Cuando se habla de los escritores asesinos es frecuente pensar en aquellos autores que, amparados en su rica imaginación, han creado los monstruos al estilo de Frankenstein o de Drácula, o en aquellos que moviéndose en los terrenos de la literatura policial han creado tantos asesinatos casi perfectos y aparentemente insolubles para que sean desentrañados por detectives geniales. El horror es, hace mucho, una de las fuentes nutricias de la literatura. Dadme una buena historia de horror y moveré el mundo de los lectores, pudiera afirmarse en paráfrasis libre del postulado de Arquímedes.
No es tal el tema que nos ocupa, porque, escritores ha habido que, arma en mano, han agredido y dado muerte a semejantes suyos. Es asunto escabroso. Se ha tratado de escritores célebres, y sus biógrafos suelen dar un rodeo cuando llegan a este punto de sus vidas. A la memoria de quien escribe vienen tres casos de hispanoamericanos procesados por asesinato, porque lamentablemente no todos los intelectuales han propugnado la filosofía de la no violencia.
Salvador Díaz Mirón
El poeta mexicano Salvador Díaz Mirón (1853-1928), quien vivió en Cuba algunos años, impartió clases y cautivó a la sociedad habanera con sus versos y decires:
Prendas hay en mi espíritu y lo exploro,
y de buzo trabajo por cogerlas
y logro al fin desentrañar las perlas
y las engarzo en oro.
Sin embargo, fue hombre de genio incontrolable, extraordinariamente violento. Veamos, en síntesis, su currículo al respecto.
Hizo carrera política y gustaba de los duelos para dirimir las diferencias. A los 25 años, en un tiroteo, sufrió una herida en la clavícula que le inutilizó un brazo. Tuvo varios duelos famosos, pero su primera víctima mortal fue un tendero al cual golpeó desaforadamente. Ocurrió en 1883 y salió absuelto porque alegó legítima defensa. y, aunque no podemos asegurarlo, es probable que su condición de político y figura pública influyera favorablemente en el veredicto. Pero tanto va el cántaro a la fuente… que en 1895 mató a otro hombre que lo había golpeado con un bastón. Pasó cinco años en la cárcel. Por si fuera poco, tiempo después volvió a presidio por intento de asesinato a un diputado que lo mandó a callar. Todavía tuvo tiempo para agredir a culatazos a un alumno que lo retó.
Violento de veras don Salvador, quien yace en la rotonda de las Personas Ilustres, en Ciudad México.
José Santos Chocano
Las opiniones que ha generado la vida y la obra de José Santos Chocano (1875-1934) son muy diversas, a veces del todo contradictorias. Polémico, cambiante, violento, imprevisible… Las calificaciones para su quehacer ciudadano son innumerables. El tiempo en cierta medida le ha pasado la cuenta al escritor peruano, lo cual no quiere decir que en su patria no se le estime y honre.
Por sobre todo, José Santos Chocano fue, en su momento, un poeta muy popular, y todavía hoy es un peruano famoso como pocos, en una tierra de escritores ilustres, lo cual le confiere ese mérito adicional. Estuvo en La Habana cuando menos dos veces, y aquí se le agasajó.
Soy el cantor de América autóctono y salvaje;
mi lira tiene un alma, mi canto un ideal.
Mi verso no se mece colgado de un ramaje
con un vaivén pausado de hamaca tropical.
Un detalle, entre muchos otros, ilustra acerca de la personalidad de José Santos Chocano: mató de un tiro a quemarropa a un compatriota crítico de su obra y conducta, entonces se le tildó de poeta asesino y de manera casi unánime se censuró en todos los medios su conducta, aunque por padrinazgos políticos cumplió una breve sanción. Años después el propio Santos Chocano fue asesinado en un tranvía, hallándose en Santiago de Chile. El homicida, quien resultó ser un desequilibrado mental, se consideró engañado por Santos Chocano en un negocio bastante dudoso del cual ambos participaban.
De vanidoso, inmodesto, ególatra, ambicioso, se le ha tildado, además de equilibrista en el ámbito político, caudillista, apologista de las dictaduras, pero es evidente que José Santos Chocano poseyó talento lírico, destacó como poeta y se atrajo muchos lectores a lo largo de su existencia de 59 años, en especial en el lapso que abarca el primer cuarto del siglo XX.
Carlos Montenegro
Carlos Montenegro (1900-1981) nació en Galicia, España. De padres cubanos, tuvo una infancia y adolescencia muy activas, en las que tuvo que ganarse el sustento en diversas latitudes, fuera ya en Argentina, en México o en Estados Unidos, en labores que entrañaban largas jornadas, esfuerzo físico y no exentas de riesgos. Montenegro fue coetáneo de otros narradores cubanos importantes, entre ellos Alejo Carpentier, Enrique Serpa, Pablo de la Torriente, Renée Méndez Capote…, lo que es decir, el tránsito del siglo XIX al XX.
Su novela Hombres sin mujer — publicada en México, 1938—, señala no solo su mejor momento narrativo sino que le gana un reconocimiento extensivo a nuestros días. La crudeza de las escenas, el estilo desprovisto de encajes y la fuerza de la trama, convierten esta obra en una descarnada representación realista, con sus miserias, abusos sexuales, injusticias y deshumanizaciones más atroces y al mismo tiempo verídicas. Es por ello que Hombres sin mujer, considerada entre las mejores producciones de la novelística cubana, actúa como denuncia social, como documento que clama por una vida más digna y equitativa en oportunidades.
Son las propias experiencias del autor las que el libro recoge. Veamos: Montenegro tenía 19 años cuando mató a un hombre en el puerto de La Habana. Por más de diez años permaneció preso en el Reclusorio Nacional del Castillo del Príncipe y en el Presidio Modelo de Isla de Pinos, donde mucho leyó y escribió sus primeros relatos. Su obra y los reconocimientos alcanzados promovieron una campaña de los intelectuales cubanos en favor de su indulto, finalmente conseguido.
El tema no queda agotado. Está invitado a encontrar otros ejemplos, que los hay. Pero lo esencial, en ninguno de los casos la agresividad conductual los ha privado de ocupar el sitial que ocupan merecidamente en las letras de habla española. Después de todo, el escritor, aunque un ser especialmente dotado para la literatura, tiene las virtudes y defectos que acompañan desde su origen al ser humano.
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