El bebé nunca resbaló de sus manos enjabonadas.
Su cabecita no chocó contra el borde de la bañadera.
Ella no gritó desesperada ni tiró de sus cabellos hasta desfallecer.
Tampoco se aferró al ataúd suplicando que la enterraran junto a su hijo.
Ella pasa frente a mi portal con el niño entre sus brazos. Se detiene un instante, me mira, sonríe y continúa el camino arrullándolo con su nana.
Pequeñas miserias cotidianas. Editorial Capiro, 2016.
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