«La realidad de las cosas es la obra de las cosas, y la apariencia de las cosas es la obra del hombre, un alma que se complace en las apariencias ya no halla placer en lo que recibe sino en lo que crea». Pude recordar esta aseveración de Schiller leyendo La recitante, libro de la joven poeta Ismaray Pozo.[i] Al escoger este título y este sustantivo se subraya la importancia de la oralidad en la poética de la autora y en la del libro, donde el poema es como el desarrollo de una exclamación y testimonio de la agonía.[ii] Juega también la autora con dos lecturas, por un lado, este vocablo hace alusión a una persona o individuo que se encarga de recitar alguna composición, discurso o un relato en un espacio o lugar público, pero también puede aludir a un comediante, farsante o un bufón que hace cualquier recitación para divertir al público, lo que se sumaría al registro irónico que une su discurso al de la generación a la que ella pertenece. Aquí la recitante «expulsa» su certeza y su extrañeza por medio de asociaciones céleres que enriquecen el paisaje de las metáforas, cierta resequedad del estilo, y un regusto especial por el poema largo, esto último algo poco común en la poesía cubana contemporánea. Aquí los poemas son como viajes en que se aprecian fragmentos que clasifican como paisajes precisos de la identidad femenina que la poeta atisba o arrebata en estado de lucidez, que es decir, de éxtasis. El hallazgo de estos breves versos, frecuentes a lo largo del libro, es quizás uno de los aspectos más valiosos de esta entrega, y que la hace singular, donde la naturaleza de lo femenino se cifra y se escapa, se escapa y se cifra, pese al empaque frío e irónico del discurso —el lenguaje irónico bien cosido al dolor, el dolor subordinándose a lo maquínico, al acto de asistir, a la vez tibia y fría, a la vida— al desenfado, aquí asumido, típico de la poesía de su generación: «dibujé luces / en mi propia desesperación». [iii] «Predije el relumbre / de unos ojos infelices».[iv]
Versos como pedazos de destino femenino que irrumpen para no borrarse jamás.
ella engordó su maternidad
y hubo de sucumbir a los días fértiles
como quien modela
y esboza la vida sin privilegios.[v]
No hay sangre
que no fluya en mí si no la comando
si / no la ordeno.[vi]
la mirada no penetra se ajusta
[…]
la búsqueda es ciega.[vii]
los hombres se entregaban a la caída crepuscular. Nosotras
hicimos la hora de roble.[viii]
(…) la no-identidad es también la identidad.[ix]
Y una termina acuartelada
en su propio derecho.[x]
Pero estas imágenes de opresión, con sesgo original o contemporáneo, llevan en lo más profundo de sí también un ansia de desdramatizar, casi se diría que el mal en ellas no existe si no lo pueden sobreponer, en una mezcla de ironía, sarcasmo, donde el yo lírico considera conmoverse un error: destino, destino de mujer. Por eso el desgarramiento es frío, natural, manido, aunque siga ocurriendo, incluso, suceso histórico, no de la emoción.
Entonces vemos nacer la calidez inevitable que volvió una a la madre y la casa, donde el paso del tiempo es tan terrible como hermoso, y hermoso porque es terrible. Es la cobija la protección herida, es la intemperie con un camino seguro de vuelta. Entonces la casa es la mujer y el crecimiento, que va desde llegar a ser, hasta el enfrentamiento ofensivo con el mundo. Es la casa superponiéndose a la mujer, la mujer superponiéndose a la casa, sin amagos de debilidad, incluso, destilando cierta violencia, pues estamos ante lo cotidiano invisiblemente trascendente, lo trascendente invisiblemente cotidiano. Porque la poeta sabe que una casa es quien la habita, por mucho que del tiempo parezca el encanto. Por eso la maternidad es vista en el libro como un universo omnipotente, como cualidad que sustituye al universo, donde lo humano no es lo natural, sino que está incrustado en lo natural:
Repetición (1951)
