Versión de la introducción al libro Del donoso y grande escrutinio del cervantismo en Cuba[i]
No sé […] si la obra cervantina ha sido comentada, absorbida con tanto amor en otros países como lo ha sido en Cuba […]. Pero de lo que sí estoy cierta es de que en parte hemos puesto tanto amor en sacar a la luz de nuestro siglo, luz ya crepuscular, el talento y la imborrable huella que esta pluma ha dejado en todos los que de ella nos servimos para expresar nuestros sentimientos. Y que no somos solo los de habla española sino que en realidad se ensancha su huella a manera de la que deja en el agua de un lago el material que con suficiente peso llega a tocarla.
Dulce María Loynaz (1993)[ii]
No sabían los esperanzados legionarios de la conquista del mundo de los eldorados y potosíes de las Indias Occidentales, que al llevar en sus naves ejemplares de la edición príncipe de la Primera Parte de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, legaban a la nueva cultura que se gestaría uno de los pilares de su revolucionaria construcción. De tal forma, desde que el Quijote arribó a nuestras costas en los albores del siglo XVII, desde que se introdujo gracias al impulso de una trasgresión (aquella representada por la burla de una ordenanza de la Corona, que prohibía pasar al Nuevo Mundo «libros de romances de historias vanas o de profanidad, como son de Amadís e otras de esta calidad, porque este es mal ejercicio para los indios, e cosa en que no es bien que se ocupen y lean»), el Quijote fue sujeto a un proceso de apropiación permanente por parte de la otredad latinoamericana que paulatinamente iría emergiendo. El autor real de la historia —lamentable, pero afortunadamente— no había logrado cruzar el Charco debido a los entuertos que nunca —o casi nunca— pudo desfacer. Quizás por ello, más allá de su agudo poder de observación y análisis de la realidad que le cupo habitar, América es poco frecuentada en su obra y el desencanto que le supuso alcanzó su clímax en El celoso extremeño. En esta obra, Filipo de Carrizales, el hidalgo de Extremadura, hijo de padres nobles, después de malgastar su juventud y fortuna en España, Italia y Flandes, llegó a Sevilla, donde consumió lo poco que le quedaba y:
Viéndose, pues, tan falto de dineros, y aun no con muchos amigos, se acogió al remedio a que otros muchos perdidos en aquella ciudad se acogen, que es el pasarse a las Indias, refugio y amparo de los desesperados de España, iglesia de los alzados, salvoconducto de los homicidas, pala y cubierta de los jugadores […], añagaza general de mujeres libres, engaño común de muchos y remedio particular de pocos.[iii]
Pero el Caballero de la Triste Figura, llamado por su espíritu aventurero, no resistió la tentación de alcanzar también el nuevo finisterre y dióse allí —quizás mejor, decir aquí— la oportunidad de cambiar su proceder habitual y privilegiar la acción de las letras por sobre la de las armas para edificar —único espacio posible— una realidad otra, instalada justo en la cuarta dimensión de que hablaba Alejo Carpentier en su discurso de recepción del Premio Cervantes en 1978. No suele entenderse al Quijote como un indiano,[iv] pero lo fue en la sobrevida de la novela. No suele leerse al Quijote, en los más legitimados textos que lo estudian, como criollo americano, pero lo fue, y de los primeros. En su transculturación, trocó la armadura europea por trajes de todo el continente y del Bravo a la Patagonia se le ha visto desde entonces galopar sobre Rocinante, junto a su escudero, ideando inusitadas Dulcineas por las cuales rendir tributo de amor.
Fue Cuba —lo es— de «las más fermosas» que jamás desencantara el caballero. A Cuba la engendró como padre, y en ese juego de identidades de que tanto gusta, Cuba también lo adoptó como hijo y lo acaricia como amante. Pero con la conducción del Quijote y de Sancho, además, comenzó una sistemática cabalgata de obras y personajes cervantinos por los caminos de la cultura cubana, un peregrinar infatigable y seminal. Por eso, los cuatrocientos años del Quijote son para la Isla, por fuerza de la esencia de nuestro ser, por razones de abolengo, de lengua y de historia, un motivo excepcional de regocijo y convite.
Numerosas personalidades cubanas han explicitado el embrujo cervantino de la cultura cubana. Juan José Remos y Rubio, en 1947, afirmaba, después de un estudio pionero sobre la presencia de la obra de Miguel de Cervantes en la Isla:
…existe en Cuba una valiosa tradición cervantina que habla alto y claro de nuestros innegables valores culturales, porque pueblo que pueda dar al mundo de habla castellana el aporte de estos estudios […], es un pueblo digno de respeto en lo que más puede aspirar a ser respetada una nación pequeña como la nuestra: en su caudal espiritual. Y a fe que por su hondura y originalidad, son exponentes que acusan un altísimo sentido del genio del idioma a través de su símbolo humano. La preocupación por Cervantes y su obra, reflejada en la laboriosidad de destacados escritores cubanos que son los que, al cabo, vienen a encarnar la más ejemplarizante actividad en lo que toca al cultivo y atención del granero filológico y literario, entraña la postura más autorizada del espíritu cubano ante uno de los más importantes e insinuantes problemas que atañen a la cultura.[v]
Por su parte, Fina García Marruz, en 1949, llamaba la atención al respecto de la siguiente manera:
Sería curioso estudiar la constancia de esa singular atracción que ha ejercido Cervantes sobre nosotros, con preferencia a cualquier otro clásico […] una tradición crítica que ya se puede ir calificando por lo que constituye su característica más peculiar: la de la mesura. Mesura americana, que conocen tan mal los que solo nos ven en la abundancia desatada, mesura que es abundancia contenida y que ya ha dado tan provechosos frutos. Mesura veteada en este caso de una cierta preocupación de servicio, de no sé qué arisca honradez que vela su fuego en las páginas límpidas, escondida entre el hojeo de textos y el regusto de la tradición hispánica eterna.[vi]
Ha de entenderse esa «mesura» a la que alude la gran poetisa y ensayista cubana como expresión certera de quien ha rastreado el cervantismo criollo y se ha enfrentado a su savia profunda, lo que permite decir a otra estudiosa del tema como Nilda Blanco (1980): «…poseemos una rica e interesante crítica cervantina que habla en favor de nuestros estudiosos en el terreno de la crítica literaria. Por su rigor en el análisis, por su depurada prosa y por el hallazgo investigativo en algunos casos, estos trabajos merecen figurar dentro de la bibliografía más exigente».[vii]
Cervantes, el mayor genio de la lengua española y su obra toda —especialmente el Quijote— han estado, y necesariamente seguirán estando, en la constelación de centros del trabajo crítico, investigativo, docente de Cuba; objeto de diálogo permanente con la creación artístico-literaria y con el pensamiento político-social del país. El hacer cervantino de la Isla no sólo anticipa, complementa y se inserta legítimamente en la mejor tradición del cervantismo mundial, sino que construye una lectura coherente, pero singular, de la obra del Príncipe de los Ingenios. En el Quijote —acaso el ejemplo más emblemático— la sistematicidad de una exégesis sostenida sobre la base de encontrar en la esmirriada figura protagónica un símbolo de lucha permanente y antiderrotista, en pos del alcance de la utopía humana, fragua una imagen con trazos identitarios compartidos por el constructo ideal de un ser nacional.
