Hace unos años, viajando con un arqueólogo por el altiplano de México, encontré en el jacal de un indígena una pieza de rara belleza, que provocó en ambos una reacción muy distinta.
Ignorante como soy de las cosas del pasado… y del presente, solo advertí lo que de modernísimo existía en aquel pedazo de arcilla, modelada con tanta elegancia por la mano del indio, y sin fijarme que estaba ante un venerable documento de la antigüedad exclamé, con una frase socorrida, de profano, pero que reflejaba mi emoción ante la belleza:
-¡Qué maravilla!
El arqueólogo, que como hombre de ciencia está impedido de decir palabras vanas, tomó la pieza con gesto de conocedor, le dio dos vueltas a la altura de sus ojos, y después de mirarme con una infinita piedad, exclamó:
-¡Azteca III!
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Por qué no se publican libros de ciencias ficción o novelas? Todos son cuentos cortos y sin sentido