Siendo yo más grande, me mojó mi cansancio se había escrito en los banderines del portal con tinta espesa (quien escribió lo hizo de manera retro –visoria) Bajo el dominio de Hamurabi Pagaría la renta de estacionarme En la colina vacilante nací benigna como mi madre. […] Y la barriga tiene sujeta lo primitivo lo yermo un asentamiento minúsculo crece adosado a la otra cáscara […] desde entonces pareceríamos traer la vida hecha ella adivinaba en el ombligo de mi cansancio. El mundo cerrado que era la barriga de mamá tiene ungida la noche es decir tuvo hasta que el caballo apretó las riendas y dejó la noche despoblada.[xi]
Es la madre estableciendo las clavijas del mundo en la voz de la recitante, porque esa certeza está incrustada en la realidad. Estamos ante una identidad que intenta sobreponerse a sí misma en «los viajes representativos» que ejecuta en sociedad, empujada por el gesto de sal de otras mujeres, distanciada por los caminos que teje una mente bien puesta en su lugar. Una identidad que afirma que el sentido de la vida femenina no depende del amor, ni de un hombre, incluso, ni del hijo, pues asistimos a una reacción contra lo que se cree que es la esencia de la mujer, que en realidad es segregación, algo más profundo, inclasificable.[xii] En tal sentido emergen en algunos poemas los fundamentos de una sexualidad, y se borda a tientas la naturaleza femenina con seca inteligencia y sin sublimación. La mujer se entrega a una identidad que, al ser asumida, pronto llega a percibir que la niega a ella misma. Entonces la poeta comprende que la mujer, y por extensión, la madre, es un personaje de capas, porque sabe que es inadmisible socialmente mostrar su verdadera naturaleza, la que inevitablemente tiene que comerciar con una naturaleza castigada:
XIII
Mi madre
ha sido un prócer
del enmascaramiento.
No supe cuándo lloró
perdí toda percepción del desastre.[xiii]
Este poema debía ser el que cerrara el cuaderno, pero aún la autora tiene que aprender que uno debe terminar con el poema mejor escrito, y no con el que más nos guste, y saber que hay un forcejeo a veces no resuelto en el libro entre la apertura hacia un discurso y un lenguaje cosmopolita, y el uso de palabras poco comunes dentro de la poesía, por ejemplo, del reino de la ciencia biológica, geográfica, etnográfica e, incluso, de la historia del arte. Pese a lo cual hacen inusual al poemario el tratamiento original de la incertidumbre de la vida afianzándose en la certeza de la vida, donde se entrevé la naturaleza oscura, trágica, de la existencia de la mujer, algo por supuesto no solo ontológico, sino que es ontológico porque primero es social; ver lo trágico del mundo con objetividad, lo inhumano de los gestos más humanos convirtiéndose en código de la vida. Porque se trata aquí, con iluminado juicio, del conocimiento y autoconocimiento femeninos como fundamento para la autovaloración y el cumplimiento de nuestra esencial y cardinal misión en la sociedad, lo que es decir, cómo esa condición femenina se acomoda y reluce sobre la naturaleza universal de todas las cosas.
[i] Ismaray Pozo. La recitante. Ediciones Extramuros, La Habana, 2019. Este libro obtuvo el Premio Luis Rogelio Nogueras en el año 2018.
[ii] Eso afirma Paul Valéry de la poesía, lo que aquí ocurre doblemente dado el ángulo o perfil del universo que quien escribe intenta reflejar.
[iii] Ismaray Pozo, Ob. cit., «La casa», p. 9.
[iv] Ismaray Pozo, Ob. cit, «La casa», p. 10.
[v] Ismaray Pozo, Ob. cit, «Repetición», (1951), p. 14.
[vi] Ismaray Pozo, Ob. cit, «La vez que pataleé por salvarme», p. 20.
[vii] Ismaray Pozo, Ob. cit, «La recitante», p. 28.
[viii] Ismaray Pozo, Ob. cit, «La recitante», p. 29.
[ix] Ismaray Pozo, Ob. cit, «La recitante», p. 30.
[x] Ismaray Pozo, Ob. cit, IV, «Repetición» (1952), p. 51. En este sentido pueden leerse también: «La opresión se hizo una barca vacía en mí», p 29: «Con esa facilidad que una mujer levanta un monumento, y desatiende su santuario», «Viendo una foto del Festival Nigránjazz», p. 34 y «Pero el Sol nunca nos miró», «La recitante II», p. 40.
[xi] Ismaray Pozo. Ob. cit, pp. 14 – 15.
[xii] Véanse los poemas «Viendo una foto del Festival Nigránjazz» (pp. 34 – 35) y «La anunciación», p. 64.
[xiii] Ismaray Pozo. Ob. cit., XIII, «El simple olor», p. 82.
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