De la importancia que la cultura cubana ha dado a la obra cervantina, solo habría que recordar que cuando se crea la política editorial cubana al triunfo de la Revolución de 1959, el primer texto publicado, con una impresionante tirada de cien mil ejemplares, es el Quijote. La novela fue presentada en un memorable acto de difusión masiva de la cultura —a tono con el espíritu del proceso revolucionario en torno a la creación artística—: la adquisición de la entrada para disfrutar de una puesta en escena cubana dirigida por Vicente Revuelta de Los habladores, de Cervantes, y de El retablo de Maese Pedro, de Manuel de Falla («único artista que culminó, alguna vez, la proeza de llevar el Quijote a la escena de un teatro sin traicionar el diapasón cervantino», al decir de Alejo Carpentier), era la compra de los cuatro tomos de la valiosa edición. Con enorme lucidez, Ambrosio Fornet sentenciaría después que el Quijote era la primera novela de la Revolución cubana, puesto que quijotesco era el proceso que se vivía y quijotesco el proyecto que se construía en la Isla.
Es el Quijote, quizás, uno de los textos literarios más editados en Cuba. De 1905 es la primera tirada conocida. Entonces, a propósito de los trescientos años de la publicación de su Primera Parte, el Diario de la Marina patrocinó su impresión, inicialmente, en cuadernillos de dieciséis páginas que, como una novela por entregas a la americana, fue recibiendo, semanalmente, durante todo un año (los lunes comprendidos entre el 3 de abril de 1905 hasta el 2 de abril de 1906), el público lector. De todas maneras, ya en abril del propio año 1905, el director de la Biblioteca Nacional consigna su lanzamiento en cuatro tomos por parte del periódico y anuncia que Cuba se convierte de esa forma en el sexto país latinoamericano en publicar la magna obra cervantina.[viii] Tendría que esperar la novela a 1960 para verse de nuevo impresa en Cuba y conmocionando al pueblo, con un alcance inédito, pero no podría dejar de consignarse que desde aquel suceso, el Quijote ha vuelto a protagonizar nueve veces más el centro del trabajo editorial de la Isla.
En uno de los textos fundacionales de la literatura cubana, el Quijote presenta credenciales. El habanero Santiago Pita (¿1693-1700?-1755), con su comedia El príncipe jardinero y fingido Cloridano, publicada en 1733, inicia una saga aún escribiéndose. La obra de Pita no se contenta con alusiones explícitas a don Quijote y Sancho, sino que en su construcción desvela, desde mi punto de vista, notables aprehensiones del modelo cervantino: relato de un señor venido a menos, enamorado de un rostro apenas entrevisto en un retrato; en busca del objeto amoroso va, cambiada su identidad, acompañado de un criado en calidad de «antítesis, polo opuesto del amo» (quizás el más cervantino en cierto sentido de todos los personajes: «No quiero me den garrote / por andar en esta lanza / ni quiero ser Sancho Panza / ya que tú no eres don Quijote» —Jornada II— y más adelante, en la siguiente jornada: «¿Soy acaso Sancho Panza? / No quiero ínsula señor / yo quiero moneda franca»).
Si bien una personalidad capital de las letras cubanas como José María Heredia, un siglo después, ya iniciando su imperio el romanticismo, en su «Ensayo sobre la novela» (1832), demuestra una lamentable incomprensión del Quijote (con la «inoportunidad con que algunos episodios de poco mérito se hallan zurcidos a la acción principal, y la poca delicadeza que repugna en algunos pasajes»),[ix] la nómina de los que desde fechas iniciáticas para la cultura cubana reconocen el magisterio de la obra cervantina es, no solo extensa, sino descollante.
Así como El príncipe jardinero y fingido Cloridano es el pórtico de la presencia de Cervantes y su obra en la literatura ficcional cubana, el Papel Periódico de la Havana (1790-1864) («primera publicación periódica que logró expresar, desde una nueva concepción de la función social de la prensa, una imagen ideológicamente significativa de los intereses de la sociedad colonial cubana»), es testigo y prueba irrefutable de la manera en que este fenómeno de actuación cervantina se instala en la vida diaria del país, y participa de la generación de su pensamiento.
