En el mes de diciembre de 1958 regresé a Caibarién después de estudiar varios años en un colegio anexo al Instituto de Sagua la Grande que dirigía mi tío Rogelio Paret Reyes. Mi llegada ocurrió en un momento muy complejo pues la Columna 8, comandada por el Che, había comenzado el 16 de diciembre la toma de los pueblos más importantes de Las Villas con el objetivo de cercar la ciudad de Santa Clara.
Uno de los acontecimientos que más impactó en la gente ocurrió en una casa de juegos cercana al lugar donde yo vivía: en horas de la noche, ante el trasiego de soldados de Batista —a quienes la población llamaba despectivamente «bocaditos»—, los concurrentes comenzaron a lanzar improperios a los que los soldados respondieron a balazos. Aunque varios jóvenes pudieron escapar por las calles aledañas, uno de ellos, justo en el portal de mi casa, recibió un disparo en la espalda y cayó muerto dos cuadras más adelante.
Yo llegué a tiempo para participar en el entierro, en el que un grupo de jóvenes sacó una bandera cubana y empezó a cantar el Himno Nacional. De ese día guardo una de las impresiones más grandes de mi vida, pues mientras miraba las coronas, vi como las flores se desprendían con furia de los cojines y luego, enseguida, sentí los disparos de los soldados batistianos. Salí corriendo y no me detuve hasta llegar a casa de mis abuelos, cerca del lugar de los hechos. Siempre he considerado ese como mi bautismo de fuego en Caibarién, cuando solo contaba con 16 años.
Estos hechos bastan para comprender que la situación estaba muy tensa, sin embargo el clímax llegaría el 26 de diciembre. Ese día despertamos a las cinco de la mañana con un intenso tiroteo en las afueras del pueblo. Estábamos seguros que se trataba de un ataque al cuartel de la Guardia Rural, pues la Marina no había presentado resistencia y se entregó sin disparar un tiro. Recuerdo que mi padre puso el colchón de la cama contra la pared del comedor, para evitar cualquier disparo equivocado. No fue hasta las cinco de la tarde que cesó el tiroteo y pude salir al portal.
Mercedita, una amiga muy cercana me explicó que los rebeldes habían tomado el cuartel batistiano y que el Capitán Roberto Rodríguez Fernández, más conocido como el Vaquerito, jefe del pelotón suicida de la tropa del Che, estaba organizándolo todo en la emisora Radio Caibarién, que si quería la podía acompañar a verlo. Le dije que sí, e hicimos un alto en su casa donde me entregó un brazalete del 26 de julio, que sacó de debajo de una cama de hierro.
Cuando llegué había otros muchachos que, como yo, se habían puesto a disposición del Capitán y esperaban sus órdenes.
La primera, que cumplimos durante varios días, fue garantizar los alimentos para los prisioneros de las distintas acciones combativas. El Che ―y el Ejército Rebelde en su conjunto— era muy cuidadoso con el tratamiento a los soldados vencidos.
Después de dos o tres días con esta misión, el Vaquerito nos explicó que ya no hacía falta nuestra ayuda y esa misma tarde la tropa rebelde salió en camiones hacia la ciudad de Santa Clara para participar en su liberación.
Lamentablemente, el 30 de diciembre de 1958, durante la toma de la Estación de Policía de la ciudad, el Vaquerito fue alcanzado por una bala en la cabeza y cayó mortalmente herido.
Tal vez su muerte prematura sea la razón por la que la historia del Batallón Suicida no haya trascendido con toda la relevancia que tuvo en esos días decisivos, sobre todo para quienes vivimos de cerca sus hazañas.
Visitas: 133
Deja un comentario