Cristian Avecillas es una persona que resulta inolvidable. Basta escuchar una vez su palabra prolífica y vehemente para que quede impreso, ya para siempre, en nuestra memoria afectiva. La poesía es su estado natural, su modo de observar y asumir la realidad. Desde ese alto promontorio avizora cuanto ocurre en su entorno vital. Desde allí ama, crea, funda, batalla. Desde la poesía asciende a las cumbres y desciende a los valles donde habitan los seres que le preocupan: los seres humanos todos. Hasta estas páginas ha llegado como un golpe de luz, como una ráfaga de amor. Ha llegado para reiterar que su camino tiene un único rumbo: el que ha de conducirlo, de forma inexorable, a ese lema que es la meta de su vida: Hasta la poesía siempre.
¿Cuándo tomaste conciencia de que la poesía sería tu camino y tu brújula?
Cada día estoy ante ese cuestionamiento, ¿cuándo?, ¿cuándo me convertí en partícipe de esta porción de «realidad» en la que me suceden las cosas?, ¿cuándo me convertí en el hacedor de lo que hago, en el receptor de lo que recibo, en el testigo al que no le sucederán jamás las cosas que no me sucederán jamás?, ¿cuándo me convertí en mi dueño, en el protagonista de mi empírica experiencia sola? Y así, hasta que logro liberarme de esas preguntas, y entro sin hacer ni un solo ruido en la más temida de las noches, en la que estamos todos verdaderamente solos y nada ha sido escrito todavía, y en lugar de preguntarme, ¿cuándo?, me pregunto, ¿para qué? No conservo el recuerdo consciente de haber dado un primer paso en mi camino. Más bien creo que ese primer paso lo estoy dando desde siempre, ahora mismo, tal como ayer, tal como antes de ayer, y quizás tal como lo seguiré dando mañana, por puro caminar, por puro asombro; ninguna flor va a florecer dos veces, todas florecen una sola vez, sin miedo y para siempre. Tengo planes pero cambian, porque las realidades cambian de circunstancia en circunstancia, y la naturaleza cambia de mutación en mutación, y el universo cambia de molécula en molécula, y la vida cambia de azar en azar; y al final se anula todo plan y los misterios vuelven para principiarlo todo. Tengo un quehacer sobre el que aviento mis instintos y mis reflexiones, tengo una intimidad a la que regreso luego de poblar y despoblar alternativamente mi alma, tengo las responsabilidades de todo ciudadano, las instituciones, los impuestos; pero siempre retorno al mapa, que dices. Ahí hay más ideas que admirar, más estímulos que confrontar, más músicas que acompañar, ahí hay siempre algo, alguien por quien luchar y por quien hacer luchar; porque todavía no hemos descubierto una mayor hermosura que la de tocar el corazón de otra persona, porque todavía no hemos descubierto una mejor realidad que la de estar rendidos ante la belleza. Y entonces todo cambia, y cambia el plan, cambia el país, cambia el retorno, y aparece lo urgente. Ya no se trata solamente de rendirse ante la belleza, se trata de defenderla, de salvarla. Y ¿cómo se salva la belleza? Haciendo que los demás la conozcan. ¿Cómo se salva la inteligencia? Haciéndonos preguntas los unos a los otros. ¿Cómo se salva la ternura? Diciéndole a la gente lo feliz que es no alejarse nunca de la fragilidad. Y tengo amigos, tengo amores, tengo entusiasmos, tengo ilusiones, y tengo un cuerpo que cuidar y una mente que afinar, y un proyecto y una obra y una familia, y ya. Si me dejo guiar por mis planes o por los planes ajenos, si me dejo guiar por la normalidad o por las instituciones o por las certezas que tienen los demás, me perderé del paisaje y de la plena conciencia de que todo lo que vemos en el paisaje está para después no estar. Si me dejo guiar por el ego o por alguna providencia o por alguna sugestión o por alguna espiritualidad ya sea material o inmaterial, me extraviaré de estar presente en esta cruda y quebradiza realidad. Por eso, mi brújula es mucho más humilde; nada más que preguntarme, ¿para qué? Y así me acepto como un caminante tan fugaz y tan pletóricamente solo, que me dejo guiar nada más que por el trabajo y la inspiración, es decir, por algo que me traiga algún conocimiento y algo que se lleve un poco de mi amor.