Dijo José Martí que: «Cervantes es […] aquel temprano amigo del hombre que vivió en tiempos aciagos para la libertad y el decoro […] y es a la vez deleite de las letras y uno de los caracteres más bellos de la historia».[x] Lo fue sin dudas, también, para la conformación del sujeto cubano. De esa forma, la obra del alcalaíno penetra también en el discurso político e histórico. Relata el general mambí Enrique Loynaz del Castillo en su libro Memorias de la guerra, que, en plena campaña de 1895, en ocasión aciaga por la desorientación absoluta de la tropa en la Ciénaga de Zapata, recogió un ejemplar del Quijote, abandonado en la zona por un oficial del ejército español. Cuando la fatiga, el hambre, la desesperación llevó a la tropa casi a la desarticulación, tomó el libro y empezó a leer para sí, con interrupciones motivadas por la risa, una risa que contagió a la tropa mambisa que capitaneaba, una risa que renovó y alentó las fuerzas para seguir adelante. La anécdota deja al desnudo hasta qué punto pudo el Quijote adentrarse en el alma cubana.
Los intentos por estudiar el cervantismo en Cuba hay que situarlos ya a inicios del siglo XX con la figura del historiador Manuel Pérez Beato, quien a instancias de un concurso convocado por el Diario de la Marina, presenta sus primeros resultados investigativos en una serie de artículos publicados en la revista Cuba y América (La Habana, 2 de julio de 1905, No. 14, págs. 267-269; 9 de julio de 1905, No. 15, pág. 286; 16 de julio de 1905, No. 16, pág. 302; 23 de julio de 1905, No. 17, pág. 318; 30 de julio de 1905, No. 18, pág. 334; 6 de agosto de 1905, No. 19, pág. 350; 13 de agosto de 1905, No. 20, págs. 364; 20 de agosto de 1905, No. 21, pág. 382; 27 de agosto de 1905, No. 22, pág. 398; 3 de septiembre de 1905, No. 23, pág. 411) con el título de «Bibliografía comentada sobre los escritos publicados en la Isla de Cuba, relativos al Quijote», que aparecen como folleto en el propio año (38 págs.). El trabajo de Pérez Beato culminaría en 1929, con el capital libro Cervantes en Cuba (Estudio bibliográfico con la reproducción del Quijote en verso de D. Eugenio de Arriaza) —Imprenta de F. Verdugo, La Habana, 1929, 120 págs.—. Le seguirían las pesquisas de otros intelectuales, de los cuales enumero los que considero de mayor mérito. 1947 es un año particularmente importante por la conmemoración de los cuatrocientos años del nacimiento de Cervantes y el programa cubano de festejos al respecto resultó muy intenso. En esa fecha Juan José Remos y Rubio publica «Tradición cervantina en Cuba» (Revista Cubana, La Habana, vol. XXII (Número Extraordinario. IV Centenario de Cervantes), enero-diciembre, 1947, págs. 170-205 / Homenaje a Cervantes, La Habana, Cuadernos del Ateneo de La Habana, No. III, 1947), y Francisco Ichaso, «Notas para el IV centenario de Cervantes» (Trimestre, La Habana, No. 1, enero-marzo, 1947, págs. 10-18 / Revista Cubana, La Habana, vol. XXII, enero-diciembre, 1947, págs. 157-169). Por último, Nilda Blanco saca a la luz en 1980 una selección de dieciséis artículos y ensayos cervantinos, representativos de momentos, figuras y tendencias en el decursar de la nación: Visión cubana de Cervantes (Letras Cubanas, La Habana, 1980).
De Enrique Piñeyro (1839-1911) a la actualidad son notables las figuras de la Isla que han dejado testimonio impreso en artículos y ensayos de sus acercamientos ilustres a la obra de Cervantes. Recorrer buena parte de la producción crítica y ensayística que, inserta en los latidos de Cuba, tiene generación y cobijo dentro y fuera de sus costas es emprender la ruta por lo más prominente del pensamiento de la nación y de sus mejores estrategias discursivas para expresarlo, desde los enfoques positivistas hasta las propuestas teórico-metodológicas del posestructuralismo. Esteban Borrero Echeverría (1849-1906), Enrique José Varona (1849-1933), Ramón Meza (1861-1911), Sergio Cuevas Zequeira (1863-1926), José de Armas y Cárdenas «Justo de Lara» (1866-1919), Mariano Aramburu (1870-1942), Manuel Márquez Sterling (1872-1934), Medardo Vitier (1886-1960), Esteban Rodríguez Herrera (1887-1968), Emilio Gaspar Rodríguez (1889-1939), Salvador Massip (1891-1978), José María Chacón y Calvo (1892-1969), Camila Henríquez Ureña (1894-1973), Juan José Remos y Rubio (1896-1969), Jorge Mañach (1898-1961), Eugenio Florit (1903-1997), Alejo Carpentier (1904-1980), Roberto Agramonte (1904-1995), Mirta Aguirre (1912-1980), Ernesto García Alzola (1914-1997), Gastón Baquero (1918-1997), Fina García Marruz (1923), Beatriz Maggi (1924), Nilda Blanco (1943), Luisa Campuzano (1943), Roberto González Echevarría (1943), Elina Miranda (1944), Jesús Barquet (1953), Jorge Fornet (1963), entre otros (habría que contar, además con la presencia en el discurso político desde Manuel Sanguily a la etapa más reciente que comprende al Che y a Fidel Castro como los ejemplos más sobresalientes), construyen un metarrelato crítico e historiográfico del cervantismo cubano de excelencia.
