En su libro Las figuraciones del sentido, José Pascual Buxó advertía acerca de dos reacciones extremas e indeseables provocadas por el uso mimético de la terminología semiológica. Primero, escándalo y animadversión de muchos académicos ante determinada verborrea lingüística que contamina el discurso de análisis, gracias a lo cual echan en un mismo saco todo lo relacionado con la semiótica y rechazan de plano cualquier posible desarrollo de la teoría de los signos. Segundo, «la previsible exacerbación del adversario, es decir, de aquellos críticos e investigadores (no necesariamente jóvenes) que, habiendo hecho profesión de fe semiótica, la cultivan con el ímpetu ortodoxo propio de algunas de sus escuelas o tendencias».[1] El resultado de esta confrontación lleva a que la obra literaria siga muda ante el ejercicio de investigación y análisis pues en esencia resulta indiferente a ambos extremos. Por tanto, apunta Buxó, «el texto literario es apenas un estímulo para que el crítico o el analista descubran sus propias ideas obsesivas o muestren su relativa competencia en el campo de las reducciones formalizadas».
En el panorama cubano se dio también este tipo de polémica, aunque con una desproporción bastante notable de la tendencia de rechazo total, al punto de que muy poco quedó de lo segundo. La revista Criterios actuó casi como única rara avis persistente y solitaria y ha pasado a ser fuente incidental de estudios que apenas rozan mínimas partes del arsenal de la propia teorización semiótica. En una broma que es ya un edicto, a cualquiera que se le ocurra valerse de estos estudios para fundamentar su acercamiento a la obra literaria, o artística, quedará etiquetado como «metatrancoso» y se le desacreditará de oficio. José Pascual Buxó lo tenía claro entonces: «En uno y otro caso, no se hace sino perpetuar de manera poco consciente esa antigua y enconada escisión de los estudios literarios que consiste en describir los mecanismos semióticos (lógicos o lingüísticos) que rigen la estructuración de un texto». [p. 10]
Mientras, abunda y sobreabunda un entramado de obra literaria que va a ser valorada más por la reseña promocional y complaciente, o dañinamente agresiva en menos casos, ambas de corte impresionista y con intenciones por lo general extra artísticas, predeterminadas antes de estudiar la obra misma. Los análisis críticos de fondo escasean y se atrincheran en la propia rutina laboral de la academia, delimitando, una vez más, el circuito de alcance al que pudieran destinarse. La industria cultural ha saturado el mercado, con la consiguiente inclinación de la balanza a su favor a la hora de juzgar y detectar valores, mientras la ciencia de los estudios literarios se ha recluido a sus propios circuitos estrechos de circulación. Buxó lo advertía con claridad ya en la segunda mitad del siglo XX:
(…) del mismo modo que el análisis formal que se tiene por fin a sí mismo deslíe la obra literaria a la que se aplica y la convierte en un mero pretexto para la ejercitación de ciertas habilidades técnicas, así también el discurso sucedáneo de las exégesis autogámicas anula el texto artístico para acabar sustituyéndolo por una cadena de glosas disímbolas y, posiblemente, infinitas. [p. 10]
El panorama que había dejado esta antinomia se deshacía entre «las vastas confusiones exegéticas y las vanas simplificaciones analíticas», por lo que el teórico mexicano proponía centrarse en la semiótica, es decir, «atender —en primerísima instancia— la peculiar naturaleza de los signos, sus modos de operación, sus condiciones de productividad». [p. 11] No podemos decir que tuvo un éxito rotundo en su llamado. La antinomia pervive en sus extremos y el diálogo de sordos se extiende más allá de ambas tendencias, con ventaja evidente para quienes se aferran al descrédito y la discriminación de lo teórico. Ventaja, entiéndase, en el plano inmediato del reconocimiento mediático, del llamado a hacer cátedra, aunque el olvido se embosque en un recodo cercano del camino.