¿Qué papel ha desempeñado tu familia, especialmente tu abuela, en tu trayectoria humana y profesional?
La bondad de mi familia siempre estuvo a mi favor. En el quebranto me curaron, en el desconsuelo me ayudaron, en la carencia me educaron, y me dieron, con desprendimiento natural, todo lo que pudieron darme, en cuanto a lo material y lo sensible; pero, sobre todo, me dieron su amor y su cultura. Y yo me yergo sobre ese amor y me yergo sobre esa cultura; yo me hago a partir de ese amor y a partir de esa cultura. Porque mi infancia se llenó de ellos; mis primeros libros fueron ellos, y cuando digo libros también digo emociones. Y ya que mi familia lo concebía todo como una obra de Dios, se llenó mi misticismo con su Dios; y ya que mi familia estaba curtida con la particular y valiosísima experiencia de ir de la carencia a la abundancia, y viceversa, se llenó mi fundamento con sus consejos para evitar las carencias y favorecer las abundancias, según la información, según la cultura en la que vivían y que, paradójicamente, a la vez que me preparaban para ella me cuidaban de ella. Lo paradójico, digo, es que mi familia siempre quiso lo mejor para mí: me preparaban para el futuro pero a la vez me cuidaban del futuro, me preparaban para la realidad pero a la vez me cuidaban de la realidad, me preparaban para que yo llegue a ser yo pero a la vez me cuidaban de que yo llegue a ser yo; es paradójico, pero es noble y es sabio y es bueno, estar tan a favor y tan en contra. Mi abuela también me dio siempre su corazón y su cultura, igual que todos, llenita de bondad. Ella es una mujer nacida en la montaña, hermana de un río, discípula de un grano de maíz, maestra de una chacra; se dedicó a tejer sombreros, a dialogar con la tierra, y fue devota de los animales de granja a los que alimentaba con especial amor para que luego sean su alimento. Pero esto es más maravilloso todavía: para ella, un palito de madera sirve para todo, para criar, para enderezar, para atrancar, para colgar ropa, para traer cosas, y es palanca y es bastón y es empuñadura y es pierna y es brazo y es hijo de Dios y es alma. Un palito de madera es como todo un universo porque sirve para sostener el universo. Y eso es una preciosa, una flagrante rebeldía en contra de las avaricias de nuestro tiempo: un palito tan reutilizado es casi una perfecta militancia revolucionaria en contra de las madereras y de los plásticos y del sistema. Es que lo mismo sucede con los envases y las latas y los cartones. En un solo papelito que caiga en manos de mi abuela cabe todo el idioma, el necesario, y cabe muchas veces, de un lado y de otro. En un solo juguete cabe toda la infancia. En una sola foto cabe toda lo que ya fue y todo lo que va a ser la realidad. Me deslumbra mi abuela, nonagenaria y niña. Nonagenaria por biografía y niña porque improvisa, porque sueña, porque juega, porque imagina. Tal como los niños que saben bien que una cosa es todas las cosas: si tienen una pelota ahí está el sol, si tienen dos pelotas ahí está escapando un capibara de un jaguar, si tienen tres pelotas ahí está una dinastía. Esa imaginación para jugar es imaginación para vivir; por eso, la imaginación para resolver, para reciclar que tiene mi abuela es al mismo tiempo sabiduría y niñez, como un puente que va de ancestralidad a porvenir, y viceversa. En nuestro tiempo, en el que todo es descartable, en el que debemos consumir y consumir y endeudarnos para volver a descartar y a consumir, la imaginación es la mayor virtud y nuestra única esperanza.
Hablemos de otra de tus grandes pasiones: el teatro. ¿Cuándo y cómo llegas a este arte?
El teatro siempre estuvo antes. Antes de estudiar en la escuela, hicimos teatro con mi hermana: al llegar los cumpleaños de nuestros padres o los días de festejo, preparábamos personajes y escenas, trucos de magia y de circo, para hacerles homenaje y verlos sonreír. Luego fui a la escuela. Así mismo, antes de estudiar literatura como carrera universitaria, tras dejar la secundaria, tomé cursos de teatro en una academia. El teatro siempre estuvo antes: antes de ir a la escuela y aprender a leer, ya hacía teatro; antes de ir a la universidad y aprender a escribir, ya hacía teatro.
