José de Arimatea, después de la crucifixión de Jesús, se encuentra a un joven desnudo y lloroso.
-No me asombra tu gran pesar –le dice-, porque en verdad que Él era un hombre justo.
-No, si no lloro por Él –replica el joven-. Yo también he hecho milagros y todo lo que ese hombre ha hecho, ¡pero no me han crucificado!
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