Ha sido más que feliz el debut de Daneris Fernández Fonseca (Rodrigo, Villa Clara, 1970) en el panorama de la narrativa policial cubana contemporánea. Lo ha hecho con dos libros muy singulares, uno de cuentos, La culpa es de Michael Jackson (Ediciones Matanzas, 2024 – Premio Fundación de la Ciudad de Matanzas 2022), realista, del día a día en esos pueblos polvorientos que no son campo ni ciudad, y el otro la novela Los cuervos de tus ojos, reciente Premio Uneac Cirilo Villaverde, histórica, desarrollada en la ciudad de Matanzas de principios del siglo XX. Ahora bien, para ser exactos, quien ha seguido de cerca la obra de Daneris podría estar objetando que no son dos, sino tres sus libros policiales. Y si en este mismo instante alguien me emplazara con eso, tendría que concederle la razón. De tal modo, habría que reubicar su debut en este subgénero literario una década atrás, al dar a conocer, también por Ediciones Matanzas, la interesantísima noveleta Mauricio en Peñaparda, fruto del taller de escritura para niños y jóvenes que impartía José Manuel Espino en la capital yumurina, en donde Daneris reside desde hace casi tres décadas. De cubierta hecha con cartulina amarilla, trabajada en serigrafía, en primer plano, con una lupa, creo que también una gorra, el minino investigador, el singular Mauricio, la noveleta podría haber inducido a pensar en ese 2013 que Daneris iba a ser uno de esos autores bautizados como policiacos involuntarios. De los que incursionan en la literatura negra de pasada, solo por darse el gusto, o por un reto de cualquier índole, un amigo entre una y cerveza y otra, «¿A que vos no te atrevés, pibe?», o, sencillamente, como en este caso, un ejercicio de clase. A la larga, hoy lo vemos, lo de Daneris es distinto.
Su interés por lo que subyace en este tipo de literatura podría habérsele inoculado en la infancia, en su natal poblado de Rodrigo, y no precisamente por los cándidos juegos de policías y bandidos sino por las navajas, punzones, vergajos, manoplas y un sinfín de armas que jóvenes de mayor edad, en época de carnavales, se mostraban unos a otros, envalentonándose: que no, que nadie cogería mangos bajito con ellos. Hace unos días, en un mensaje de voz por Whatssap, Daneris me contaba lo que vendría a ser la otra cara de la moneda de eso que experimentaba por entonces y que él considera como embrión, resorte de esa pulsión inevitable hacia el subgénero policial: un tío, vigilante de un batey o de un central, de quien los vecinos hablaban horrores por su manera específica de practicar la ley y el orden, y quien tenía un cajón lleno de tirapiedras y otras cosas que les quitaba a los chiquillos revoltosos. Pero, en esos tiempos de Santa Clara hubo algo más que Daneris considera definitorio en muchos sentidos: al comenzar Historia en el Pedagógico, se inscribió en un taller literario y conoció a los escritores René Batista, Agustín de Rojas, Félix Luis Viera y, muy especialmente, a Lorenzo Lunar, un autor emblemático del policial cubano que le aportaría muchas claves y en quien siempre sigue admirando «su habilidad para crear personajes memorables y esa manera tan suya de mezclar violencia, podredumbre y humor».
La culpa es de Michael Jackson, recientemente presentado por Ediciones Matanzas en formato impreso, empezó a crecer dentro de los cuadernos de cuentos de Daneris: Música de fondo (2003), Katiuska Molotov o el arsenal ruso (2009) y Los caballeros las prefieren rubias (2016). Estos no eran policiales, pero sí contenían textos de tal índole que fueron apareciendo por aquí y por allá, así como quien no quiere la cosa. Recuerdo la sorpresa del escritor e investigador cubano Carlos Espinosa Domínguez, fallecido hace poco, a quien le llamaron la atención «Calabozo» y «Domingo rojo», por el tratamiento de «la figura del policía». Los había leído en Katiuska Molotov o el arsenal ruso, que él reseñó elogiosamente. Esos dos relatos, y «Música de fondo», que viene de su primer libro, reaparecen ahora en La culpa es de Michael Jackson, donde también se encuentra «Amores perros», pensado en un primer momento para Los caballeros las prefieren rubias, libro con guiños al cine, en el cual, en medio de las premuras del proceso editorial, terminó no incluyéndose.
