
De dos en cuando, de Eufemio Ramos Carabeo (Ciego de Ávila, 1959), sería ese libro repudiado por la sociedad cubana de los siglos que nos antecedieron. Todavía en Ciego de Ávila hubiese causado un revuelo nefasto, sino fueran otros los tiempos y otro el público lector.
Publicado por ediciones Ávila en septiembre del 2013, ya duerme los diez años como todo un ejemplar nefasto, repudiado por algunos puritanos oportunistas, y que continúa siendo un ejemplar cargado de muy buena narrativa, también erótica, en esencia.
Son ocho historias de violación, pederastia, violencia y agresiones de todo tipo. Mundos llenos de niebla y por momentos, romántico, al menos en esa tendencia a que no haya un poco de claridad, o un poco de Dios por alguna ventana.
La mentira, el odio, las ofensas y hasta la venganza están aquí como peces en el agua. Igual la cara de un hombre que grita hasta romperse los pulmones con tal de conseguir un poco de sosiego, en su cubierta.
Como su título parece decirnos, cada cuento está contado por un narrador omnisciente en segunda persona. ¿La voz de Dios, de las víctimas, de un testigo que no se preocupa por cambiar lo feo? Pero que consigue intimar más con el lector y hacerle estos cuentos como quien conversa tras el café humeante y manotazos en el aire.
La edición corrió a cargo de la exquisita Carmen Hernández Peña y goza de un acabado bastante elegante. Una o dos erratas en sus páginas que, en medio del ambiente enrarecido, no se echan a ver. Pareciera a propósito, pero es solo eso, erratas.
Con una impresión en la rizográfica, y en escala de grises, nos recuerda esas ediciones arcaicas empobrecidas y en espera de una camisa a color para disfrazar tanta morbosidad.
Los libros, extensión de la memoria y de la imaginación, pueden ser benévolos y pueden ser endiablados. Este de Eufemio Ramos, es el vivo ejemplo de uno endemoniado. El morbo y la impiedad están presentes en él y luego pasarán a nosotros una vez terminada su lectura.
Nos causa todo tipo de sensaciones adversas; nos hace pensar en la realidad circundante, porque sus historias salen de la realidad, en muchos casos; y nos provoca un deseo contradictorio de seguir leyendo, para adentrarnos en los mundos de Antonia, Alba, Paco, Juana, y tantos otros hombres y mujeres de este siglo cubano.
¿Es que el hombre tiene de ángel y demonio? Lo que nos repela se vuelve atractivo. Lo triste nos resulta bello. La angustia de estar vivo es más interesante que estar vivos en plena felicidad. Y ser felices dura menos de diecinueve segundos. El que tenga ojos para ver, saque conclusiones. Por eso, este libro ha sido y es, un éxito de ventas.
No dejo de aplaudir su publicación por ediciones Ávila en el 2013. Eufemio Ramos es un autor cuya profesión se alejaba por completo del oficio de escritor. Es Licenciado en Educación, en la especialidad de Química. Trabajó por algunos años en los laboratorios forenses y de allí seguramente, tomó las armas para labrar su literatura.
Cualquiera podría imaginárselo entre las cuatro paredes de su laboratorio forense, atestiguando historias increíbles que bien podrían engrosar la vasta literatura del realismo mágico, porque, de tan real llega a quedarse en ese límite con lo fantasioso, con lo increíble.
Tal vez ese sea el ingrediente que hace de su narrativa un ejemplar atractivo. Pero le falta aún un poco de oficio. Ese oficio que hace del escritor un esclavo de la silla, del cauce de la imaginación, de la enajenación momentánea. Su narración todavía padece de aquellos destellos de inocencia que todo principiante tiene. Y que se denota más, cuanto más se descubren las influencias literarias, que van desde Carlos Fuentes, a quien le hace un guiño narrativo, hasta Mario Vargas Llosa y al propio Marqués de Sade.
No siempre la estructura de la narración resuelve felizmente la trama que cuenta. Y en esto va también el oficio. Nunca un escritor debe conformarse con la primera versión de su texto. Mover las partes, como un caleidoscopio, puede ser, también, una fórmula creativa para hallar el tono y la forma necesaria. Y este es el ejemplo del libro trabajado hasta la saciedad, aunque no deja de ser formalmente reiterativo. El recurso de los vasos comunicantes entre los puntos de vista en una misma historia, se repiten, y hasta llegan a parecer falta de creatividad. Pero, por suerte, la forma en que está armado el libro, de tan solo 60 páginas, no consigue daños mayores.
Borrar, saber borrar, es casi tan importante como saber escribir. La insinuación es la mejor forma para conseguir el impacto deseado. La grandeza de un Horacio Quiroga residió, principalmente, en dar con metáforas narrativas, lo que para otros se hubiera resuelto directamente. Estas cosas, y muchas otras, son recursos del oficio. Dominarles, o al menos conocerlas, hace más feliz el acabado de la obra artística.
Eufemio Ramos había publicado ya, para la fecha, dos libros de cuentos. Ambos con la misma morbosidad o estética de lo feo como en aquel Que los perdone dios, del 2010. Ambos por ediciones Ávila. A mi juicio, en De dos en cuando, se define más como cuentista y alcanza un grado de madurez que promete un buen futuro para la narrativa avileña, pero no debe dormirse. El sueño de los justos lo puede arrojar para siempre del camino de la gloriosa literatura.
Usted, no tenga miedo, lea este libro que de seguro le parecerá muy a tono con los tiempos que corren. No olvide que el arte es un reflejo de la realidad por muy fantasioso que parezca.
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Texto tomado del Periódico Invasor.
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