Las primeras virtudes que me deslumbran al analizar el pensamiento cultural de Fidel son la audacia y la tenacidad, quizás porque no sean estas las más socorridas. No constituyen las únicas, claro, pero a mi modo de ver permiten trazar una buena hoja de ruta para la lectura disfrutable de Lo primero que hay que salvar (Intervenciones de Fidel en la UNEAC), volumen compilado por Elier Ramírez Cañedo y Luis Morlote Rivas (Ediciones Unión, 2021).
Estamos efectivamente ante un compendio donde sobresalen la audacia y la tenacidad (riesgo y persistencia adyacentes) de Fidel en el trazado y conducción de la gigantesca plataforma cultural de la Revolución, analizada, corregida y ratificada en debate constante –y no siempre complaciente– con la intelectualidad convocada a los congresos de la UNEAC.
Las enjundiosas intervenciones del líder fluyen por estas páginas en connotativa sucesión, signadas por la claridad expositiva, el ameno tono dialógico, la capacidad visionaria, la objetividad, la sinceridad, el hondo humanismo, el sentido histórico, la empatía, el rigor en el dato, el respeto a la inteligencia y el espíritu reivindicativo… La belleza del pensamiento coherente hace de estas piezas joyas oratorias en su mayoría, como bien fundamentó Marta Rojas al proponer para Fidel la condición, concedida en 2008, de Miembro Emérito de la UNEAC.
Como en una buena novela de caballería en tiempos de modernidad y posmodernidad, desde estas páginas vamos accediendo al pensamiento virtuoso del luchador justiciero, solo que a diferencia del disparatado espíritu de aquel «hidalgo señor de La Mancha», aquí la voluntad de «desfacer entuertos» deviene sueños conquistados, instituciones fundadas, procesos activados, no para derrotar molinos de viento sino para construir, con la cultura como arma, «rascacielos enormes (…) en la mente y el corazón de nuestros compatriotas», porque «Nivel de vida no es solamente toneladas de cosas materiales [sino también] muchas toneladas de cosas espirituales». Así lo afirmó en el IV Congreso de 1988, el de abordaje crítico y autocrítico más intenso del conjunto, según aprecio.
Dejó bien claro en aquel cónclave que «la condición fundamental del revolucionario es la eterna inconformidad». Vivíamos días de honda remoción de las pautas de funcionamiento del país centrada en el desmontaje de una concepción tecnocrática centralista que soslayaba a la cultura porque no producía bienes tangibles. Eterno inconforme, Fidel propuso y ejecutó un viraje radical con la reconquista de viejas, pero probadas concepciones sobre lo que debe ser la sociedad socialista en nuestras condiciones.
Si tomamos en cuenta que se trata de una compilación de textos concebidos mayormente desde la oralidad y separados por décadas y un cúmulo de cambios radicales en los distintos contextos en que se emitieron, sorprenden, insisto, la audacia y tenacidad con que el líder asimiló y propuso cambios radicales, relecturas quirúrgicas, análisis apegados a lo objetivo sin que en ningún momento se perdieran las esencias de la gran epopeya humanista revolucionaria. El rediseño permanente de las tácticas, enfoques, prácticas, y hasta estrategias de fondo solo se podían acometer, en comunión con las dinámicas políticas más insospechadas, con la valentía del titán que nunca se detuvo ante barreras internas o externas y siempre supo extraer frutos sanos de cada coyuntura.
Son textos de seis de los nueve congresos en los que lo mismo expuso en el temprano 1961– la inédita plataforma inaugural que se proponía construir la Revolución –y construyó– en favor de la cultura y sus artistas, que describió el complejo escenario de 1988, en medio de la Campaña de Rectificación de Errores y Tendencias Negativas, y los inicios del derrumbe del socialismo en la URSS y otros países; o los ajustes a que obligó el Período Especial –indeseables algunos, como la irrupción del dólar y ciertos enfoques procapitalistas– expuestos en el V Congreso de 1993, de donde emergió la frase que da título a esta compilación; o de los entresijos del racismo residual, tema a debate en el VI Congreso de 1998. Ningún contexto igual, ningún reto sencillo ni de pequeña magnitud, ningún principio entregado.
Los dos análisis introductorios: de los compiladores el primero y de Abel Prieto, el segundo, así como el discurso de clausura del presidente Díaz Canel en el IX Congreso de 2019, nos avisan de un contenido gracias al cual podemos asumir interpretaciones lúcidas de los ángulos más notables de la personalidad y la grandeza épica –no por épica menos lírica– de la hermosa aventura justiciera en la que venimos participando desde 1959. Constituyen pruebas inobjetables de la germinación del pensamiento fidelista.
Leamos entonces con placer esta reconfortante lectura y asumamos, como bien expresan muchos cubanos de hoy, que somos continuidad y portadores de una herencia luminosa.
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