Conozco de tus viajes, con escasos recursos y abundante interés, por países de América Latina. ¿Qué esperabas encontrar, y qué encontraste, en los sitios visitados?
He viajado de dos maneras. De la primera, se deduce que yo no soy un viajero exitoso porque más de una vez viajé para olvidar y nunca me he quedado ahí, en el olvido. Y aunque creo que todos necesitamos olvidar algo, algún determinismo, alguna euforia, algún secreto, algún duelo, algún consejo bueno, algún deseo malo, en fin, todos necesitamos olvidar; yo siempre he regresado y nunca me he quedado ahí. La otra manera es más mística: gracias a mi poesía y gracias a mi teatro. Esta manera me permitió viajar como alguien que ya le pertenecía al lugar al que arribaba y que ya le pertenecía a la gente que me esperaba; y así, adonde arribé, me fundí; incluso me perdí. Por ende, jamás viajé como turista, viajé porque soy un mal olvidador y porque me han invitado. Pero a pesar de haber estado en tantos países y tantas veces, pienso que mi gran viaje aún no sucedió. Es que quizás aún no viajé yo. En el primer caso, viajó mi memoria para deshacerse de algún recuerdo que insistía demasiado, y en el segundo caso, viajó mi obra para darse a los demás y para hacerme aprender de los demás. Por eso espero viajar alguna vez. Soy optimista. Me estoy preparando. Aunque, en nuestro tiempo, encendemos una pantalla, damos clic y nuestro mamífero cerebro ya está de viaje, porque segrega la misma dopamina al «ver» y al «arribar». Un clic y ya «sentimos» conocer un paisaje o recorrer un museo, un clic y ya «percibimos» que es nuestra la experiencia. Y damos por real la vivencia virtual, y mientras más espectadores sedentarios somos, más cosmopolitas e informados «somos». Sin embargo no podemos decir a qué huelen los países ni en qué se diferencia el abrazo de alguien de allá con el abrazo de alguien de más allá. Tenemos que irnos para dejar atrás nuestro ego, tenemos que llegar a la gente para darnos cuenta de que nadie es una suma de likes y de que nadie viene a acariciarnos en pixeles.
¿Qué efectos ha tenido y tiene la poesía en ti como persona, como ser social?
La poesía me ha dado el don, la emergencia, la humildad de estar en permanente contacto con ella, con la poesía, con lo que ha hecho a lo largo de los tiempos: el pensamiento metódico, la senda humanista, el cuestionamiento incesante, el sentido de la vaciedad, las vanguardias, los miedos, las melodías, las patrias, las jerarquías, en fin, todo lo que llamamos realidad. Estar en contacto con la poesía es estar en contacto con la realidad. Poesía fue que, ante la fugacidad del cuerpo, alguien imagine alguna perdurabilidad para las ruinas cárnicas y diga: alma. Pura poesía fue que, ante la fugacidad del mundo, alguien reflexione alguna estabilidad y diga: democracia. Poesía y nada más que poesía fue que, ante la fugacidad de las inmensidades, alguien cifre algo indestructible y diga: Dios. Y a partir de esas eficacias poéticas, de esas abstracciones, llegaron las convenciones. Y se hizo formal lo que la poesía inventó, y fue la norma y fue la ley, y se hizo la verdad y se hizo el dogma. Y todo esto se sostuvo con el fuego y con el tiempo, con potencias económicas y poderes jurisdiccionales, con acuerdos políticos y con más fuego. Y así fue que le dimos nombre a las estaciones, y aherrojamos a la dulce alteridad de las mujeres, y creamos el rito y la institucionalidad y los países y el comercio. Todas las respuestas que inventaron los poetas en su tiempo ahora son nuestra cultura, porque pueblan todavía la imaginación, el sentido y las doctrinas del tiempo nuestro. Pero seguimos escribiendo, los poetas seguimos imaginando, seguimos reinventando al alma y a la democracia, seguimos inventando