Y es que los estudiosos cubanos de la literatura hicieron suya con rapidez la sentencia que uno de los más penetrantes y sagaces lectores de Cervantes, y del Quijote (por sus acercamientos críticos, por su implicación con un cervantismo entendido dentro del sistema todo de la cultura, por su utilización transtextual en la ficción), formulara en ocasión histórica, cuando se convertía en el primer latinoamericano en obtener el Premio Máximo de las Letras en Lengua Española, que lleva el nombre del alcalaíno. Alejo Carpentier, al pronunciar su discurso de agradecimiento por el otorgamiento de la altísima distinción en el Paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares el día 4 de abril de 1978, logró sintetizar la importancia de Cervantes para las letras universales:
Fiesta hubo, un día de otoño ya muy lejano, en esta magnífica ciudad de Alcalá de Henares, situada por siempre entre los altos lugares de la cultura universal, junto a Stratford-on-Avon o la Weimar de Goethe y Schiller, por haber nacido quien en ella nació. Pero acaso tal fiesta se diera «aun sin personajes», como se dice en el verso de Jorge Guillén. Porque la fiesta verdadera, la grande, la espléndida, tuvo lugar el domingo 9 de octubre del mismo año, en la ceremonia de bautismo de Cervantes, ya que, para quien la contempla con los ojos del novelista actual, fue fiesta de muchísimos personajes —de tantos y tan renombrados personajes que el mismo historiador Cide Hamete Benengeli, de haber estado presente, hubiera perdido la cuenta de ellos, por lo numerosos. Para mí, para todos los que en nuestro idioma escriben novelas en esta época, al memorable y jubiloso bautismo asistieron, entre muchos otros, las señoras Emma Bovary, Albertina de Proust, Ersilia de Pirandello, y Molly Bloom, venida especialmente de Dublín, con su esposo Leopoldo Bloom y su amigo Stephen Dedalus, el Príncipe Mishkin, el cándido Nazarín, taumaturgo sin saberlo, y hasta un Gregorio Samsa, de la familia de los Kafka —aquel mismo que, una mañana, había amanecido transformado en escarabajo—, pertenecientes todos a la futura Cofradía de la Dimensión Imaginaria, fundada, con su llegada al mundo, por quien iniciaba entonces su existencia entre nosotros.
Y es que con Miguel de Cervantes Saavedra —y no pretendo decir ninguna novedad con ello— había nacido la novela moderna.[xi]
En líneas generales, podemos decir que —creo necesario insistir en la perogrullada— es el Quijote la obra más acosada por nuestros investigadores. Pero, y esto es lo significativo, resultan los problemas del quijotismo, las relecturas ficcionales latinoamericanas de la pieza, junto a la fascinación por los problemas de identificación autor-personaje, los asuntos revisitados con asiduidad. No obstante, llama la atención la mirada atenta a los textos dramáticos (sobre todo la Numancia, símbolo cervantino con el que tanto se ha asociado la situación cubana, en medio de sus avatares históricos, no sólo de los últimos tiempos)[xii] y la poesía de Cervantes, acaso un tema con cierta preterición en la bibliografía general hasta décadas cercanas.[xiii]
Por supuesto, algunos nombres sobresalen para situarse en terrenos de erudición y aportarle a los estudios internacionales, enfoques antes no vislumbrados o completamente madurados. Sería ocioso insistir en las razones que hacen de Justo de Lara uno de los más importantes cervantistas cubanos, con una obra que va desde 1882, con sólo dieciséis años, y un texto como «La locura de Sancho»,[xiv] hasta Cervantes en la literatura inglesa,[xv] de 1916, pasando por textos capitales como Cervantes y el Duque de Sessa (Nuevas observaciones sobre el Quijote de Avellaneda y su autor),[xvi] de 1909, hasta llegar a Cervantes y el ‘Quijote’ (El hombre, el libro y la época),[xvii] de 1905, más tarde ampliado y revisado como El ‘Quijote’ y su época (1915).[xviii] Pero figuras como Varona, José María Chacón y Calvo, Jorge Mañach, Mirta Aguirre —solo nombro los más emblemáticos— tributaron al cervantismo con relevantes aportes científicos (hoy continuados por intelectuales como Roberto González Echevarría, quizás el de mayor alcance en estos momentos).
Reste destacar en esta apretada síntesis los trabajos que se adentran en el mundo de confluencias, interferencias, homenajes, citas, reelaboraciones de la literatura de ficción y las revistas culturales cubanas y latinoamericanas con la obra cervantina. Entre ellos los de Roberto Agramonte, Luisa Campuzano, Nilda Blanco, Roberto González Echevarría y Jesús Barquet.[xix]
En cuanto al terreno de la creación artístico-literaria, es profusa la presencia de Cervantes en nuestra literatura de ficción, la escena teatral, la plástica (pintura y escultura), el cine, la danza… y hasta la música.
Del neoclasicismo al romanticismo y al realismo decimonónicos; del modernismo a la vanguardia, al barroco, lo real maravilloso y las estéticas más actuales; de Manuel Zequeira y Arango a José Jacinto Milanés, Esteban Borrero Echevarría y Eugenio de Arriaza;[xx] de Enrique Hernández Miyares a Luis Felipe Rodríguez, Carpentier, Lezama, Eliseo Diego y Gastón Baquero; de Guillermo Rodríguez Rivera y Yoel Mesa Falcón a Raúl Hernández Novás y Roberto Méndez; es posible trazar el mapa literario de la Isla.
Quizás la imagen emblemática del Quijote cubano sean las ilustraciones de Juan Moreira, con sus barrocos escenarios tropicales, que la edición del Instituto Cubano del Libro de 1972 y posteriores reimpresiones promocionaran; quizás sea la escultura El Quijote de América, de Sergio Martínez, de 1980, situada en la céntrica confluencia habanera de las calles 23 y J, del Vedado (un Quijote desnudo montado en un brioso Rocinante, un Quijote desafiante, a la manera de un mambí que arremete con su carga al machete todo tipo de injusticias, y opone su verdad a los malignos gigantes del poder). Pero la música, el ballet,[xxi] la escena teatral cubanos, son también exponentes de que Miguel de Cervantes en Cuba es la historia de una pasión, alimentada día a día, y muchas veces, anónimamente.
