
En sus Caminos para la poesía traducida, Olga Sánchez Guevara (Bayamo, 1952) nos describe la traducción de poesía como un juego de ecos, donde lo dicho en una lengua es repetido en otras lenguas por otras voces. De esta elegante imagen poética podríamos extraer al menos dos de las cualidades de un buen traductor de poemas: delicadeza (porque muy frágil es la materia del eco y las voces) y mucho oído.
Por suerte, la traductora ya estaba enterada de estos misterios, pues iría a traducir los versos de una lengua hecha de ritmos —la de la saudade— y de un poeta que se entregó a la delicada labor de hacer de una palabra un barco.
El poeta es Eugénio de Andrade (seudónimo de José Fontinhas, Póvoa de Atalaia, 1923- Oporto, 2005). Narciso (1938), Las manos y los frutos (1948), Las palabras prohibidas (1951) y Los lugares de la luz (1998) son algunas de sus obras. Andrade recibió, en 2001, el más importante galardón de la lengua portuguesa, el Premio Camões. Según José Saramago, se trata de uno de los mayores poetas portugueses de todos los tiempos.
Si ya la traductora nos había contado que Las palabras son puentes, pues uno bien largo (¿cuántas palabras habrá de San Miguel del Padrón, Cuba, a Póvoa de Atalaia, Portugal?) tuvo que crear, con carta poética de por medio: «Quiero que muchos puedan enamorarse como yo de tus versos, aunque no conozcan la lengua en que originalmente fueron escritos».

El poemario escogido fue El peso de la sombra (O peso da sombra, 1982). El título, en doble libro que contiene también El oscuro esplendor, de Eliseo Diego (traducción al portugués de Natividade Lemos), fue presentado el 5 de mayo de 2017 en la sala Villena de la UNEAC.

Uno que se enamoró dos veces de los versos de Andrade —todo en un caprichoso juego de ecos: primero en español, lengua de llegada, para solo después ir a conocerlos en portugués— se propuso entrevistar a la poeta traductora.
Como homenaje a Eugénio de Andrade en el vigésimo aniversario de su fallecimiento (13 de junio del 2005), presentamos esta entrevista. El título no son más que las palabras que encontrarán en los dos extremos del puente: «De Póvoa de Atalaia a San Miguel del Padrón».
Con Andrade el asunto es llegar al corazón de una poesía
que se despoja de ornamentos.
Cuéntenos desde cuán lejos vienen ese amor e interés por la lengua portuguesa.
En mis años de juventud, la música y el cine brasileños fueron para mí los embajadores de la lengua portuguesa. Es importante el hecho de que en Cuba se haya preferido presentar las películas subtituladas y no dobladas, porque eso me permitió oír la cadencia y la melodía del portugués. Mientras estudiaba lengua alemana en la universidad, pensaba que algún día, si tenía tiempo, iba a aprender aquel otro idioma tan musical. Años después, cuando ya era traductora de alemán en el Instituto Cubano del Libro, por necesidades del trabajo me enviaron a aprender portugués a la Unión Latina, lo que fue el cumplimiento de un sueño y un motivo de gran alegría.
¿Cuál fue el primer autor que tradujo desde el portugués? ¿Fue una elección suya?
Los primeros textos que traduje desde el portugués fueron artículos para una revista de filosofía, por encargo del ICL. Después, colaborando en el portal Cubaliteraria, traduje algunos poemas de escritoras angolanas como saludo a la Feria del Libro de 2013, en la que Angola fue el país invitado de honor. Pero ya por entonces estaba trabajando en la selección y traducción de poemas de la brasileña Cecília Meireles para la antología Apenas una rosa, que publicó la editorial Arte y Literatura ese mismo año. Traducir a Meireles sí fue mi elección personal; lo que luego sería un libro, fue antes una propuesta mía que la editorial aceptó.