a Dios. Y eso es muy peligroso para el mundo convenido, para el mundo prosaico y funcionario. El mundo está muy cómodo en sus púrpuras, en sus escalafones, en sus glorias talladas en prosperidades individuales, en cuentas de ahorro, en poltronas virtuales. Está muy cómodo. Ya no se pregunta ¿para qué? El mundo de nuestro tiempo simplemente parasita de lo que ayer dijeron los poetas y que tanto se repite desde los uniformes, los sermones y la prensa, el mundo de hoy simplemente parasita de lo que tenga más publicidad. Pero la poesía no es un monolito puesto sobre nuestras tradiciones para sostener nuestro ser de hoy con epopeyas y canciones del pasado; la poesía es un devenir. En unos versos de mi autoría, digo: «La gravedad no es una fuerza, es una curvatura, una deformación de la naturaleza. /Y el poema no es una delicadeza, es una ira, una deformación de la cultura». A ese don me refiero, a esa emergencia, a esa humildad de estar siempre en actitud de independencia, de sensible independencia, de lo que nuestra cultura nos hace creer que es permanente. Porque nuestra hora y sus urgencias nos exigen recordar que cada vez que nos acercamos a la misma orilla, siempre entramos a otro río, y no hay un plan que el sabio azar no anule, no hay institución que la ternura no supere, no hay amor que otro amor no contrarreste. Poesía es aceptar que no hay nada más que esta deriva y, sin embargo, sacar belleza de esta deriva, sacar poesía de cualquier calamidad, es decir, sacar más ganas de vivir, sacar ternura, sacar sabiduría. A la vuelta de todas las esquinas, nos está esperando la muerte de los demás y nuestra propia muerte. Pero también a la vuelta de todas las esquinas, nos está esperando la poesía: y estos tiempos de pandemia son semillas de poesía.
Te vemos muy activo en las tan polémicas y polemistas redes sociales. ¿Qué utilidad encuentras en ellas?
El registro fósil y las huellas genéticas nos demuestran que el homo sapiens arribó a Australia en dos grandes oleadas. La primera, 65 mil años antes de nuestro presente, y la segunda, hace unos 5, 500 años. Los primeros en arribar permanecieron y permanecen todavía ahí. Los segundos, arribaron, resistieron, y luego, por una razón que desconocemos, tuvieron que desandar su trayecto, volver a las aguas y arribar a otras terrezuelas en la inmensidad oceánica. Sin embargo, no es el tiempo de permanencia la gran diferencia entre estas dos masas humanas migrantes y heroicas. Entre la primera y la segunda, hubo un fenómeno increíble: los hombres de la segunda oleada ya habían domesticado al lobo y, por lo tanto, migraron con perros que, al tener que desandar su camino, dejaron atrás. Los primeros australianos no tenían experiencias previas con ningún animal parecido al perro y tampoco le encontraron ninguna utilidad, salvo como alimento. Por lo que estos perros se des-domesticaron, y volvieron a su estado silvestre, hasta el punto de llegar a convertirse en el mayor depredador del continente isla. Sin embargo, no se des-domesticaron como lobos, no volvieron a ser lobos; se convirtieron en dingos. El dingo es una especie a medio camino entre el perro y el lobo, con un genoma totalmente diferente, con otras conductas y otra anatomía. En definitiva, el dingo es una inversión en el proceso de domesticación del perro, es la misma naturaleza nada más que siendo natural. En las redes sociales yo soy un migrante, pero conmigo llevo alguna idea, alguna estética que creo haber domesticado; y la dejo por ahí, la abandono por ahí…
Quienes te conocen, ya sea personalmente, o a través de tu obra poética o tus publicaciones en las redes sociales, perciben en ti una profunda solidaridad humana. ¿Lo consideras un deber o es tan solo un rasgo de tu carácter?