El Quijote estuvo en el vórtice de las tensiones políticas del siglo xix, manipulado desde una y otra y otra tendencia (no se olvide que el diario que más fustigó a las tropas mambisas también tenía por nombre el título de la gran novela cervantina). El Quijote encarnó desde la mirada isleña más revolucionaria el símbolo de la persistencia por la justicia, por la inquebrantable fe en el alcance de la utopía redentora. El Quijote y la Numancia quizás sean los vástagos cervantinos más entrañablemente enraizados en la conciencia nacional. Pero la obra de Cervantes también fue recurso de unidad nacional a través de la lengua,[xxii] frente a la presencia anglosajona.
Es el aciago 98 decimonónico, sin embargo, el detonante principal de la vitalidad cervantina en la Isla. Si textos cubanos como los de Ricardo del Monte (1828-1909): «Cervantes y Don Juan de Austria», «Don Quijote», «Sancho», «La idea de Cervantes», «El alma de Cervantes», «El centenario en América», «Cuba a Cervantes», «Mi ofrenda», «El habla de Cervantes»; «La última aventura», de José E. Triay (1844-1907); de Esteban Borrero Echeverría (1849-1906), «Don Quijote, poeta. Narración cervantesca»; de Enrique Hernández Miyares (1859-1914), «La más fermosa», «Sublime locura», «A Cervantes (Con motivo de la inauguración de su estatua)»; o Emilio Bobadilla Fray Candil (1862-1921), con «Dulcinea», «Sancho gobernador», «Rocinante», todos textos poéticos, excepción del de Borrero, actualizan en el cambio de siglo la plural mirada literaria cubana al Quijote, no puede olvidarse que desde fuera, también Cuba aparece asociada a Cervantes y su obra. Bastaría mencionar un texto como el «D. Q.» de Rubén Darío, que tematiza el momento cubano en el cual la derrota ante «el gran diablo rubio de cabellos lacios» se hacía inminente. La historia recoge que Cervera, el contralmirante Pascual Cervera y Topete que dirigía la última escuadra española que opuso resistencia, en acto de exacerbado heroísmo mandado por Madrid, escribió poco antes al Ministro de Marina: «Con la conciencia tranquila, voy al sacrificio». Darío convierte a Cervera en un personaje enigmático que «fuese paso a paso al abismo y se arrojó en él. Todavía de lo negro de precipicio, devolvieron las rocas un ruido metálico, como el de una armadura».
A efectos de la conciencia nacional, el 98 actualizaba el Quijote: «Bien podrán los encantadores quitarme la ventura, pero el esfuerzo y el ánimo será imposible» (II, XVII), dirá el personaje cervantino, empeñado en no desfallecer tras las golpizas. De Cuba, es el grito lanzado por Enrique Hernández Miyares, con su clásico soneto «La más fermosa» (1903), inspirado en un discurso de Manuel Sanguily:
Que siga el Caballero su camino, agravios desfaciendo con su lanza: todo noble tesón, al cabo alcanza fijar las justas leyes del destino. Cálate el roto yelmo de Mambrino y en tu rocín glorioso altivo avanza, desoye al refranero Sancho Panza y en tu brazo confía y en tu sino. No temas la esquivez de la Fortuna: si el Caballero de la Blanca Luna medir sus armas con las tuyas osa y te derriba por contraria suerte, de Dulcinea, en ansias de tu muerte, ¡di que siempre será la más fermosa!
La asociación de Dulcinea con Cuba queda clara en el texto, motivo de una sonada polémica literaria que escondía supuestos eminentemente políticos.[xxiii] Por su parte, Fernando Ortiz, en su «Carta abierta al ilustre señor don Miguel de Unamuno», publicada el 1 de mayo de 1906 en el periódico El Mundo de La Habana y después incorporada por él en su libro Entre cubanos (1913), Ortiz se adscribe al proyecto regeneracionista peninsular para aplicarlo creativamente en la Isla, o sea, desde un posicionamiento totalmente nacionalista:
Proponéis una empresa para rescatar el sepulcro de don Quijote del poder de los bachilleres, curas, barberos, duques y canónigos. Y aquí es asimismo urgente esa cruzada para apoderarnos del Caballero de la Locura, profanada por los hidalgos de la Razón. Nos hace falta, como a vosotros, resucitar a don Quijote, a nuestro ideal, que anda a tajos y mandobles con la farándula. Porque si […] de completa miseria calificáis la vida espiritual de vuestra tierra, la de esta llega hasta el raquitismo.
Y más adelante concluye: «no os parece a vos que va siendo preciso que los cubanos montemos de nuevo en Rocinante y bajemos de Clavileño».
Ahora bien, como desde que los teóricos de la recepción, pasando por Genette y hasta llegar a las teorías de los campos culturales y de los polisistemas, hemos cobrado conciencia mayor de los problemas de la lectura, conviene estudiar este fenómeno crítico cervantino en Cuba para conformar la institución[xxiv] dominante en cada instante.
Sin ánimo alguno de intentar juicios absolutos (casi todo son incertezas), es preciso anotar que, sobre todo en el terreno del Quijote, reservorio de iconos fundamentales de la modernidad, el lector común —en ocasiones la crítica especializada también— suele entrar con prejuicios enraizados que minan y desvirtúan el acercamiento propio, personal, el diálogo directo e irremplazable con la obra. Hablar, por ejemplo, del quijotismo es adentrarse en un muy complejo territorio que comporta no pocos riesgos; algunos de ellos: 1) la identificación de Cervantes (sujeto real, con toda la biografía conocida) con su personaje central de forma general; 2) la implicación de una lectura fundamentada en la supuesta bipolaridad absoluta de la obra, dada en los personajes protagónicos a partir de los pares idealidad-materialidad, elevación-bajeza, espiritualidad-terrenalidad, que ha traído consigo la generación de dos sistemas cosmovisivos muy particulares e igualmente antagónicos: el pancismo[xxv] y el quijotismo; 3) o bien un quijotismo mal entendido como dualidad sobre la base de un proceso transformador de cada personaje en su opuesto —la tan (mal)tratada cuestión de la quijotización de Sancho y la sanchificación del Quijote—; 4) finalmente, un quijotismo conformado por la unidad vital de Quijote y Sancho.