Para José Pascual Buxó el símbolo, connotado a partir de la palabra, «no tiene una sola dimensión, no se limita a ser un conjunto de articulaciones vocales inmutables durante un tiempo más o menos largo; posee —además— un contenido semántico configurado de manera cambiante, no solo en el tiempo, sino en la diversidad de usos que de ese signo se hacen en un mismo tiempo o en un mismo entorno social». [p. 12]. El papel de la ciencia que indaga en el texto literario radica, por tanto, en hacer que esas múltiples y mudables articulaciones del símbolo se hagan «equivalentes y compatibles para todos los usuarios insertos en un señalado ámbito o propósito de comunicación», lo que debe llevar a una digna y necesaria solución del círculo vicioso.
Si bien no basta, para Buxó, con la inclusión de una tipología semántica de los enunciados que estudian la estructura del texto literario, esta es en principio imprescindible para la confirmación, o no, de hipótesis que definan y analicen el papel de las diversas funciones semióticas que operan en la literatura. Esto, a mi modo de ver, no solo para el texto en sí, sino también para el contexto en que este va a comunicar, sobre todo después de que la industria cultural no solo domina el panorama editorial, sino además en el ámbito de las valoraciones y los juicios.
Basándose en los estudios precursores de Roman Jakobson, Buxó propuso el desarrollo de una ciencia semiótica capaz de revelar los nexos equivalentes, sea por semejanza o por oposición, entre «el planteamiento de los problemas relativos a la configuración semántica de amplísimas zonas de la realidad psíquica y social» con el ámbito de «las invariantes semióticas de la lengua». [p. 14]. De ahí que centrara su objetivo en:
(…) los modos de significar propios de las unidades léxicas o sintagmáticas que, en cierta medida, solapan la presencia de paradigmas translingüísticos (ideológicos) que intervienen de manera decisiva tanto en la constitución de los enunciados verbales como en la asignación de funciones discursivas (sociales) a los procesos de enunciación. [p. 14]
Proposición que, por cierto, se desarrollaría a la inversa, intentando despojar al texto literario de implicaciones ideológicas, dado que había llegado el anunciado fin de las ideologías. Pronto, la realidad confirmaría hasta qué punto esas indagaciones de Buxó pedían ser atendidas nuevamente, aunque no estoy muy claro de que eso ocurriera, o tenga posibilidades de ocurrir. Los paradigmas ideológicos se han atrincherado en casi todo el trasfondo de la creación y han convertido en norma sus bases esenciales.
Partiendo no solo de la teoría estructuralista de Jakobson, sino además de la glosemática de Louis Hjelmslev, Buxó definió dos subsistemas asimétricos y productivos de esas correspondencias, el denotativo y el connotativo. A través de ellos, como se ha demostrado ya posteriormente, es posible delimitar los niveles de correspondencia u oposición, e incluso de relatividad según el contexto social y cultural, entre el signo y lo significado y, muy importante, entre la palabra del discurso literario y la generación de paradigmas ideológicos solapados por el propio ámbito de los elementos de los que se vale el texto literario. Buscando describir una clase más compleja de estructuras discursivas, el teórico mexicano acuñó el término semiosis, para que fuera entendido como un proceso permanente de producción simultánea de sentido. Estructura y función son esenciales en sus proposiciones, pues de ellas parte el posterior análisis en que se va a fundamentar su teoría.
La multiplicidad de signos que el habla cotidiana hace permanentes, y permanentemente efímeros, cambiantes, transmutables, a través de la lengua, se recompone en el texto literario mediante estructuras de significación que permiten que el uso caótico de la polisemia —respecto a la lengua de la que depende— encuentre las vías necesarias de comunicación y entendimiento que toda obra busca. Tanto la expresión artística como la literaria poseen el don de apropiarse del resto de esos contextos de significación social cotidiana para reconvertirlos en su propio discurso, sacando de ellos no solo sentidos ya anteriormente denotados, o connotados, en sus manifestaciones, sino otros que pudieran incluso serle ajenos, o contradictorios. En sus procesos internos de interpretación, tanto la obra de arte como el texto literario homologan y desvirtúan, sin que ninguna de esas operaciones se considere sacrílega, al menos desde el punto de vista de los recursos permisibles a escritores y artistas.
