A propósito de su presentación en el Sábado del Libro
Cuando estudio o releo la poesía de Jesús Orta Ruiz, pienso de inmediato en los más jóvenes, puesto que en ellos, sólo en ellos, puede perpetuarse la memoria de un poeta cuya obra es ya un ingrediente indispensable del imaginario nacional. Decir Indio Naborí, en cualquier lugar de la Isla, pasa primero por ser sinónimo de identidad, y luego termina convirtiéndose en historia, leyenda o fascinación de obligada referencia; una realidad que, de forma nítida, explica el acontecimiento sociocultural que se viene produciendo con la celebración de su Centenario.
Sin embargo, resulta imposible reunir en un único volumen el inmenso bosque de poemas que el Indio Naborí escribió entre los años 1936 y 2005, una atipicidad que, desde mi punto de vista, está dada por su condición de juglar y porque era un poeta multiplicado por cuatro, lo que en la práctica le permitía andar susurrando versos en cualquier horario. Como si desde joven estuviera ensayando la noche de ser ciego, el poeta siempre tuvo la costumbre de pensar y repensar sus textos.
Estoy leyendo con tus ojos míos los poemas que Borges escribió con la mano de otra mujer. A ella y a ti doy gracias por este sol de la noche en mis tinieblas.
Como árbol concéntrico, aparecen en esta antología los poemas íntimos, vivenciales o autobiográficos que el Indio Naborí publicó en vida. Hasta la estructura del libro tiene que ver con la virtud de ser fiel a su memoria. Son varios los libros agrupados: Guardarraya sonora (1946), Bandurria y Violín (1948), Estampas y Elegías (1955), Boda Profunda (1957), Entre y perdone usted (1973), Cantos Breves (1977), Una parte consciente del crepúsculo (1982), Entre el reloj y los espejos (1990), Con tus ojos míos (1994), Desde un mirador profundo (1997) y Cristal de aumento (en su edición príncipe de 2001 y en su segunda edición de 2004, ambas publicaciones al cuidado de la investigadora María Eugenia Azcuy Rodríguez).
Nada más parecido a este hombre que su propia poesía, motivo por el cual no tuvo necesidad de escribir sus memorias. Quien de verdad desee conocerlo, por dentro y por fuera, solo tiene que acercarse a su obra, lo mismo a la escrita que a la oral, teniendo como premisa de análisis que entre su alter ego de juglar y su alter ego de letras nunca existió ninguna contradicción, porque ambos eran complementarios.
Existe un detalle que no debo pasar por alto: lo cubano, digamos que lo más auténticamente cubano, en el caso del Indio Naborí, no estaba en las palabras, formas estróficas o temas que iba desarrollando en cada uno de los poemas. ¡No! En su caso particular lo más auténticamente cubano estaba en la vivencia, en el sentido inmaterial que exhibe su leal pertenencia a Cuba. El Indio Naborí no cantó por cantar, no escribió por escribir. Todo lo contrario. Sus versos, desde el primero hasta el último, dueños de un refinamiento supremo, siempre fueron emoción recordada, emoción compartida, algo que estallaba en su voz a partir de una experiencia vivida y vívida.
Ya es un criterio mayoritario que el Indio Naborí renovó la décima cantada y escrita, vigorizó la elegía, le otorgó un inusual rango de perpetuidad a la lírica social, energizó el verso libre, pontificó el soneto, revivió el romance y dejó una huella importantísima en la investigación folclórica, fundiendo y elevando a categoría estética lo culto y lo popular, lo clásico y lo moderno. Pero a esa vocación poética hay que sumarle en todo momento su vocación de Patria, que para él era igual a decir Revolución.
Desde Guardarraya sonora hasta Cristal de aumento, donde igual deben incluirse poemas escritos entre 1936 y 1945, hay casi setenta años dedicados a la palabra escrita. Pero estoy hablando de un hombre que nació en la más absoluta pobreza: padres analfabetos, techo de guano, piso de tierra, tinaja compartida y muy escasas señales de cultura. El San Miguel del Padrón de los años 1922-1932 era un verdadero caos existencial. Allí sólo se vivía para sobrevivir. Fue en ese entorno hostil donde nació y vivió sus primeros años Jesús Orta Ruiz. ¿Una maldición? Yo pienso que sí y que no. Porque sobre él, en esos primeros tiempos de existencia, contraponiéndose al infortunio del día a día, aleteaban también otras tres realidades: ternura, imaginación y cantos de trabajo.
Blanco caminito abierto entre la crecida malva, de ti salí con el alba hacia un horizonte incierto. En mi andar he descubierto más de una avenida hermosa con pino, laurel y rosa; pero nunca me sentí tan del aire como en ti detrás de una mariposa.