Además, el Quijote, sacralizada como la novela en la que «ya todo queda dicho en lengua castellana», es texto que casi se impone utilizar para hallazgos apriorísticos de cuantos modelos, recursos narrativos, programas para la acción ético-moral, política, etcétera, queramos encontrar. Es cierto que el Quijote es muchas novelas a la vez: novela paródica, de «borrón y cuenta nueva» respecto de los usos ya tradicionales en su tiempo de la narración (la novela de caballería, la morisca, la picaresca, pastoril), así como novela de fundación del género para la modernidad.
Pero el Quijote es asimismo novela divertimento y novela de crítica social; es tragedia y comedia a la vez; rosario de localismos y de grandes universalismos en el sentido que demandaba Unamuno… Es novela de personaje (o personaje) y novela de extrema polifonía. En fin, el Quijote es la novela que se publicó en los inicios del siglo XVII, pero también nos llega como la novela de cada periodo y autor que ha trascendido con su lectura, y es finalmente, compendio de todas las novelas Quijote, que en la actualidad validan los lectores.
En su descomunal proyección y alcance, radica su maravilloso atractivo y la demoledora angustia de quienes, pese a su resistencia, pretenden aprehenderla. El Quijote no solo sabe quién es —o pretende saberlo— sino que demanda un lector conscientemente posesionado de sí, y abierto a las más diversas dimensiones imperativas de la crítica. Así, en Cuba, tendría que vérselas con iluminadores ensayos de la mano de Justo de Lara, Jorge Mañach y Mirta Aguirre,[xxvi] por poner solo ejemplos capitales, conformadores de la aprehensión nacional del problema del quijotismo.
De todos modos, quizás, ante la avalancha quijotesca de este cuarto centenario, valga recordar, a manera de anticipo, aquella lúcida reflexión que lanzó en ocasión del tricentenario de 1905 nuestro Enrique José Varona en las páginas de El Fígaro:
Tanto se ha escrito sobre el Quijote en lo que va de año, que bien fundadamente puede creerse que este libro apacible y deleitoso habrá tenido algunas docenas más de lectores de los habituales. Y con toda llaneza confieso que ese me parece el resultado más apetecible de todo este continuado rumor de plumas y discursos.[xxvii]
Y, en efecto, este tipo de efemérides suele venir acompañada de un maremagno de conferencias, artículos, ensayos y libros; de actividades conmemorativas de muy diverso cuño; y de una invasión propagandística que llega a producir hartazgo —a veces, en detrimento, paradójicamente, del número de lectores directos de la obra literaria—. Pero tal prevención no puede desconocer la necesidad de esfuerzos críticos que desvelen la importancia de la obra y ayuden a su estudio y comprensión. Pese a ello, deseemos que el 2005 nos rescate el espíritu con que el pueblo cubano recibió el sui géneris suceso que provocó la edición cubana de 1960, tal como lo relató Carpentier:
—¡El quijo!… ¡El quijo!… Álzase el pregón, ininteligible para quien no pueda ver la mercancía pregonada, en todas las calles de La Habana:
—¡El quijo!… ¡El quijo!… ¡A veinticinco kilos!…
Sorprendido se asoma el forastero a su ventana y descubre que lo que así se ofrece es nada menos que el libro donde se narran las andanzas del ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha… Hizo la Imprenta Nacional del gobierno Revolucionario de Cuba el milagro de poner la gran obra de Cervantes en los puestos de periódicos, en las estaciones de ómnibus, en las quincallas de barrio, junto a los sillones de limpiabotas, y hasta en los mostradores de las pequeñas librerías populares […]. Y lo más extraordinario de todo está en que «El Quijo» se lee en los autobuses, en los cafés, en las playas […]. En todas partes se lee el Quijote. Y quien, poco acostumbrado a enfrentarse con un texto clásico, lo abandona a poco de pintarse la esmirriada grupa de Rocinante en el campo de Montiel, carga con el tomo y lo lleva a su casa, donde ya encontrará quien lo abra en mejor oportunidad. Lo importante, lo notabilísimo, lo memorable, es que por vez primera […] ese Quijote, tirado a cien mil ejemplares, haya llevado sus hazañas a la isla entera.[xxviii]
***
Tomado del Centro virtual Cervantes.
[i] Este volumen, ahora en proceso editorial por Letras Cubanas y la Academia Cubana de la Lengua, es el resultado de una investigación coordinada por el autor del trabajo, en la que intervinieron los profesores Julián Ramil, Haydée Arango y Leonardo Sarría, todos de la Facultad de Artes y Letras de la Universidad de La Habana.
[ii] Dulce María Loynaz: «Conservar la palabra del Quijote (Discurso en la entrega del Premio Cervantes 1992)», La Jiribilla, La Habana, año III, no. 155, semana 24-30, abril, 2004, http://www.lajiribilla.cu/2004/n155_04.html.
[iii] Miguel de Cervantes: El celoso extremeño, Novelas ejemplares, Editorial Sopena Argentina (Biblioteca Mundial Sopena), Buenos Aires, 1958, t. II, pág. 5.
[iv] El término ‘indiano’ fue puesto en circulación justamente por los Siglos de Oro y aludía al europeo que regresaba del Nuevo Mundo enriquecido materialmente. Con posterioridad, también se ha empleado para aludir a ese emigrante del viejo continente que experimenta un proceso de transculturación y que retorna a su lugar de origen, perteneciendo culturalmente, de forma consciente o inconsciente, a los dos espacios —es en tal sentido que lo utiliza frecuentemente Alejo Carpentier, por ejemplo—.
