
La constante inclusión de testimonios de lecturas y estudio de citas ajenas demuestra la preocupación de ambos poetas [Martí y Lezama] por el proceso dilatado de formación de un escritor, y el hecho de tomar de todas las culturas y crear en sí, en la cual el artista debe tener el suficiente ingenio para distinguir entre desgarramiento y retórica balbuceante:
No quiero, para la poesía, la lengua débil de Séneca —ni aquella floja, sobrada, vacilante, copiosa, exuberante: —de Lucano: —Pláceme, como en Sondraka, la abundancia legítima: —y, de no haberla, por las condiciones ásperas de la naturaleza en que se cría, pláceme la rugosa y troncal lengua del Génesis—.
«Nov. 3. 1942. En su Diario, Otto Weininger, refiriéndose a la conocida frase de Nietzsche, dice “yo no escribo con sangre sino sólo con tinta roja”. He ahí una confesión que conviene hagan todos los epígonos, para no confundir la sangre, el agua coloreada y la tinta roja».
En ambos cuadernos de anotaciones podemos hallar casi siempre tramos autoreflexivos y huellas que dan fe de un proceso de autoaprendizaje constante, de un proceso continuo de conocimiento, gracias a la majestad de la lectura, que opera como un mecanismo o manifestación del pensamiento, que predomina tanto a lo largo de los Cuadernos de apuntes y apuntes en hojas sueltas como en los Diarios. En ellos los escritores mezclan mágicamente «su capacidad germinativa y la acumulación de la tradición» pues «como participantes de la cultura europea solamente por medio de la herencia ilegítima de la colonia, el escritor americano puede compartir cualquier tradición cultural que le atraiga sin compromiso alguno, […] sus repertorios culturales no aceptaban límites, ni cronológicos ni geográficos».
Entre ideas propias hay definiciones que copia y traduce a su personal sentir y pensar, proceso en el cual hace asombrosos aportes. Así, al consolidar sus conocimientos, crean acercamientos singulares a las definiciones.
En tal sentido advertimos en las anotaciones de Martí y Lezama el tratamiento de los temas típicos o emblemáticos de sus obras, que se perciben también en la inclusión de fragmentos de escritores ajenos y fragmentos propios que estos cuadernos recogen, dígase la reflexión continuada sobre la poesía, como centro irradiador de preocupaciones estéticas —lo poético se convierte primero en Martí y luego en Lezama, en luminoso y mágico seguimiento, en una forma de apropiación de la realidad— fundamentada por las constantes relaciones que se establecen entre poesía e historia, poesía y ciencia, poesía y filosofía, poesía y pintura, poesía, y, por extensión, literatura y cultura, con la vida o las interacciones entre la poesía —léase también literatura— y el bien, todo mediado por la manifestación de la verdad. Pues según Vico, en la raíz del saber se encontraba la poesía.
Para estos poetas pensadores, al decir de Julio Ortega, su devoción pasional por la literatura es una fe absoluta en los dones, enigmas y certidumbres de la poesía como tierra central, de la poesía como pensamiento o el uso de los recursos poéticos como herramientas para pensar el mundo sensible y la relación del ser con dicho mundo, pues ambos escritores «intentan ofrecer una imago-mundi totalizadora, en la cual la historia y la cultura ocupan un papel principal».
Hemos tratado de demostrar en el presente ensayo que las continuas reflexiones sobre la poesía que encontramos en los Diarios de Lezama son intensificaciones de las ideas y enunciados de Martí en sus Cuadernos y otras zonas de su obra.
Su pensamiento sobre ella como forma esencial de la literatura está en la base de la concepción que construye Lezama, quien convierte a la poesía en un método de conocimiento de la realidad, «más que método, sistema y más que del conocimiento de la historia, de afirmación en el mundo».
Tal argumento ensancha la aseveración de Fina García Marruz donde revela que aunque «su actitud pareció “casaliana”, su poesía “gongorina”, estuvo en realidad más cerca —pese a las obvias diferencias— de Martí que de Casal».
Si todo texto literario —como afirma Eduardo Ramos Izquierdo—, encierra en sí mismo una carga de intertextualidad, estos llamados Diarios, como propiamente los ensayos de Lezama, remiten a un saber múltiple. Su carga es densa y se abre a una posible multiplicidad de relaciones: literarias, filosóficas, religiosas, mitológicas, históricas geográficas, artísticas. Y son, como el resto de su obra, una amalgama atravesada por la poesía, como los apuntes de su ilustre antecesor.
Estos poetas que a través de un ejercicio intelectivo continuado arrojan una visión eminentemente teórica acerca del hombre, el saber y la historia —como también Valmiki, Tagore, Dante, Eliot—, y que coinciden en la orientación teleológica que sobre la vida ofrecen en sus obras —al decir de Lourdes Rensoli—, «pueden ser definidos como poetas filósofos, o si se prefiere, poetas que poseen una concepción filosófica del mundo propia y la expresan en su poesía» y en otros géneros abarcados por su obra. Por supuesto, esto no excluye en modo alguno las diferencias muy grandes que existen entre cada uno de los nombrados».
Aunque es preciso admitir con Cintio Vitier que el Martí de la «era de la posibilidad infinita» de Lezama, junto a las más altas recepciones anteriores o simultáneas, terminó por ser la clave de su propio pensamiento poético, en la medida en que lo intuyó como paradigma y anuncio de la encarnación de la poesía en la historia. La reflexión continuada sobre la poesía —concebida como sacerdocio—, la pasión por la historia y la filosofía, los clásicos, las religiones y las mitologías en ambos creadores, «una forma nueva de ver las cosas, un peculiar sentido del lenguaje, una inquietante y misteriosa trascendencia, un renunciamiento al facilismo», la asimilación de preceptos evidentes y sutiles del autor de Versos sencillos por parte de Lezama en los Diarios, y específicos ángulos cosmovisivos en que se aprecia la vocación de síntesis y de integración de lo diverso en lo universal autóctono o la ávida curiosidad integradora —al decir de Vitier—, en ambos escritores donde se vincula la vida con la literatura, y la naturaleza con la cultura (la espiritualización de la naturaleza —si bien en cada uno las influencias filosóficas que condicionan tal rasgo tienen sello y dirección diferentes—, según Rensoli) hacen confluir las anotaciones de ambos poetas que siempre trabajaron en función de producir una obra, y que no se debían al acabado de un libro.
Su condición de poetas pensadores con un estilo de pensamiento profundamente afirmativo y con estilo integrador, y de hombres dialógicos en cuya ética hay preocupación por el lugar del otro en el yo, como asevera Julio Ortega, se vincula en gran medida con su cualidad de poetas mayores, que —según Fina García Marruz— son aquellos que tienen ojos para ver la gloria, la sospecha de que el sufrimiento no es quizás lo más profundo, no obstante su atronadora evidencia rodeándonos, para ver la sustancia de dicha en el ser de la Creación, en los cándidos adentros de color. Por tanto, la trascendencia de la obra y el pensamiento de José Martí era una respuesta articulada para el universo poético lezamiano.
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Ver también Cuánto hay en los Diarios de Lezama de Martí: una senda a partir de la poesía. Parte I
Ver también Cuánto hay en los Diarios de Lezama de Martí: una senda a partir de la poesía. Parte II
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