política y, por tanto, la soberanía de las pequeñas repúblicas antillanas y centroamericanas, y que, en cuanto a nosotros, quiera abolir o derogar el Tratado Permanente, siempre será un freno, una barrera, un gran obstáculo que prestará gran apoyo a los que en los propios Estados Unidos combatan tan funestos planes.[iv]
En el discurso de clausura de la cuarta asamblea de la Liga de las Naciones que llegó a presidir refirió la necesidad de atraer a esa institución a varios países de las Américas que aún no tenían representación oficial en ella y que mantenían una colaboración cercana, particularmente mencionó a los Estados Unidos. Al propio tiempo se complació de haber favorecido la reconstrucción de Austria y logrado la paz entre Italia y Grecia, conflicto este que amenazó con extenderse a toda Europa. Al frente de esta asamblea, otro asunto delicado que debió desafiar fue la ocupación del Ruhr por Francia, en esta crisis debió negociar con inteligencia las posturas de las principales potencias europeas. En ese sentido agradeció la contribución que le dieron las delegaciones de Francia y Gran Bretaña en las personas de los políticos franceses León Bourgeois y Gabriel Hanotaux así como el británico Lord Robert Cecil.[v]
En el debate sobre el Ruhr Cosme de la Torriente debió enfrentar no pocas zozobras, al punto de hacerle pensar que debía renunciar a su cargo. El motivo de estas tensiones radicaba en las diferencias existentes entre las mayores potencias europeas, Francia y Gran Bretaña.[vi]
Por otro lado, Torriente resultó electo presidente de la IV Asamblea de la Liga de las Naciones justo en el momento en que se había iniciado el bombardeo de la Italia fascista de Benito Mussolini sobre la isla griega de Corfú y se agudizaba la tensión entre Londres y París por la ocupación del Ruhr [vii]. En esas circunstancias Torriente debió pedirle a Raymond Poincaré, presidente del gobierno francés, que aplazara para más adelante la discusión sobre el Ruhr hasta tanto no se resolviera el conflicto entre Italia y Grecia. El estadista francés lo complació y más adelante se pudo llegar a un acuerdo en lo del Ruhr; por esta y otras muchas razones Torriente señalaría que: «¡Cuba tiene por eso que vivir agradecida a Millerand, a Poincaré, a Bourgeois, a Hanotaux, y a su gran patria, a la Francia inmortal, segunda patria de todo hombre culto de nuestra gran raza latina!».[viii]
En su discurso de clausura como presidente de la IV asamblea de la Liga de las Naciones, reconoció la efectiva cooperación entre la Asamblea y el Consejo, los dos cuerpos principales de aquella asociación internacional: «Los dos organismos desenvuelven sus actividades en un conjunto armónico, completando y perfeccionando cada uno la obra del otro». Sobre las tareas asumidas por la Liga de las Naciones resaltaba el combate contra las drogas nocivas, la trata de mujeres y niños, el socorro a refugiados por conflictos nacionales así como otros problemas humanitarios. En cuanto a los éxitos alcanzados en situaciones de crisis señalaba:
Si en particular hemos aplaudido el triunfo de los esfuerzos encaminados a lograr la reconstrucción de Austria, yo no encuentro elogios suficientes para hacer resaltar la habilidad y la prudencia de ese cuerpo (…) para tratar la diferencia ítalo-turca. (….). Algunos entre nosotros, han podido temer, al principio, que estallara una nueva guerra europea. (….). La prueba a que fue sometida la causa de la paz, ha sido para todos una ocasión de comprobar el valor que ha adquirido para la humanidad esta institución, más y más respetada cada día: La Liga de las Naciones.[ix]
El 25 de octubre de 1923, después de concluir su misión en la Liga de las Naciones, Torriente fue nuevamente halagado en Francia. El Comité France-Amerique que dirigía el ilustre intelectual y estadista francés Gabriel Hanotaux le brindó un banquete en el Hotel Carlton de París. La actividad estuvo presidida por Raymond Poincaré quien comandaba el gobierno francés. En esa ocasión Hanoteux, refiriéndose a su ejecutoria en la Liga de las Naciones, señaló:
Bajo vuestra presidencia la Liga de las naciones ha pasado por una de las etapas más difíciles de su carrera (…). Las diferencias que le fueron sometidas, las cuestiones importantes que tuvo que tratar, ha sabido resolverlas combinando sus esfuerzos con los de los poderes legítimos a los cuales también se les ha confiado la misión de trabajar en las mismas tareas y según la ley de los compromisos internacionales. En estas circunstancias tan delicadas, el presidente de la Cuarta Asamblea la ha guiado con una sabiduría, una firmeza, un buen sentido, que no han encontrado sino elogios y ninguna crítica.[x]
En los propios libros, discursos y folletos de Torriente hay indicios que demuestran su propósito de que no fuesen afectados los intereses estadounidenses dentro de la Liga de las Naciones (De la Torriente, 1930, p.69-70). No se debe descartar que allí Torriente pudo haber actuado como intermediario de los Estados Unidos, potencia que no tenía presencia en dicho foro. No cabe duda que aquella gestión de cabildeo político a favor de su estrategia mundial le creo un aval como internacionalista avezado para poder negociar posteriormente con Washington la devolución a Cuba de la soberanía sobre Isla de Pinos, pasando por alto una de las cláusulas de la enmienda Platt la cual había fijado que el status jurídico de esta ínsula quedaba pendiente de una decisión futura.[xi]
Debemos recordar que el Tratado Hay-Quesada, que establecía la devolución a la soberanía nacional del territorio de la Isla de Pinos, fue firmado por Cuba y los Estados Unidos durante el primer gobierno republicano conducido por Tomás Estrada Palma (1902-1906). Sin embargo, dicho tratado nunca fue ratificado por el congreso estadounidense debido a que fue utilizado como arma de chantaje político cuando desde La Habana le hacían ciertas demandas al gobierno estadounidense. Tal fue el caso de las solicitudes hechas por los cubanos para renegociar el Tratado de Reciprocidad Comercial con los Estados Unidos o para aprobar el Tratado de Comercio y Navegación con Gran Bretaña. En ambos casos Washington les recordó a los caribeños que tenían que escoger entre satisfacer estos reclamos o perder la jurisdicción sobre Isla de Pinos.[xii]
Al respecto Torriente reflexionaría unos años después que sin su elección al frente de ese organismo internacional «no hubiera obtenido nunca la ratificación por el gobierno americano del tratado reconociendo la soberanía de Cuba sobre la Isla de Pinos, pues con algunas de las personas que más me ayudaron entonces, entré en relaciones por causa de mi presidencia de la Asamblea de la Liga de las Naciones».[xiii]
Cuando Torriente logró que Isla de Pinos fuera parte oficialmente de la jurisdicción cubana, estaba consciente de que ese triunfo de la diplomacia cubana a la larga conduciría a la eliminación de la Enmienda Platt. En el justo momento en que Cuba obtuvo esa victoria un diplomático belga acreditado en Washington, al abrazarlo, lo felicitó con estas elocuentes palabras: «Es la primera vez que veo arrancar una pluma al águila».[xiv]
Notas:
[i] De la Torriente, Cosme (1939): Cuarenta años de mi vida. 1898-1938. La Habana, Cuba. Imprenta El siglo XX A. Muñiz y Hno. Brasil. pp 364-365.