Usted ha traducido a dos poetas inmensos (de los que no caben por esa puerta): Rainer Maria Rilke y Eugénio de Andrade, el primero desde el alemán y el segundo desde el portugués. Háblenos un poco sobre esa compleja experiencia: la de situarse entre dos lenguas tan distantes, y entre dos poetas tan disímiles.
La distancia entre el alemán y el portugués existe y es grande, pero no ha sido un problema para mí, sino todo lo contrario: alternar entre dos idiomas tan diferentes me hace descansar de las complejidades de cada cual.
En cuanto a Rilke, ha sido muy traducido al español desde la década de 1930, pero a veces no encuentra uno la versión que quisiera, y es ahí cuando aparece el reto de hacer una traducción nueva. Aunque resulte obvio, tengo que repetir lo que muchos han señalado: que traducir a Rilke es muy difícil, porque en él son igualmente importantes el contenido y la forma, y si atiendes a lo uno corres el riesgo de descuidar lo otro. Hay que buscar un equilibrio, es como quien camina por una cuerda floja.
Con Andrade el asunto es llegar al corazón de una poesía que se despoja de ornamentos, y en unos cuantos trazos dibuja imágenes que el traductor debe reproducir lo mejor que pueda en la lengua de llegada.
Pero no son poetas tan disímiles: ambos coinciden en la intensidad del sentimiento y la búsqueda de una verdad poética más allá de las palabras.
De entre todas esas dificultades que van surgiendo durante el viaje del traductor por el poema (rima, vocabulario, sentido…), ¿cuáles han sido las más difíciles de sortear en el caso de la lengua portuguesa?
Los poemas del libro de Andrade que traduje, O peso da sombra, no son rimados, por lo que en su caso no tuve que enfrentarme a esa dificultad. Pero antes, con Meireles, sí traduje algunos poemas rimados, y es algo que resulta bastante complejo y toma mucho tiempo, porque la cercanía entre el español y el portugués a veces no es tanta como puede parecer. Por ejemplo, respecto al vocabulario, hay palabras como «pena», tan usada en poesía, y que en español denota tristeza o sufrimiento, pero en portugués es la pluma de un ave. Y así muchas otras…
¿Y cuando se trata de textos en prosa? ¿A la hora de traducir podemos encontrar tantos escollos, por ejemplo, en un Machado de Assis como en una Cecília Meireles?
La prosa es mucho más sencilla de traducir, aunque eso no significa que uno pueda despreocuparse. Es solo que en poesía tienes esas dificultades adicionales sobre las que me preguntabas antes, que no se presentan en textos de otros géneros literarios. Pero la prosa de los grandes autores en ocasiones tiende a ser rítmica y bastante poética, y en el caso de Machado de Assis (de quien traduje El alienista) se añade el contexto de época, que se debe tomar muy en cuenta, y a veces explicar algún detalle al lector mediante notas.
Y para terminar, de entre todos esos versos irrepetibles (y de cabecera…) de Eugénio de Andrade, ¿hay alguno que, porque lo siente ligado a usted misma y a su vida, le despierte ese deseo de querer haber sido usted la autora?
Andrade es un poeta inimitable, único, y no creo que yo pudiera haber escrito alguno de sus poemas. Sin embargo, escribí todo un libro suyo: esa es la magia de la traducción. Antón Arrufat me preguntó una vez: «Entonces, ¿he leído a Kafka o a sus traductores?». La respuesta a su pregunta será siempre que al leer a un autor traducido se lee al autor y a sus traductores.
De todos modos, hay un par de poemas de Andrade con los que me identifico más que con otros. Uno comienza así: «El amargo sabor de una naranja / y la casa regresa…». Con el otro quisiera concluir esta conversación que mucho te agradezco.
Llego a la ventana para mirar los cedros
por última vez en este verano;
tú duermes aún; amanece en el rumor distante de las esquilas;
están más próximas las veredas
lentas del otoño,
los lienzos de niebla,
el cielo turbio a ras de las colinas.
(Eugénio de Andrade, El peso de la sombra, traducción de Olga Sánchez Guevara)
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