Con una mano sobre la cara del muerto, susurró algo. El cadáver abrió los ojos, gimió, se contorsionó, intentó librarse de las ataduras de la mortaja.
Lo sujetó por el cabello; sacó de sus ropajes una daga y la clavó en el corazón del revivido, que volvió a ser cadáver. Con la mano derecha sobre la cara del muerto susurró.
La herida en el pecho del cadáver se fue cerrando y esta volvió a cobrar vida entre gritos y sacudidas.
Sujetó la cabeza al revivido y le abrió los párpados, le revisó los ojos. Negó y volvió a apuñalarlo en el corazón. Se puso en pie y miró al muerto, luego a la tarde que comenzaba. Tragó saliva. Durante unos minutos, caminó a la habitación de un lado a otro. Se detuvo junto al cadáver y, agachándose, comenzó nuevamente. Susurró algo.
El muerto, sereno, abrió los ojos y con rostro maravillado miró al hombre.
–¡Maestro! –dijo.
No le dio tiempo a más y le volvió a quitar la vida.
–Nuevamente –se dijo–, luego podré hacerlo delante de todos y terminarán las dudas.
Se puso de pie frente al muerto y extendiendo teatralmente una mano, ordenó:
–¡Lázaro, levántate y anda!
Premio Luis Rogelio Nogueras 2018.
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