Las manos le temblaron por última vez.
Luego, las uñas fueron cediendo al paso irrefrenable de las aguas que nacían debajo de ellas.
Todo fue sumergiéndose. La casa. Su familia. La palma real que sembró el abuelo de su abuelo al llegar a aquella tierra. Las antenas que colgaban como faroles rotos de los techos de los edificios.
Diez ríos brotaban de cada uno de sus dedos.
Vio pasar a miles de ahogados. A un perro que se sostenía a duras penas encima de una silla. Hierro. Y muebles. Y pedazos de tantas cosas usadas.
A la mañana del día siguiente se descubrió sola, a la deriva, en el medio del mar sin fin.
Antología Letras Cubanas. Foto tomada de Claustrofobias.
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