En más de una ocasión el poeta comentó: «…yo era un niño imaginativo. En la mayor soledad jamás estaba solo. Jugaba y conversaba con niños que no existían más que en mis sueños…». Pero esa mencionada imaginación no podía ser otra cosa que el don de la poesía. Sí, asimismo, el Indio Naborí nació con el don de la poesía. Sin esa vocación innata habría sido imposible que luego desarrollara el talento poético que lo caracterizó durante toda su vida. Reitero tres aspectos antes mencionados: don de la poesía, ternura familiar y cantos de trabajo, donde encontramos algo vital y definitorio: la décima, en este caso la décima cantada. El viejo Payo (padre del poeta) pastoreaba el ganado cantando décimas, y la vieja Maya (madre del poeta) preparaba la comida cantando décimas, y la Niña (hermana del poeta) lavaba la ropa cantando décimas. En los tres casos utilizando como molde o soporte musical una gran variedad de tonadas campesinas de extensión octosilábica, raíz popular de la más genuina herencia española.
La décima cantada, para el Indio Naborí, era algo que formaba parte del paisaje sonoro que lo rodeaba. Entonces no es nada extraño que ese niño de ocho, doce y trece años, con una inusual gracia criolla, improvisara redondillas, cuartetas y espinelas de perfecta estructura clásica.
Mi niñez descalza y pura
como la misma ignorancia
me viene por la fragancia
de una guayaba madura.
Me viene con la espesura,
la choza y el callejón,
y se abre en mi evocación
la vieja herida de un trillo
donde en caballo de millo
cabalgaba la ilusión.
Y mire usted qué cosa, esa guayaba madura fue creciendo y creciendo hasta convertirse en la exquisita y trascendente obra literaria que muchos años después fue merecedora del Premio Nacional de Literatura. Nunca olvido que en aquella tarde, diciembre de 1995, Virgilio López Lemus, frente a un numeroso público, concluyó sus emocionadas palabras de elogio con la siguiente frase: la justicia ha triunfado, ¡adelante la poesía!
Lo digo sin mucho rodeo: toda aquella persona que dude alguna vez de su condición de cubano, puede reaccionar positivamente asomándose a la vida y obra del Indio Naborí; alguien que, además de gran poeta, fue y sigue siendo un ejemplo de compromiso con la causa de los más humildes. Él fue parte y símbolo de esa raíz principalísima. Su caso es un caso atípico en la historia de la literatura cubana; y hay que verlo precisamente así, como un caso atípico, como un caso único e irrepetible, cuya luz conserva un poderío expresivo que produce asombro.
No quiero concluir mis palabras sin traer al ruedo la voz autorizada y profunda del catedrático español Maximiano Trapero:
…A mí mismo, cada vez que releo su obra, se me acrecienta la convicción de que su poesía es de tal altura que será «clásica», durará para siempre, porque logró ponerse al nivel de los grandes líricos en lengua española, y tuvo entre sus temas la temática de los clásicos, los temas más humanos, los sempiternos temas del hombre, dándoles una voz nueva, novísima, pero en los moldes clásicos del verso que contiene emoción. Una cosa está presente siempre en sus versos: la verdad, la hondura de la verdad y no la superficialidad del artificio. Si con alguien tuviera que compararlo no dudaría en decir que la poesía de Naborí es como la de Garcilaso: toda emoción, todo ritmo plácido, toda armonía…El nombre del Indio Naborí seguirá resonando en la leyenda, como un Homero intemporal, hecho mito, pues en su persona y en su obra se conjugaron los dos tipos humanos y literarios más perdurables de la literatura popular en lengua española desde la Edad Media: el juglar y el trovador…El Indio Naborí es hoy el representante más genuino de la poesía oral en el mundo hispano…
Eso sí, todavía hoy me cuesta trabajo imaginar al poeta en una eterna penitencia horizontal. ¿Cuándo aceptaré los rigores de la resignación? No sé, de verdad que no sé. Pero mientras tanto, llegue ahora mi agradecimiento más sincero al Ministerio de Cultura y al Instituto Cubano del Libro, y sirva esta presentación de sábado, con la que se inaugura la colección Biblioteca del pueblo de la editorial Letras cubanas, para rendirle un merecido homenaje en el Centenario de su natalicio.
Gracias, poeta, porque cuando mirabas sin tener mirada muchos sentíamos en lo más hondo el oscuro esplendor que llevan consigo los hombres como tú. ¿Acaso eras un pequeño Dios que en esos momentos nos iluminaba el futuro? Estoy seguro que sí. Sin embargo, y a la luz del tiempo transcurrido, ya tu techo no tendrá quince o veinte goteras. Toda la lluvia será tu techo. De una vez y para siempre debemos contemplarte desde un mirador profundo, lo que permite que aún permanezcas intacto en millones de cubanos. Cada imagen tuya, cada palabra, es una invitación a la luz del mañana. Por eso deseo que esta nueva edición de Cristal de aumento, como si se tratara de un humilde saludo, te permita decirle nuevamente al lector: entre y perdone usted.
(Calle de Madera, Centro Histórico, 24 de septiembre de 2022)
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