¿Qué tal si esos diarios maltratadores, como recepcionistas, dependientes, funcionarios diversos, empiezan a ser ajusticiados por vengadores salidos del pueblo? ¿Deberíamos restaurar los duelos, cambiar a números las palabras del lenguaje, legalizar el suicidio? ¿Deberíamos borrar toda la historia y dedicarnos solo a pensar en el futuro? ¿Podrían curarse los burócratas con choques eléctricos, encierros y escarnios populares en públicos paseos sobre burros? ¿Mejorarían su gestión políticos y jefes si hubiera un horario programado a diario para burlarse de sus palabras tres veces al día?
Algunas de las respuestas a estas inquietantes preguntas, y varios otros cuestionamientos, no menos inquietantes, están en el libro El cuaderno de los disparates. Se trata de una obra de Julio Travieso Serrano que publica Ediciones UNIÓN y que obtuvo el Premio de la Crítica en 2019.
Para el público cubano, Serrano no resulta un autor desconocido. Autor de plurales títulos, entre cuentos y novelas, además de ejercer como traductor de otros escritores, posee una vasta obra publicada en el país y también en el extranjero. El polvo y el oro, Llueve sobre La Habana y Para matar al lobo, entre otros, son seguramente bien recordados por sus lectores. Asimismo, atesora el Premio Uneac de novela (en 1981); el de la Crítica y el Razón de Ser; el Premio Mazatlán de literatura en México; además de otras distinciones y condecoraciones.
Con este cuaderno de disparates, el escritor regresa a la tradición del personaje loco, o, dígase con mayor exactitud, a ese ser que piensa, se comporta y se expresa fuera de las normas habituales. Así, resulta posible el recurso de poner en su boca unas cuantas y perturbadoras reflexiones. Un brevísimo e incompleto repaso donde podríamos incluir a Erasmo de Rotterdam y Ambrose Bierce; al Bosco y su Nave de los locos; o, más cercanos, al Rantés de Hombre mirando al sudeste y hasta al reciente y existencialista Joker, daría algunos antecedentes para entender las sendas del personaje que protagoniza estas páginas. Hablamos de una de esas obras donde, desde el prisma distorsionado del desvarío mental (dígase la demencia, según nuestras cuerdas visiones y convenciones), se pone en solfa la crítica a la humanidad, a sus historias y, sobre todo, a sus más absurdos y despiadados comportamientos. Tal vez, huelga decir que muchos de ellos nos acompañan en nuestros días. Esos son los predios que recorre el libro.
El diagnosticado como esquizofrénico paranoide Antonio Trase, por consejo médico, empieza a escribir sus visiones sobre un entorno cruel, violento, lleno de falsedades e injusticias, y que se parece demasiado al mundo real en que vivimos. Producto de tales reflexiones el presunto orate se plantea, además, varias de las posibles soluciones. Son sus Proyectos, con los cuales podría reconducirse a la humanidad a la armonía, la paz y el amor. En dichas soluciones, por supuesto, tampoco se excluyen la violencia y la represión, social, desde las leyes o desde el individual asesinato en venganza. Aunque, salve la aclaración, en estos casos se utilicen tales medios con buenas intenciones y en aras de positivos fines. Ese peligroso filo, que igual puede ser enunciado en brutal y descarnada imputación, cruda misantropía o decirse como encantadora ternura y despertar la piedad, y hasta la adhesión, es el tono que recorre todo el texto desde la voz de su supuesto lunático.
Otras interesantes líneas de la obra están en el replanteo y expresión de nuevos significación de algunas tradiciones e historias religiosas, mayormente católicas en este caso, y que deberán leerse sin fantasmas dogmáticos, o sin fantasmas de ningún tipo, y sí con los sentidos bien atentos. El debate, la posibilidad de evaluar nuevos saberes, y un momento para darle una sacudida al pensamiento o exteriorizar una sencilla sonrisa, son las consecuencias directas de las alucinaciones del escritor.
Sin dudas, será un rato agradable el que regale la lectura de esta obra, donde se ofrece una nueva tasa de valor para el disparate y la insania. Como diría el propio Trase:
El saber de diez locos es mucho más útil que el de cien cuerdos que, por cuerdos, todo lo acomodan a sus intereses y opiniones preconcebidas. Los locos, en cambio, todo lo van diciendo según les viene a la mente, sin preocuparse de sus provechos.
Entonces, póngase a leer y luego elija su bando entre los sanos racionales que pretendemos ser y los insensatos disparatados que realmente somos.
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