Tuve una infancia afortunada; no solamente gracias al esmero con que mis padres me condujeron a la adultez, corrigiendo lo que consideraban corregible, protegiendo lo que consideraban protegible, estimulando lo que consideraban estimulable, amando; sino también gracias a la experiencia de crecer junto a mis hermanos, Paola y Omar. Él, autista. Ella, mistérica. Él, con una sensibilidad singular mucho más sensible que la mía. Ella, con una inteligencia portentosa mucho más inteligente que la mía. Él, pobladito de silencios y fragilidades, requería tantas atenciones y cuidados, que en algún momento el niño que fui se olvidó de mí porque todo era con él y para él. Ella, cómplice para la travesura, contendiente para el juego, compañera para la hazaña, fue mi correligionaria de niñez y de esperanzas; por lo que, junto a ella, en algún momento el niño que fui se olvidó de mí porque era «uno» junto a ella. Mis padres azuzaron esos cuidados y esa dedicación hacia mi hermano y azuzaron esa naturalidad amorosa de compartirlo todo con mi hermana. Y creo que esa es la solidaridad: cuidar mucho y compartir mucho. Así, después, me fui al mundo. Y comencé a cuidar de mí. Y cuando me enamoré me descuidé de mí, para cuidar de un nosotros. Recuerdo deambular por Buenos Aires con el hermano que me dio la vida lírica, Pedro Nazar; mientras deambulábamos, concordamos que lo que más necesita el amor es solidaridad. En fin. Si la solidaridad es un rasgo de mi carácter, fue propiciado por mis padres y mis hermanos; si es un deber, es porque la solidaridad me enamora; aunque me enamora mucho más aún, su perfecto ascendente: la reciprocidad.
¿Qué influencia tiene en tu obra la tradición poética ecuatoriana, y cómo la percibes en la de tus contemporáneos?
Esa es otra de mis grandes fortunas: es tan difícil ser poeta en mi país, tan imposible, que cuando llega el delicado, el primerizo pero acertado verso de un poeta nuevo, yo festejo como si me cayera toda una tradición encima: festejo el canon hacia el porvenir. Sucede que desperté a mi adolescencia justo cuando mi país atravesaba la más brutal de sus numerosas crisis. Aquella que al final del pasado milenio significó que lo perdamos casi todo lo que nos daba identidad y que nos sostenía como nación. Durante aquellos años nos quedamos sin país; por ejemplo, nos quedamos sin más de la mitad de nuestro territorio que, según el cuento de hadas que nos dieron como historia, era soberanía ecuatoriana. El hecho es que un expresidente nuestro que ahora vive cómodamente radicado en Boston a donde huyó tras recibir sentencia, y un expresidente peruano que ahora vive cómodamente radicado en su prisión domiciliaria, firmaron la paz, y esa paz significó que aquellas victorias por las que derramamos tanta sangre populosa en realidad fueron derrotas. Luego la crisis económica significó que nos quedamos sin moneda nacional. Perdimos para siempre el sucre. En el papel que hoy circula en nuestras manos trabajadoras vemos el rostro de Washington, de Jefferson, de Lincoln, y no el de Rumiñahui, de Eloy Alfaro, de Juan Montalvo o de Guayasamín. Además, esa crisis también significó que perdamos la familia; así de cuantiosa y dramática fue la emigración de ecuatorianos hacia el extranjero. Perdimos, por lo tanto, fuerza laboral y autoestima. Pero de todas esas pérdidas, de todos esos suicidios, ya que decenas de jubilados no soportaron ver cómo los bancos se quedaban con los ahorros de sus vidas, de todas esas derrotas, de todas esas insignificancias ante la geopolítica, surgió como sostén y esperanza la generación de artistas y poetas más relevante del Ecuador. Lo mismo sucedió antes, tras la guerra de 1941 contra el Perú: aquella guerra parió poetas. Lo mismo ha sucedido siempre. Los poetas son como victorias de los pueblos ante las derrotas de la historia. Bullen poetas, truenan poetas, ondean poetas en las cenizas de nuestras catástrofes. Arden las voces, las vanguardias, los romances, porque nacen los artistas, porque se yerguen, y cantan y actúan y pintan y esculpen un país. Esa es mi tradición y mi fortuna. Ahora que estamos en esta crisis, se avienen más poetas. Y es hacia allá a donde van mis lecturas, mis aprendizajes y mi fe latinoamericana.
