Bien se sabe que la bibliografía es, a la vez, una ciencia y una técnica. Ni siquiera la era digital que vivimos ha podido desentenderse de ella, aunque ahora los instrumentos de acceso sean otros. En Cuba esta especialidad cobró cuerpo en la cuarta década del siglo xix, y aunque la primacía siempre le ha sido otorgada, con razón, a la valiosa figura de Antonio Bachiller y Morales (1812-1889), conocido como el Padre de la Bibliografía cubana, lo cierto es que, en cierto modo, otros cubanos se le habían adelantado, entre ellos, dos de indiscutible renombre: Felipe Poey (1799-1081) y Domingo del Monte (1804-1853). Del primero se dice que aún estando en Francia había investigado y redactado un trabajo titulado «Sobre algunos historiadores de Cuba», cuyo texto apenas pasó del manuscrito, no llegado a nuestros días. En cuanto a Del Monte, emprendió esta labor a partir de su muy rica biblioteca, la más completa de Cuba en su momento. Su «Biblioteca cubana. Lista cronológica de los libros inéditos e impresos que se han escrito sobre la isla de Cuba y de los que hablan de la misma desde su descubrimiento y conquista hasta nuestros días», que cierra la información en 1846, no vio la luz hasta 1882. Otros que incursionaron en el tema que nos ocupa fueron un poeta, apenas conocido, Lucas Arcadio de Ugarte, y Andrés Poey, hijo de Felipe. Habría que esperar hasta 1861, cuando apareció el tercero y último volumen de una obra clásica entre nosotros: Apuntes para la historia de las letras y de la instrucción pública en la isla de Cuba, del citado Bachiller, para tener, definitivamente, nuestra primera bibliografía, que incluyó en una de las partes de este tomo: «Catálogo de libros y folletos publicados en Cuba desde la introducción de la imprenta hasta 1840», donde reunió 1020 títulos. José Martí reconoció que esta obra, aunque le faltaba «un poco de orden», era instrumento precioso y a su autor lo considera digno de «reconocimiento y respeto». El aludido listado posteriormente fue enriqueciendo con añadidos del propio Bachiller y de otros colaboradores como Eusebio Valdés Domínguez y Manuel Pérez Beato.
A partir de la séptima década del siglo XIX fue bastante común que los dueños de librerías publicaran catálogos con los libros que tenían en existencia, como hicieron José María Abraido y Andrés Pego. Asimismo el primer catálogo de biblioteca privada que apareció en la isla fue el compilado en 1878 por el Casino Español de La Habana. Este catálogo resulta interesante porque en él figuran obras cubanas que pasaron al círculo españolista a consecuencia de las incautaciones llevadas a cabo en las bibliotecas privadas de los patriotas cubanos. Otros que se ocuparon de esta labor de recopilación fueron, en dicho siglo, Cipriano Muñoz y Manzano, José A. Rodríguez García y Leandro González Alcorta.
Curiosamente, entre 1885 y 1886 se publicó en La Habana una revista titulada La Bibliografía, subtitulada «Semanario de literatura, noticias, intereses generales y anuncios». Fue órgano oficial del establecimiento de su nombre, del cual era propietario Clemente Salas. Publicó cuentos, artículos variados y noticias sobre teatro y modas, además de tener una sección poética. Firmas muy prestigiosas colaboraron en ella: Antonio y Francisco Sellén, Ramón Vélez Herrera, José Joaquín Palma, Enrique José Varona, Aurelia Castillo de González y Rafael María de Mendive. También colaboraron autores extranjeros como Manuel Gutiérrez Nájera, Salvador Díaz Mirón, Manuel Zeno Gandía, Ricardo Carrasquilla y Manuel Acuña.
Una segunda etapa de la bibliografía cubana se inicia con el advenimiento de la República, donde se destaca la figura de Carlos M. Trelles (1866-1951), autor de numerosas bibliografías entre las que brilla su Bibliografía cubana del siglo XIX, obra en varios volúmenes, de imprescindible consulta para los estudiosos de dicha centuria. También sobresalieron Luis Marino Pérez, Fermín Peraza —con una larga y sostenida labor apreciable, sobre todo, en su valiosísimo Anuario Bibliográfico Cubano (1938-1960)—, Evelio Rodríguez Lendián, Domingo Figarola-Caneda, Israel Moliner, María Villar Buceta, Juan M. Dihigo, José Juan Arrom, Joaquín Llaverías, José Manuel Pérez Cabrera y Esteban Rodríguez Herrera.
