Esta es una historia sobre el horror del retorno a casa. La protagonista ha descubierto que no hay posibilidad de regreso, ya que el río en cuyas aguas nos hemos bañado no será el mismo dos veces. Es ahí donde se despierta el miedo; ese terror que asume la vasta forma de los animales sacrificados, de los sueños recurrentes, de las pesadillas, el terror de la culpa de aquel que se marcha. Como presupuesto —como idea— este cuento parte de un fundamento agradecido: la destrucción del mundo interior de la protagonista. Todo lo que se añade a esta circunstancia dramática, lamentablemente nada aporta y mucho enturbia a la trama, hasta reducirla a una progresión repetitiva que bebe de referentes (re)usados hasta el cansancio y que, en la narrativa actual, poco alcanzan a dialogar con los lectores.
El cuento, de alguna manera —y pese a su brevedad— aparece cortado en dos niveles de realidad que la autora intenta hacer coincidir en un punto: el mundo onírico de la protagonista y la matanza de los animales en el camino. Para ello, la narradora ha pretendido cruzar universos que no se sabe si provienen del delirio de su personaje —a pesar de que este no ha mostrado claras señales de locura— o de una realidad alternativa que ha sido invadida por viajeros del espacio (deduzco que se trata de metamorfos que asumen la apariencia física de aquellos a los que asesinan… así sean animales). La idea, en sí misma, no tiene nada de malo —aunque tampoco es novedosa—, pero su concreción en materia literaria falla de manera apabullante. Creo que, en gran parte, esto se debe a una pobre noción de las descripciones del primer contacto con la “especie alienígena”; estas escenas aparecen solucionadas como un descocido narrativo que no provoca temor sino cierto afán lúdico, en la misma medida en que los referentes visuales de la autora —y su manera de narrar— se simplifican progresivamente en la evolución de la trama.
Rescatable me parece, por otro lado, el comienzo del relato: la imagen del camino sembrado de gallinas muertas sí ofrece una sensación otra, sí moviliza el intelecto del lector y sí nos obliga a aferrarnos a lo que se narra. El deterioro rápido de este efecto termina por destruir al resto de la obra. Y es lamentable, porque el final del relato —sin ser ideal ni original— nos muestra una imagen que, de alguna forma, retribuye y se encadena a los comienzos del cuento. Esta imagen final nos obliga a una reinterpretación de la trama, nos hace cuestionarnos la idea de la realidad y lo sobrenatural como hasta ahora se habían presentado en el cuerpo de lo textual. No se niegan las leyes que la propia autora ha intentado tejer, pero es cierto que el final nos lleva nuevamente al leitmotiv de la locura y el delirio, apenas esbozado en pinceladas al comienzo de la historia.
Hay elementos que, sin dudas, no conectan de ninguna forma en el cuento. Elementos que, a mi criterio, sobran pues no aportan contenido, ni símbolo, ni ritmo, ni progresión, y que han sido colocados —como a la fuerza— para otorgar una falsa concreción del universo narrativo. Por ejemplo, la presencia de los padres en la historia no resulta trascendental, ni siquiera importante, y la narradora lo percibe pues, aunque no se deshace de ellos, estos personajes solo aparecen como un decorado más en la trama —un decorado que, dicho sea de paso, es menos señalado que el descubrimiento de las gallinas muertas y del cadáver putrefacto del perro— al cual le dedica unas pocas líneas de diálogo antes de hacerlos desaparecer por completo. Otro ejemplo se concreta en los elementos que la autora elige para manifestar el primer contacto entre la protagonista y los alienígenas. Es en ese instante donde la narradora bebe, sin actualización de ningún referente, sin novedad alguna, del imaginario típico —dígase más, del imaginario lugar común— de la ciencia ficción: la pobrísima descripción de la nave espacial, la clásica abducción violenta, la presencia de los metamorfos que han usado la apariencia física de sus víctimas —en este caso, animales— para interactuar con los humanos.