En muchas ocasiones has visitado Cuba, tienes muchos y buenos amigos aquí, e incluso formas parte de la presidencia del Festival Internacional de Poesía de La Habana. Háblame de esa especial relación con este país.
Jorge Enrique Adoum, el gran poeta ecuatoriano del siglo xx, me llamó en enero del 2008 para decirme que mi libro, Todos los cadáveres soy yo, había recibido un galardón en Casa de las Américas. Aquella llamada fue el principio de mi existencia literaria ante el escrutinio público. Luego recibí la invitación del Festival de Poesía de La Habana. Alex Pausides fue mi descubridor, he tenido la dicha de decírselo y agradecérselo. Primero, formó parte de aquel jurado que mencionó a mi libro, segundo me dio consejos vitales y recomendaciones de lectura y tercero, me convidó a tareas. Una de ellas, tras contarme que solo tres poetas ecuatorianos habían participado hasta entonces del Festival, consistió en brindarme la oportunidad de invitar a más poetas. Al año siguiente, 2009, la delegación ecuatoriana fue la más numerosa, y desde entonces más de cincuenta poetas ecuatorianos han arribado a la Isla. Años después, me expresó su interés por publicar uno de mis libros con el sello editorial del Festival, pero le propuse, más bien, publicar una colección, que contó con el apoyo del Ministerio de Cultura del Ecuador; y así apareció la Colección Poesía selecta del Ecuador. En cada uno de mis viajes pude crear amistades, disfrutarlas, cuidarlas, ya sea para el jolgorio o para la creación. Por ejemplo, en Cuba tengo otro hermano lírico que me dio la vida teatral, Simón Carlos. He estado en su casa, he amado a su madre, he abrazado a sus amigos, y hemos trabajado. De su brioso talento surgió Volverse Humanidad, obra en la que con asombroso genio Simón sucinta los contenidos de mi poesía en una sólida y magnífica puesta en escena. Y más, muchos amigos más, muchas admiraciones más: el bravo decir, que tanto hace sentir, de Carmen; la estrella libertaria de Irasema, el perpetuo romance de Omar, la melodía de Cuní, el desenfado de Ediel, el Neptuno de Leo, el Colibrí de David, el Arte de Vero, el Esplendor de Giselle, en fin, la sensibilidad de todos, de tantos: de Yanelys, de Sinecio, de Karel, de Elizabeth, de Dayana, de Zurelys…; en ellos, el porvenir humano, el porvenir poético de Cuba y de Nuestra América goza ya de lumbre. Pero hay dos seres humanos, dos humanidades más en Cuba que para mí son plenitud: un maestro y un conjuro. Él, «soñador, máquina silenciosa, industria del porvenir, turbina de lo inefable, cúpula de resoles, molino de imágenes, escanciador de horizontes». Ella, en cambio, me hizo escribir un poema. He escrito mucho sobre, para y según la feminidad, pero jamás me sucedió ver a alguien y ya tener hecho el poema.
Sé que tienes un lema: «Hasta la poesía siempre». ¿Tienes también una definición para la poesía? Si no la tienes, ¿cuáles de las vertidas por los grandes poetas te parecen más acertadas?