Con posterioridad al año 1959 la Biblioteca Nacional desplegó una intensa labor bibliográfica que se focalizó, sobre todo, en los índices de revistas cubanas del siglo XIX y su Bibliografía Cubana, además de un valiosísimo Catálogo de publicaciones periódicas cubanas de los siglos XVIII y XIX. Nombres como los de Fina García Marruz, Roberto Friol, Feliciana Menocal, Cintio Vitier, Tomás Fernández Robaina, Aracely y Josefina Carranza y Miguelina Ponte contribuyeron a dar esplendor a este momento cenital de la bibliografía cubana, que hoy, si bien menguado por dificultades económicas, no ha sido abandonado por Fernández Robaina y Aracely García Carranza. Por su parte, Francisco Martínez Mota, dejó en el Instituto de Literatura y Lingüística, junto con sus colaboradores, una amplia labor.[1]
Este panorama, necesariamente breve, nos permite apreciar cómo la vocación por dar cuerpo a listados organizados de libros y publicaciones periódicas tiene en Cuba una larga y rica trayectoria, razón que justifica la aparición, entre 1953 y 1955, y entre 1956 y 1960, de la revista Cuba Bibliotecológica, que tuvo al frente de la misma, en algún momento, a quien fuera, ya con la Revolución, directora de la Biblioteca Nacional, María Teresa Freyre de Andrade, figura de inmenso prestigio entre los bibliotecarios cubanos. Fue órgano de la Asociación Nacional de Profesionales de la Biblioteca y, posteriormente, del Colegio Nacional de Bibliotecarios Universitarios.
En el primer número, correspondiente a enero-marzo publicaron un editorial donde se lee que pretendían:
(…) llegar a convertirse en el vehículo indispensable para el intercambio de ideas nuevas, la difusión de noticias y de avances en el campo de nuestros estudios, y la defensa de los más altos intereses de nuestra profesión.
Para ello:
(…) abre desde ahora sus puertas a todos los bibliotecarios cubanos y extranjeros que quieran colaborar en este empeño, publicando los resultados de sus estudios, experiencias e investigaciones en el campo profesional.
Cuba Bibliotecológica dedicó sus páginas a publicar artículos sobre bibliotecas y bibliógrafos cubanos, sobre aspectos técnicos de la disciplina y otros problemas relacionados con la profesión del bibliotecario y noticias acerca de las actividades que desarrollaban. Además, publicaron reseñas de libros cubanos y extranjeros relativos a la materia específica de la revistas.
Algunos de los nombres más sobresalientes de esta especialidad colaboraron en sus páginas: Fermín Peraza, Jorge Aguayo, Elena Vérez de Peraza, Ana Rosa Núñez, Blanca Bahamonde y Olinta Ariosa, entre otros. Su último número apareció en enero-junio de 1960.
Inscrita en lo mejor de la tradición bibliográfica cubana, Cuba Bibliográfica tuvo una alta significación para los que, en aquellos años, trabajaron la bibliografía en Cuba, disciplina que, aunque se mantiene entre nosotros, lamentablemente ha dejado de participar más activamente en nuestra vida cultural. Herramienta esencial para los investigadores, pues allana el camino en los procesos de búsquedas, tendrá, necesariamente, que volver a ocupar el lugar que tuvo en otros momentos. Repasar, por ejemplo, las bibliografías hechas de y sobre figuras como Fernando Ortiz, Alejo Carpentier, Carlos Rafael Rodríguez, Lisandro Otero, sobre las revistas Bimestre Cubana, Casa de las Américas, La Gaceta de Cuba, estas dos últimas sin continuidad hasta nuestros días desde el punto de vista bibliográfico, constituye un aprendizaje expedito y de fácil acceso a los interesados, pues da una visión global de colaboradores, temas, ilustraciones, etcétera.
País de larga tradición en este campo, ojalá la bibliografía cubana en materia de humanidades vuelva a tener el sitial de privilegio que alcanzó en años pasados. Es una necesidad impostergable.
[1] Datos tomados de la ficha «Bibliografía » incluida en el tomo I del Diccionario de la literatura cubana, 1980, pp. 118-124.
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