[v] Juan J. Remos y Rubio: «Tradición cervantina en Cuba», Revista Cubana, La Habana, vol. XXII (Número Extraordinario. IV Centenario de Cervantes), enero-diciembre, 1947, págs. 170-205.
[vi] Fina García Marruz: «Nota para un libro sobre Cervantes», Orígenes, La Habana, vol. 6, No. 24, invierno, 1949, págs. 41-52.
[vii] Nilda Blanco: «Prólogo» a su selección de trabajos cervantinos Visión cubana de Cervantes (Letras Cubanas [Crítica], La Habana, 1980).
[viii] En la actualidad, se conserva en la Biblioteca Nacional «José Martí» la edición habanera del Quijote en 1905 en cuadernillos del Diario de la Marina y el primer tomo de su edición como libro (que llega hasta el final del capítulo XXXIX de la Primera Parte, 304 p.).
[ix] José María Heredia: «Ensayo sobre la novela» (1832), Crítica literaria, selección y prólogo de José María Chacón y Calvo, Pablo de la Torriente Brau (Clásicos Cubanos de la Academia Cubana de la Lengua), 2002, La Habana, pág. 217.
[x] José Martí: «“Seis conferencias” por Enrique José Varona» (El Economista Americano, Nueva York, enero de 1888), Obras Completas, Ciencias Sociales, La Habana, 1975, t. 5, pág. 120.
[xi] Alejo Carpentier: Cervantes en el alba de hoy, Imprimerie Cary, París, 1978, s. p.
[xii] En la conferencia impartida por Jorge Mañach en la Academia Cubana de la Lengua el 23 de abril de 1959 El sentido trágico de la ‘Numancia’, decía el cubano:
No viene mal […] que nosotros hablemos de la brava pieza en este aniversario de Cervantes, cuando tan reciente tenemos nuestro propio trance de dolores públicos y nos trae aún ecos de heroísmo el aire de la libertad. Ni, por otra parte, desentonará de este particular ambiente académico el que tratemos de indagar, sólo con ánimo de honra a Cervantes, en qué consiste, por debajo de la obvia apariencia, el sentido de aquel heroísmo en la obra famosa, y cómo se relaciona con temas humanos menos episódicos y, por consiguiente, más universales y eternos.
Pues la Numancia —casi huelga decirlo— tiene también esa superior vigencia de las creaciones que por su calidad misma solemos llamar inmortales. A veces lo olvidamos, como ocurre con casi todas las demás obras menores de Cervantes, porque el esplendor del Quijote parece eclipsarlas, y, en el caso de esa tragedia en verso, porque suele pensarse que ni fue su autor gran poeta, ni se ciñe muy bien a su rostro de humorista la máscara trágica. Lo cual, sin dejar de ser cierto en su medida, no quita para que el renovar nuestro contacto con la obra, ya sea como espectadores o como lectores, nos resulte siempre un impresionante redescubrimiento.
Y finalmente concluye:
La proeza numantina no fue un heroísmo inútil: fue y sigue siendo un venero de orgullo, una inspiración para la patria española y para todas las patrias. Lo que, en suma, quiso decir el alcalaíno inmortal es algo que los cubanos estamos hoy más que nunca preparados para apreciar: que la dignidad colectiva cuenta tanto como la individual y que el sacrificio de los hombres por ella es siempre históricamente fecundo.
(Publicaciones de la Academia Cubana de la Lengua Correspondiente de la Real Española, La Habana, 1959).
[xiii] Eugenio Florit en su ensayo «Algunos comentarios sobre la poesía de Cervantes» (Revista Hispánica Moderna, New York, año XXXIV, No. 1-2 (Homenaje a Federico de Onís), enero-abril, 1968), sentencia:
El estudio de la poesía de Cervantes —sus versos populares, ligeros, graciosos, mezclados con los más serios y de culta estirpe— nos permite afirmar, creo yo que sin lugar a dudas, que su calidad la acerca a la de los más destacados poetas de su tiempo, y que en numerosas ocasiones, ella, por sí misma, alcanza un nobilísimo acento.
Mirta Aguirre, por su parte, en su texto «El poeta Miguel de Cervantes» (en Visión cubana de Cervantes, selección y prólogo de Nilda Blanco, Letras Cubanas [Crítica], La Habana, 1980), concluye:
Temperamento lírico al estilo de su época, no poseía. No eran suyos la inhibición ascética ni los delirios místicos ni las exaltadas devociones. No estaba en él, aunque retóricamente pudiese utilizarla, la amorosa vena neoplatónica. Y su sátira era demasiado profunda y directa para contentarse con ser senequista. Las sartas de retumbantes vocablos, las fastuosas armonías imitativas, le causaban sonrojo. Pero era poeta. En prosa, más que ningún otro; en verso, como quien podía escribir este soneto, limpio y ceñido como los mejores quevedianos: «Afuera el fuego, el lazo, el hielo y flecha / de Amor que abrasa, aprieta, enfría y hiere; / que tal llama mi alma no la quiere, / ni queda con tal nudo satisfecha. // Consuma, ciña, hiele, mate, estrecha / tenga otra voluntad cuanto quisiere; / que por dardo o por nieve o red no espere / tener la mía en su calor deshecha. // Su fuego enfriará mi casto intento, / el nudo romperé por fuerza o arte, / la nieve deshará mi ardiente celo; // la flecha embotará mi pensamiento, / y así, no temeré, en segura parte, / de amor al fuego, el lazo, el dardo, el hielo».
[xiv] José de Armas y Cárdenas (Justo de Lara): «La locura de Sancho», La Nación, La Habana, 22 de junio de 1882.
[xv] José de Armas y Cárdenas (Justo de Lara): Cervantes en la literatura inglesa, Imprenta Renacimiento, Madrid, 1916, 38 págs.
[xvi] José de Armas y Cárdenas (Justo de Lara): Cervantes y el Duque de Sessa (Nuevas observaciones sobre el Quijote de Avellaneda y su autor), Imprenta P. Fernández y Cía., La Habana, 1909, 117 págs.