Me precipito y me sereno, pero al final siempre me abismo a decir cosas sobre la poesía, pues al igual que la mujer y los dioses y el tiempo, la poesía, el sentido de la poesía, es otra de las grandes temáticas de mi obra. Creo que, como especie, de tanto vivir en sabanas, aprendimos a creer en las estrellas; y de tanto vivir en praderas, aprendimos a creer en las frutas; y de tanto vivir en cavernas, aprendimos a creer en las rocas; y de tanto vivir en poesía, aprendimos a creer en los poetas y en los dioses y en la piel. Por eso, la poesía es la realidad, y todo aquello que los demás llaman milagro. Mi maestro cubano dijo: «La poesía no es la vida, pero es su más honda cisterna, su museo más extenso y su atalaya más alta»; un maestro chileno dijo: «La poesía es un respirar en paz para que los demás respiren»; un maestro argentino dijo: «Poesía es todo lo que se está viendo»; y una maestra brasileña dijo: «La poesía es el rastro de Dios en las cosas». En todo caso, creo que la poesía es una Victoria Maga, por eso siempre vuelvo a ella para vencerme y derrotarme. Y en cuanto a mi lema. Sé, como todos, que mi existencia tiene la edad del universo, que todos mis átomos tienen la edad del universo, porque la materia no se crea ni se destruye, solo se transforma. Sé también que mi vida tuvo un principio unicelular y que terminará en el aparato digestivo de alguna mariposa y en el humus. Y con esos materiales, con mi existir y mi vivir, más el amor y la cultura, yo escribo mi poesía. Eso sí, todavía me pregunto ¿para qué? A veces lo sé, a veces no lo sé. Pero cuando lo sé, pienso en mi lema, quizás algún día sea el nombre de mis Obras Completas, quizás algún día sea mi epitafio, si alguien tiene la paciencia de tallarlo. Sin embargo, en mi obra reciente, avanzo de ese lema hacia uno mayor: del aguerrido e histórico Hasta la poesía siempre, viajo al inclusivo y militante Hasta tu poesía siempre, para llegar hasta el ético y cósmico y definitivo Hazte tu poesía siempre. Oh, sí. Vengo de decirle a una mujer amada, Hazte tu poesía siempre; vengo de decirle a mi mejor amigo, Hazte tu poesía siempre; vengo de decirle a mi madre, Hazte tu poesía siempre; y voy a decirle a mi musa, Hazte tu poesía siempre. Y ya.
CRISTIAN AVECILLAS (Guayaquil, Ecuador). Poeta, actor, dramaturgo, cantautor. Ha publicado los libros de poesía Todos los cadáveres soy yo (Mención de Honor en el 49 Premio Internacional Casa de las Américas, Cuba, 2008), Ecce Homo II ( Premio Nacional de Poesía César Dávila Andrade, Cuenca 2008), La identidad femenina (El Conejo, 2008; galardonado con Mención Particular, Premio Global de Poesía Nósside, Italia, 2008), Abrazo entre caníbal y mujer enamorada (El Quijote, Siria, 2009), Caricias Lunch (La fraternidad, Argentina 2011), Estrategias para descarriar a una mujer (2013), Los Tiempos de la Humanidad (Mención de Honor, en el 54 Premio Internacional Casa de las Américas, Cuba, 2013, y Premio Fondos Concursables, Ministerio de Cultura y Patrimonio del Ecuador, 2015). Gran parte de su obra poética se mantiene inédita. Es director, actor y dramaturgo de Teatromiento, estudiante del Laboratorio del Teatro Malayerba entre los años 2007-2009, Fundador del Grupo Teatromiento. Dramaturgo y actor en Funeraria Travel (Premio de Dramaturgia, Argentina, 2009, estrenada en La Plata, Argentina). Dramaturgo y director en Mamá Prometea (Premio Fondos Concursables del Ministerio de Cultura y Patrimonio del Ecuador, 2012, estrenada en Huacho, Perú, en el mismo año). Dramaturgo y director artístico en Volverse humanidad (estrenada en La Habana, 2014). Autor del libro El teatro es un poema cuerpo adentro (2019, Premio de dramaturgia, CCE Núcleo del Azuay, 2018). Dramaturgo y director en La patria y el pueblo (estrenada en Cuenca, Ecuador, 2019). Es autor de la melodía, la lírica y la guitarra en alrededor de cien canciones. Tiene grabados los discos demo: Creación de los amantes (Guayaquil, 2002), El dragón y otras aves (Guayaquil, 2004) y Los cuatro peores (La Habana, 2010) junto al poeta y cantautor argentino Pedro Nazar. Como investigador ha escrito los libros Estudio biográfico de Edmundo Ribadeneira (El Conejo, 2008), Concierto de voces para una biografía (El Conejo, 2009), y es coautor junto a Valeria Alvarado de Alma adentro (poetas ecuatorianas premiadas Premio Fondos Concursables del Ministerio de Cultura y Patrimonio del Ecuador). Es miembro del Consejo Editorial de Sur Editores, La Habana, del Comité Internacional del Festival de Poesía de La Habana, de la Red Internacional para la Defensa de los Derechos Humanos y del Comité Internacional del Festival de Poesía Encuentro Poético del Sur.
Visitas: 455