Al acercarse a La culpa es de Michael Jackson hay que pensar antes que todo en un aspecto que salta a primera vista y que, además de ser en sí mismo una novedad dentro del policial cubano contemporáneo, define en muchos sentidos el camino por el que enrumban las dieciséis narraciones que en definitiva conforman este volumen. Me refiero al escenario en que se desarrollan: polvorientos pueblos semirrurales que no son ni campo ni ciudad, entre los que habría que incluir a ese natal Rodrigo del autor que podría, perfectamente, haber sido el modelo a seguir en estas páginas. No es un solo pueblo para todas las historias sino que cada una transcurre en uno distinto, sin que en ningún caso se le dé nombre, algo obviamente simbólico. Todos son, a la vez, uno. Pregunté a Rafael Grillo, inquieto estudioso de nuestra narrativa policial y autor él mismo de este subgénero literario, y, como mismo me pasaba a mí, tampoco conocía otro libro con estos espacios como epicentro. Lo que más cerca veía, me dijo, eran los ámbitos rurales, plenamente rurales, de Mario Brito Fuentes, también villaclareño, quien ha hecho trascender a Ríos de primavera, ese pobladito que incluso da título a una colección de sus cuentos.
En La culpa es de Michael Jackson, el entorno conforma una atmósfera densa y tensa, en medio de su pobredumbre material y espiritual, en medio de ese estar en el fin del mundo y sin importarle a nadie, algo que coadyuva a moldear dramáticamente las existencias de esos policías y jefes de sectores, los personajes protagónicos, los cuales, como ha declarado este autor, luchan en ese medio «no solo contra boliteros, cuatreros o asesinos circunstanciales, sino que se defienden de sí mismos y de una suerte de Fuenteovejuna que se conjura para hacerles la existencia más vacía y solitaria».
Es importante prestar atención a esto último que apunta Daneris, es decir, a esa resistencia de la comunidad a la autoridad, ese síndrome de Fuenteovejuna, cuyo reflejo es uno de los grandes logros del libro y aporta organicidad a estos agentes de la ley, que más allá de cómo puedan llevar a cabo el cumplimiento de su deber, sean justos o no, sean violentos, implacables, o no; corruptos, o no; experimentan una distancia de los demás, sienten en torno un rencor que los sobrecoge. En «Domingo rojo», el policía teme al ladrillo o a la perga traicionera lanzada en cualquier carnaval; en «Calabozo», el policía lamenta no poder ir a sentarse al parque como cualquier otro mientras el de «Higiene mental» confiesa su temor a comer algo en la calle porque «esos pendejos» se la pueden escupir.
La culpa es de Michael Jackson da continuidad a una estrategia y a tácticas muy personales de este narrador para pensar, para trazar y contar las historias. En este sentido, habría que añadir, por ejemplo, la manera en que incorpora texturas al desarrollo de los personajes, de las atmósferas, las tramas, a partir de un reflejo peculiar del sexo, el morbo, lo escatológico y un humor casi negro en ocasiones. Por otra parte, su acostumbrada visión cinematográfica es esencial en este libro, trabaja con precisión escenas y escenarios, realiza cortes y con los quiebres temporales en los textos más extensos facilita su dinamismo, además de restar dramatismos, para alcanzar un soplo necesario de aire. Es algo que ocurre también, con la propia estructura de este volumen, a partir de la extensión de los textos, entre los que se hallan desde el relato casi noveleta que da título al libro, hasta otros menos largos y un grupo de minicuentos realmente notables. Los minicuentos oxigenan mucho. No solo por la extensión sino por su misma concepción. El resto de los textos están en tercera persona pero los minicuentos en primera, con un tono más fresco, con una aparente sencillez que denota un dominio en la escritura de este tipo de narraciones. Mientras en las otras se crece desde la suma de detalles, resulta paradójico cómo aquí esto ocurre a partir de prescindir de todo cuanto sea posible. «Una pistola caliente», «Higiene mental» o «Ampaya» dan para hacer un largo estudio de qué se puede lograr desde un minicuento policial. Ya Daneris Fernández Fonseca ha anunciado nuevos proyectos policiales, específicamente una novela que tiene su escenario en el campo mambí, y prepara un estudio sobre la novela negra de Paco Ignacio Taibo II, como parte de su doctorado en la Universidad de Concepción, Chile. Recordemos, asimismo, que Ediciones Unión publicará el próximo año, en formato digital, su novela Los cuervos de tus ojos. Esperemos todo eso, claro está, pero mientras, disfrutemos de La culpa es de Michael Jackson, libro de cuentos que se incorpora con luz propia al panorama de la literatura policial cubana contemporánea.
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