[ii] Ídem p 366.
[iii] De la Torriente, Cosme (1922): Cuba, los Estados Unidos de América y la Liga de las Naciones, discurso pronunciado en la Sociedad Cubana de Derecho Internacional, 5 de marzo de 1922. En: Cuba en la vida internacional. Discursos, volumen II. La Habana, Cuba. Ed Imprenta y Papelería de Rambla, Bouza y Cia. Pp 224-230.
[iv] De la Torriente, Cosme (1939): Cuarenta años de mi vida. 1898-1938. La Habana, Cuba. Imprenta El siglo XX A. Muñiz y Hno. Brasil. pp 364-365. p 356.
[v] De Lugo-Viña, Ruy (MCMXXIV): Un internacionalista representativo: Cosme de la Torriente. París, Francia, Ediciones hispano-francesas. Librería Cervantes. P 157-163.
[vi] La ocupación por tropas francesas y belgas de esa región tuvo el objetivo de obligar a Alemania a pagar las indemnizaciones establecidas por el Tratado de Versalles aunque los ingleses eran del criterio que las tropas extranjeras se debían retirar pues ello menguaba la capacidad económica de su segundo socio comercial. El caso era difícil pues según lo establecido en el Tratado de Versalles la ocupación era legal y la Liga de las Naciones estuvo atada de manos hasta que británicos, franceses y alemanes iniciaron negociaciones en diciembre de 1923 acerca del llamado Plan Dawes. Bajo la tutela de Charles Dawes, director de la Oficina de Presupuesto de los Estados Unidos, se logró un entendimiento en abril de 1924 de todas las partes implicadas. Después de firmado el acuerdo las tropas francesas y belgas se retiraron del Ruhr en el verano de 1925. Bajo el mandato de Cosme de la Torriente la IV Asamblea de la Liga de las Naciones no llegó a resolver este conflicto pero se dieron los pasos iniciales para esa solución posterior.
[vii] El bombardeo y posterior ocupación de la isla griega de Corfú por Italia el 31 de agosto de 1923 motivó que Grecia demandara a Italia ante la Liga de las Naciones. Este organismo internacional determinó que Grecia asumiera el pago de las reparaciones debidas a Italia por el asesinato de un importante general italiano, Enrico Tellini y tres de sus ayudantes. En tanto Italia debió retirarse de la Isla de Corfú el 27 de septiembre de 1923. A la salida de Cosme de la Torriente como presidente de la IV Asamblea de la Liga de las Naciones el incidente estaba zanjado.
[viii] De la Torriente, Cosme (1939): Cuarenta años de mi vida. 1898-1938. La Habana, Cuba. Imprenta El siglo XX A. Muñiz y Hno. Brasil. p 367.
[ix] De la Torriente, Cosme (1934): La Cuarta Asamblea de la Liga de las Naciones. La Habana, Cuba. Imprenta Rambla y Bouza. Pp 32-33.
[x] Hanotaux, Gabriel (1951): «Cuba y la Liga de las Naciones». En: Libro homenaje al coronel Cosme de la Torriente en reconocimiento a sus grandes servicios a Cuba. La Habana, Cuba. Talleres Úcar García, S.A. pp 202-203.
[xi] Pichardo, Hortensia (1977): Documentos para la Historia de Cuba. Tomo I. La Habana, Cuba. Editorial de Ciencias Sociales. p.543.
[xii] Ibarra Guitart, Jorge Renato (2006): El Tratado Anglo-Cubano de 1905. Estados Unidos contra Europa. La Habana, Cuba. Editorial de Ciencias Sociales. pp 227-242.
[xiii] De la Torriente, Cosme (1939): Cuarenta años de mi vida. 1898-1938. La Habana, Cuba. Imprenta El siglo XX A. Muñiz y Hno. Brasil. p 367.
[xiv] Lizaso, Félix (1951): Cosme de la Torriente: Un orgullo de Cuba, un ejemplo de los cubanos. La Habana, Cuba. Editora Comisión de homenaje nacional. P 50.
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