Nada se explica de este primer contacto. Nada se saca en blanco y negro salvo la recurrencia de la autora, que hace coincidir en un falso mapa de realidad a lo onírico con la abducción. Es probable que su intención haya sido que el plano de lo fantástico —como sumatoria de todos los factores que ya se han mencionado, incluyendo a las repetidas pesadillas de la protagonista dentro de estos— y el plano de lo real colisionen, para así crear un híbrido entre ambas líneas de sentido donde la protagonista pudiera, continuamente, cuestionarse qué es lo real y qué es el sueño, sin llegar nunca a deducir la verdad; muy al modo, si se piensa, de la poética de Cortázar en cuentos como La noche boca arriba. Todas estas intenciones, por supuesto, no llegan a fraguarse más allá del deseo de la autora. El cuento —en tanto texto— queda más como una idea en ciernes mal proyectada y pobremente concretada.
Como lectora salvo el instante primero: el momento en que la realidad de la protagonista es inundada por las gallinas muertas, por el tufo de la destrucción. Esa imagen, sin renglón para dudas, aplasta cualquier sumatoria de referencias caducas y, al menos a mí, me deja con el sabor agridulce de la idea que aún aguarda por mejores concreciones narrativas.
Jeiddy Martínez Armas, Bauta, Provincia La Habana, 1990. Licenciada en Periodismo en la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana en el año 2017. Graduada del Curso de Técnicas Narrativas del Centro Onelio Jorge Cardoso en la edición XXI, del Taller de Técnicas Narrativas, en el Instituto de Periodismo José Martí (mayo de 2018) y del curso de guion para cine, radio y televisión impartido en la Sociedad Cultural José Martí en el año 2016, donde obtuvo diploma de oro por la originalidad en su narración. En el año 2018 finalizó el Curso-Taller para la formación de escritores en la Casa de Cultura Mirtha Aguirre, del municipio Playa, impartido por el grupo literario Letra D Kmbio.
Como parte de los lauros que ha alcanzado en la narrativa se encuentran: primera mención en el Festival de Artistas Aficionados de la Universidad de La Habana en el curso 2014-2015 con el cuento Hojas Secas; mención en el género de poesía en el Encuentro-Debate Municipal de Adultos en la Casa de Cultura Mirtha Aguirre del municipio Playa, finalista también en el concurso literario 8vos Juegos Florales «Laureles de Siboney» con varios cuentos y poesías.
Ha trabajado en diferentes medios de comunicación como redactora-reportera, por ejemplo en la Redacción Internacional y Redacción Multimedia del periódico Granma, en la Redacción Multimedia del Canal Caribe, en la Revista Cartelera y más recientemente en la Redacción Cultural de la Revista Bohemia.
En un raro lugar
Caminaba por el sendero como tantas mañanas y pudo darse cuenta de las gallinas muertas en el piso como basura, hediendo muerte. Pensó que otras veces había pasado, seguro había sido un perro salvaje que las mató. Se detuvo un instante y acomodó en su hombro el pesado maletín que cargaba.
Una vez al año, cuando volvía de La Habana, aquella pequeña finca la envolvía en pesar, al darse cuenta que más allá de su familia nada la ataba a aquella hectárea de terreno con tierra árida que solo podía albergar unas cuantas matas de guayaba y aguacate.
Un cadáver distinto a las gallinas la hizo gritar de golpe: ¡Toby!. Comenzó a llorar, pues aquel que cargaba en sus manos, putrefacto y casi irreconocible, la había acompañado en sus juegos infantiles desde los ocho años. Tuvo que seguir su camino y dejar al perro allí, presa de los gusanos que ya se alimentaban.
Continuó caminando, un mal presagio la albergaba. Tropezó con una gran piedra que no pudo divisar por el apuro y cayó casi inconsciente en aquel suelo. Por unos momentos se adentró en otro universo irreal. Al abrir los ojos vio que estaba parada encima de las nubes y que al alzar su cabeza la tierra que pisaba normalmente se encontraba en el firmamento.
—Qué lugar tan raro, debo de estar dormida todavía ─pensaba mientras se daba duras bofetadas en el rostro.
Se levantó resignada en aquel raro suelo donde podía tambalearse un poco. Observaba cómo los árboles colgaban de la tierra encima de ella. La golpeó un aguacate que le cayó encima. Hacia arriba pudo ver un gran firmamento carmelita de distintas tonalidades, de más clara a más oscura según iba ascendiendo.