Un aporte epistemológico esencial, imprescindible a mi juicio, de las investigaciones resultantes de Buxó en Las figuraciones del sentido es el siguiente:
(…) la estructura de las semiologías es el resultado o efecto de la actualización simultánea de dos tipos de relación entre la lengua v los demás sistemas simbólicos de la sociedad: la relación de interpretancia y la de homología; dicho aún de otro modo, las semiologías ideológicas se constituyen por la incorporación en un mismo proceso textual de: a) las interpretaciones semánticas de dos o más zonas de la realidad y b) el establecimiento de correlatos homológicos entre miembros pertenecientes a dichos conjuntos de interpretaciones, de lo cual se origina c) un texto sincrético en el que aparecen actualizadas de manera implícita (es decir, por intermedio de un único sistema interpretante) ciertas representaciones semánticas fundadas, a su vez, en un sistema de correlatos canónicamente aceptado por un grupo social en sus actividades específicas. [pp. 18-19]
Los sistemas ideológicos que forman la base conceptual de significación para escritores y artistas, y con ellos los sistemas ideológicos que se erigen en objeto de deseo de la industria cultural, previamente convertidos en patrones de juicio, no han dejado de ser parte intrínseca de la obra literaria y artística. En ella se homologan a través de diversas estrategias creativas y dan un resultado concreto que trasciende las fronteras del sentido para estrechar los marcos expresivos y el alcance social de lo significado. Más cuanto más se ha incrementado el uso de las redes sociales de comunicación por internet para generar consensos de opinión y de descrédito. En la mayoría de los casos, la concepción del autor ha pasado a ser parte de las homologías asimétricas de equivalencia con las concepciones globales que rigen con estrictos márgenes los intereses ideológicos e, incluso, las prácticas y competencias culturales. La acción de las plataformas públicas de comunicación social reproduce un entramado ideológico que supera con creces el tradicional papel que han jugado los grupos de presión en las sociedades modernas.
Según Buxó, «un texto es un proceso sintagmático en el cual se actualizan determinadas invariantes paradigmáticas en un número determinado de variantes». [p. 24]. Desde esta perspectiva, es imprescindible que dos o más entidades se identifiquen, al punto de que cada una pueda ser parte del todo por igual, como conceptos de unidad en la obra. Tanto entidades determinadas de la obra, como diversas funciones de los recursos empleados, se desarrollan a través de variantes que puedan identificarse.
Al distinguir como planos semióticos interdependientes el de la expresión y el del contenido, Buxó reconoce, con Hjemslev, que, si bien hay un punto de partida que los identifica de manera análoga y los homologa además en sus correspondencias, la profundización en ambos revela que cada uno presenta maneras esencialmente diferentes. De este modo, un sistema estructural estilístico puede ser válido para diversos intereses ideológicos y, por supuesto, para reafirmaciones, o negaciones, culturales diferentes.
Si bien el signo es arbitrario, y puede hacerse pertinente de infinitas maneras para designar un mismo objeto o sujeto referente, esa arbitrariedad se relaciona con los elementos de codificación que definen su capacidad de expresarse y, desde luego, de significar. Por eso es que las citas célebres, utilizadas fuera de su contexto original, que las codifica en su nivel expresivo y sugiere o define su sentido, transforman su significado aun cuando parezcan arrastrar ese mismo sentido original. De citas célebres, sacadas de contexto y llamadas a significar incluso en un sentido contrario al de sus presupuestos axiológicos, está lleno el contexto comunicativo de hoy. También de muchas otras expresiones que un precursor como José Pascual Buxó pudo anotar, o vislumbrar, aunque tal vez escaseen demasiados los necesarios sucesores de este pensamiento.
[1] José Pascual Buxó: Las figuraciones del sentido, Fondo de Cultura Económica, México, 1984, p. 9. Las citas siguientes pertenecen a esta obra.
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