
José Marín Varona (Camagüey, 1859- La Habana, 1912), tuvo una activa vida musical como compositor y pianista. Autor de la zarzuela El brujo (estrenada en 1896), entre muchas otras piezas de igual género, marchó a Cayo Hueso, donde continuó en iguales desempeños, y también ejerciendo el periodismo. Compuso también himnos, juguetes cómicos, operetas, piezas para piano y para voz y piano. Regresó a Cuba poco después del advenimiento de la república y fundó Cuba Musical, «Revista artístico-literaria» que vio la luz con carácter quincenal a partir del 1º de septiembre de 1903. En este número definió sus propósitos:
Podría entenderse que Cuba Musical habrá de ocuparse exclusivamente de asuntos musicales o que con el divino arte se relacione y no es así; porque aun concediendo nuestra Revista especial atención a la música, sus columnas se ufanarán rindiendo culto a la amena literatura y al arte en todas sus manifestaciones.
Gracias a colaboradores como los hermanos Max y Pedro Henríquez Ureña, Luis Alejandro Baralt y Aniceto Valdivia (Conde Kostia), entre otras firmas que la prestigiaron, la revista mantuvo un aceptable nivel de calidad. Baralt visitó estas páginas con textos críticos sobre el teatro cubano que se representaba y también con las novedades escénicas provenientes de la escena norteamericana, pues durante años, en los Estados Unidos, donde residió un tiempo, ejerció como crítico teatral para el periódico The World.
Además de hacer énfasis en divulgar las actividades musicales y teatrales de todo el país, Cuba Musical publicó poesías, cuentos y relatos de contenido musical. Asimismo, dio a conocer datos biográficos sobre músicos célebres.
Dos de los autores teatrales más comentados en estas páginas fueron Federico Villoch y Olallo Díaz. Ambos fueron escritores muy fecundos y en algunas de las piezas de su autoría correspondientes a los inicios del siglo xx abordaron diferentes aspectos de la candente vida nacional, con obras donde se mezclaba la picardía, la música, los bailes y los acontecimientos políticos del momento. La obra de Villoch El castillo de Atarés, estrenadaen 1901, todavía tenía ecos en esta revista en el año 1903. Con música de Manuel Mauri, criticaba a la nueva organización judicial bajo la administración norteamericana y el modo en que la actuación de un juez de apellido norteamericano, Mr. Pitcher, enviaba a la prisión de Atarés a cualquiera que fuera presentado a su arbitrio, fuera un inquilino moroso, un novio engañado, un adúltero, amantes en conflicto o una reyerta entre borrachos donde tomaba parte un norteamericano, quien, por cierto, es absuelto. Otras piezas comentadas estaban referidas a denunciar a los españoles que colaboraron con Valeriano Wyler durante su mandato de gobierno.
No obstante dedicar páginas al teatro del momento, lo que más interesó a Marín Varona fue divulgar temas relacionados con la música. Precisamente al compositor arriba citado, Manuel Mauri (1857-1939), hijo del también destacado compositor José Mauri, le dedicaron amplios espacios, reconociéndole la relevancia de ser uno de los primeros en escribir música para el teatro bufo. Muy amigo de Marín Varona, compartió con este la dirección artística del teatro Alhambra, y ambos, unidos a Rafael Palau, destacado organista, compositor, pianista y director de la compañía lírica y del teatro bufo de La Habana, constituyeron un núcleo importante donde se conjugaron la música y la representación teatral.
Dados los compromisos que Martín Varona tenía con el Alhambra, en su revista se promovían muchos de los espectáculos teatrales que allí se sucedían a diario, aunque los comentarios a algunas de las obras representadas no fueron escritos siempre en tono de loa, y en más de una oportunidad el director de la publicación dejó en entredicho que no todo lo que pasaba por las tablas del teatro de Consulado tenía valor artístico.
Al igual que en otras publicaciones teatrales posteriores, como Teatro Habanero (1908) y Teatro Alegre (1910-1916), que también le dedicaron espacio a la música, en la que ahora comentamos muchos de los teatros entonces existentes —Nacional, Payret, Irijoa, Albisu, Lara, Molino Rojo, Cuba, los dos Polyteamas y, por supuesto, el Alhambra— daban publicidad a sus espectáculos mediante las páginas de Cuba Musical, dando a conocer la presencia en la isla de compañías españolas, italianas, norteamericanas o francesas, que propiciaban la permanencia en nuestra escena de un teatro de corte eminentemente comercial. Poco se habló en estas páginas de un teatro lírico que iba fortaleciéndose gracias a las excelentes composiciones de Hubert de Blanck, Eduardo Sánchez de Fuentes o Ignacio Cervantes, o de una actriz como Luisa Martínez Casado, de modo que se podía constatar la brecha existente entre un teatro popular, mejor, populachero, y un teatro culto. Como ha apreciado Rine Leal:
Cuando la república estrena su himno y su bandera, el teatro cubano apenas si se entera. Claro que hubo entusiasmo nacionalista, pero pronto todo se desvaneció en medio de una creación típicamente burguesa y técnicamente endeble. Es ahora cuando la crisis se hace perenne, y termina por eliminar la expresión dramática […] El Alhambra, con su imagen «plattista» de la sociedad, subsiste largos años como la única muestra de un teatro popular.
Bajo la alternativa de música y teatro, a veces con la balanza a favor de una u otra manifestación, Cuba Musical fue reflejo de un momento de la vida artística cubana en años en que la escena nacional estaba realmente muy resentida, en tanto que la música, si bien gozaba de nombres excelsos, como algunos de los citados, estos muchas veces debían doblegar su talento para ponerlo en función de obras demeritorias. Habría que esperar hasta la década del diez para que comenzaran a surgir asociaciones como la Sociedad de Fomento del Teatro y la Sociedad Pro Teatro Cubano, y que la figura de José Antonio Ramos comenzara a hacerse notar en los escenarios, para que tanto la música incidental como los textos llevados a escena tuvieran verdadero rigor.
No obstante, en medio de los vicios comerciales que atascaban a la vida artística insular, Cuba Musical puede verse como un esfuerzo por divulgar acontecimientos de dos importantes segmentos de la geografía cultural cubana: la música y el teatro. Suspendida su salida en julio de 1905 para «introducir grandes reformas», estas, al parecer, nunca se concretaron, y la publicación no volvió a ver la luz. En ese mismo año fundó la Banda del Estado Mayor del Ejército, más tarde denominada Banda del Cuartel General, con un total de ochenta músicos bajo su batuta.
Para la historia quedará José Marín Varona, quien fue, también, uno de los fundadores de la Academia Nacional de Artes y Letras, creada en 1910, y director, junto a Modesto Julián, de la orquesta del teatro Albisu; y desde su fundación hasta 1912, junto a Rafael Palau, de la del Alhambra. Composiciones suyas como el vals de concierto Esperanza fue premiada en la Exposición de Buffalo, en los Estados Unidos, en tanto sus danzas Tropicales le valieron un premio en la Exposición Universal de París de 1900.
Su esfuerzo por mantener durante poco más de un año Cuba Musical puede inscribirse entre las voluntades por llevar adelante la cultura cubana aun en medio de serias dificultades y sin apoyo del estado. Su nombre hoy apenas es mencionado, pero baste consultar el Diccionario Enciclopédico de la Música Cubana, de Radamés Giro (2007), para constatar su numerosa obra, respaldada además por los criterios de especialistas como Edgardo Martín, quien en su Panorama histórico de la música en Cuba (1971) subraya los valores de este compositor, pianista y publicista.
Visitas: 49
Deja un comentario