—Regálame la Luna. —le había pedido Rose como prueba de su amor y él dijo que sí, que si tanto la deseaba. ¿Cómo negarse?
Ahora, pensándolo mejor, le agobiaba el temor de no poder cumplir su promesa. La parte legal no era problema. Podía comprar la Luna y tenía el dinero. Pero quedaba aquella situación con los asentamientos de colonos, siempre reacios a cooperar con las empresas mineras y reclamando autonomía. “Ah, si Rose supiera algo de economía o política, pero no, ella solo sabe que quiere la Luna, y yo se la prometí, y ella es tan hermosa, y… No sé qué voy a hacer con los colonos. Ya pensaré algo.”
— ¿Ves ese globo azul? — dice el muchacho señalando al cielo. —Es la Tierra, no soy tonta. —responde ella.
—Te la regalo.
La chica lo mira incrédula.
— ¿Por qué no me crees? —pregunta él.
—Es demasiado grande. ¿Qué haría con un globo así?
Ambos se echan a reír y se toman de las manos. Miran el lejano paisaje terrestre: las nubes, mares y continentes. Varios puntos negros se recortan en el fondo azul y van tomando forma ante sus ojos sorprendidos. Minutos después, comienza el bombardeo.
(Antología Letras Cubanas)
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