[xvii] José de Armas y Cárdenas (Justo de Lara): Cervantes y el Quijote (El hombre, el libro y la época), La Moderna Poesía, La Habana, 1905, 140 págs.
[xviii] José de Armas y Cárdenas (Justo de Lara): El Quijote y su época, Madrid, Renacimiento, 1915, 267 págs.
[xix] Consúltese a propósito, Roberto Agramonte: «Cervantes y Montalvo», Universidad de La Habana, La Habana, No. 76-81, enero-diciembre, 1948, págs. 63-108; Luisa Campuzano: «El “Síndrome de Merimée” o la españolidad literaria de Alejo Carpentier», Carpentier entonces y ahora, Letras Cubanas (Cemí), La Habana, 1997, págs. 41-65; Nilda Blanco: «Una lectura cervantina del tópico del viaje en textos carpenterianos», Universidad de La Habana, La Habana, No. 250, Primer Semestre, 1999, págs. 196-238; Roberto González Echevarría: «Cervantes y la narrativa hispanoamericana moderna: Borges y Carpentier», UNION (Revista de Literatura y Arte), La Habana, UNEAC, año X, No. 37, octubre-diciembre de 1999, págs. 4-13 y «El prisionero del sexo. El amor y la ley en Cervantes», Temas, La Habana, No. 32, enero-marzo, 2003, págs. 10-18 (Traducción de María Teresa Ortega Sastriques); y Jesús Barquet: «Cervantes en el discurso reemplazante de Clavileño ante Espuela de Plata», Unión, La Habana, UNEAC, Nueva época, año XII, No. 43, abril-junio, 2001, págs. 84-87.
[xx] Este habanero publica en 1849 los dos primeros cantos (el primero con setenta estrofas y el segundo con sesenta y seis) de una intentona desquiciada de llevar el Quijote a versos: Don Quijote de la Mancha en octavas, lo que le valió convertirse en el centro de una de las grandes polémicas de la época.
[xxi] Ya en 1823 se presenta en La Habana la compañía de bailes del Teatro Principal el ballet Don Quijote o Las bodas de Camacho, en versión coreográfica de André Pautret. No pueden dejar de mencionarse dos hechos de enorme relevancia para nuestra cultura: una de las obras que han inmortalizado el arte supremo de Alicia Alonso como bailarina es el célebre pas de deux de Don Quijote y su versión del ballet completo para la compañía cubana que ella dirige (de 1988), está considerada no solo una de las más emblemáticas del ballet cubano, sino que además los críticos la valoran como la de mayor relevancia internacionalmente.
[xxii] Todavía hoy lo sigue siendo, por supuesto; activa la conciencia sobre la lengua que tiene el pueblo, tal y como puede apreciarse en un texto que circula anónimamente por internet desde el año 2004, «Mensaje (en broma) a Cervantes»: «¡Ay, Cervantes!, si tú vieras / tu Español cubanizado, / completamente erizado / seguro que te pusieras. / Si tú vinieras y oyeras / a estos jóvenes hablando: / si estás solo, estás pasmando; / la gente adulta son tembas; / los labios gruesos son bembas; / ¡ay viejo, están acabando! / / Hablar mucho es tiqui-tiqui; / y si hay un joven hermoso, / ya no le llaman buen mozo, / ahora es un papi-riqui; / el dinero es guaniquiqui; / y se habla de jinetear / (sin caballo que montar), / de mala hoja, de jama, / al niño le dicen chama, / y el buen dormir es zurnar. / / Cervantes, te dolerá / si puedes estar oyendo; / mas, si los ves escribiendo / ¡entonces sí que te da!: / Escriben barbaridá; / así, sin poner la d; / te cambian j por g, / y dormiendo por durmiendo; / y ponen la tilde haciendo / tin-marín de dos pingüé. / / Cual Quijote o Sancho Panza / combatimos cada día / al gigante Ortografía, / pero nos parte la lanza; / mas no importa, ten confianza, / que tu lengua no se inmola, / y abriendo su corola / brilla y luce como un sol / porque, viejo, el Español, / sigue arriba de la bola».
[xxiii] La polémica que desencadenó el soneto de Hernández Miyares puede consultarse en el libro de José Manuel Carbonell: ‘La más fermosa’. (Historia de un soneto), Imprenta El Siglo xx, La Habana, 1917.
[xxiv] Obviamente, en el sentido que le da Itamar Even Zohar.
[xxv] El término pancismo desde mi apreciación ha caído en desuso, pero permanece actuante.
[xxvi] En cuanto a Justo de Lara, ya se mencionó su libro El Quijote y su época. De Jorge Mañach, consúltese Examen del quijotismo, Editorial Sudamericana (Ensayos Breves), Buenos Aires, 1950, uno de sus libros más importantes y lamentablemente poco estudiado, resultante de una conferencia que impartió en el Universidad de La Habana, en 1947, a propósito de los cuatrocientos años del nacimiento de Cervantes, publicada en la revista de la institución con el título «Filosofía del quijotismo». De Mirta Aguirre, Un hombre a través de su obra: Miguel de Cervantes Saavedra (Sociedad Lyceum, La Habana, 1948) y La obra narrativa de Cervantes (Instituto Cubano del Libro [Biblioteca Básica de Literatura Española], La Habana, 1971).
[xxvii] Enrique José Varona: «Cómo debe leerse el Quijote» (El Fígaro, La Habana, Año XXI, No. 20, 14 de mayo, 1905), en Enrique José Varona periodista (selección, prólogo y notas de Salvador Bueno), Academia Cubana de la Lengua / Editorial Pablo de la Torriente, La Habana, 1999, pág. 159.
[xxviii] Alejo Carpentier: «Un nuevo Retablo de Maese Pedro», El Nacional, Caracas, 1 de septiembre de 1960.
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