Despertó súbitamente de aquella letanía mientras casi llegaba a la puerta de la casa de sus padres. Abrió sin titubeos, aunque un poco asustada. Allí estaban ambos igual que siempre, su madre en la cocina colando el café, mientras su padre afilaba el cuchillo sentado en el taburete.
─Mija, por fin llegaste. ¿Cómo te fue por allá?
─Muy bien, padre.
─Mija, cómo te extrañamos —dijo la madre mientras la abrazaba.
─Me pareció muy raro esas gallinas y Toby muerto ¿Y eso cómo fue?
─No sabemos mija, tenemos que plantar vigilancia a ver qué pasa. Pobre Toby. Qué manera tan triste de morir el animalito.
─Mija, que se ensuelva en él ─dijo la madre mientras se persignaba.
─A ver si me recuesto un rato, estoy exhausta del viaje.
─Sí, mija, todo está listo en tu cuarto.
Miró y todo le parecía tan pequeño dentro de aquella habitación. Su camita personal, tendida con aquella sobrecama de flores que mamá le había bordado en el cumpleaños número quince y la muñeca en el centro. Recorrió el dormitorio, intentando reconocer viejos recuerdos entre aquellas paredes de madera, los recuerdos que se borraban un poco más cada año. Se sentó en la cama y en el corroído espejo con manchas pudo divisar una expresión cansada, contraria a su juventud.
─Déjame dormir un rato, a ver si me recupero ─dijo en alta voz delante del espejo, mientras se desnudaba, deshaciéndose de la ya sudada ropa. Se acostó y casi inmediatamente la rondó el sueño.
Pudo divisar de nuevo que caminaba sobre las nubes. En pocos instantes cayó al tropezar. Fue un susto para ella la caída, pero no sangró. Siguió reconociendo aquel extraño lugar.
Con gran estupor vio aterrizar una pequeña nave espacial. No era como esos inventos de las películas, era pequeña y de madera, con tres pequeñas ventanillas. Dos seres, con cabeza de gato y cuerpo de perro salieron salvajemente y la secuestraron, metiéndola dentro de la nave a través de una pequeña escalerilla que se había desplegado al aterrizar.
Ya dentro de la nave, pudo divisar con el rabillo del ojo el rostro de su perro en uno de los malhechores. Comenzó a pensar entonces que tal vez esos seres tomaban el rostro de quienes mataban.
La nave espacial era parecida a la cabina de un avión, aunque un poco más grande, con muchos botones raros, pero no tan sofisticada. Pudo observarla muy poco, mientras los extraterrestres la empujaban a la fuerza y ya adentro la golpearon.
Una gallina que saltó por la ventana de su habitación la despertó. Miró con horror a su alrededor. Buscó a sus secuestradores hasta debajo de su cama, por la ventana y todo parecía que aquellos malos recuerdos, tan vívidos, habían sido un sueño, un mal sueño.
Pocos minutos intentó hacer resistencia al peso de sus párpados de plomo. Se levantó por un momento y cogió, del maletín sin desempacar aún, su móvil. Se conectó un rato a Internet, a Facebook exactamente. Chateó con varias de sus amistades y enamorados, pero fue vencida por el cansancio. Soltó el móvil en su mesita de noche y aunque no quería dormirse, el viaje tan largo la había dejado sin fuerzas. Se apagó de nuevo.
Estaba ahora dentro de una jaula, allí la habían dejado los extraterrestres media inconsciente, después de golpearla. Con las pocas fuerzas que tenía en sus manos trató de forzar los hierros de la jaula y escaparse. Intentaba gritar, a pesar del trapo que le tapaba la boca.
Muerta de miedo vio como los extraterrestres se comían a otro de los prisioneros vivos, masticándolo sin remordimiento con dientes de cinco centímetros y luego observó los chorros de sangre en las paredes de la pequeña nave. Pudo ver cómo el rostro de uno de los malhechores cambiaba de forma. Ya no tenía la cara de Toby, sino de un conejo.
Ella intentó escapar con las pocas fuerzas que le quedaban. Se enfrentó con golpes a los secuestradores que intentaban sacarla de la jaula. Comenzó a rezar el padrenuestro y de pronto se vio de nuevo en su cuarto. Se miró al espejo, aliviada de estar viva y en su casa, pero se horrorizó al descubrir su rostro en el espejo y ver una cara de gata.
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