Quiso jugar a los médicos. Dejó que pegara mi oreja a su pecho desnudo y le diagnosticara taquicardia. Ya al límite de la desnudez, quise jugar a otra cosa. Propuso jugar al maestro y la alumna; y la senté frente a mí, y escribí en la pizarra todo lo que sabía, y ella me enseñó todas sus zonas de dudas. Y cuando no quedaba más por ver y aclarar, pedí cambiar de juego. Me insistió en jugar al violador y la víctima… y ahora, acurrucada y temblorosa en un rincón, creo que ya no le gusta que me apasione tanto con sus propuestas.
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