La poesía es un espejo que hace hermoso aquello que está distorsionado, la poesía es una especie de concentración, en una buena parte, inconsciente,[1] en estas ideas de Shelley y Eliot pensaba mientras leía el libro Días de hormigas de Martha Luisa Hernández, Premio David del año 2017, donde asistimos a un espacio, sin dudas, teatral, donde «ella está escenificando su memoria: sus días y sus noches debajo de los ojos de la madre y de la abuela. Y de la muchacha fantasmal».[2] Son tejidos allí el mundo de la familia, y el teatro sin fin de las relaciones de la madre con la hija, del mundo de la madre con los hijos en el que siempre gravitamos, «como un diario de apuntes de una puesta en escena, como un diario sobre la soledad»[3] y, por supuesto, una historia de amor o desamor, pues de ello podrían conformarse todos los discursos posibles. Del amor como drama, para lo cual echa mano a la metáfora de las hormigas, relacionándola con categorías que tienen que ver con el teatro, y que representa disímiles ideas u obsesiones a lo largo del cuaderno, como por ejemplo, a la familia:
Tal vez no sea tarde para volver a vivirlo todo,
como aprender a dar pasos,
a mirar,
a decir,
como aprender a ser nuevamente una,
a dibujar el primer gesto.
Tal vez este dedo y esta página sean mi teatro, esa especie de fe escénica
que siempre transmiten las hormigas.[4]
Las diversas metáforas sobre el diminuto insecto van dando cuerpo al libro en el que se logra la poesía muchas veces a través de una mezcla de ingenuidad y espontaneidad. Uno de sus filones más efectivos es cuando la vincula al incesante movimiento, a la incesante búsqueda, al símbolo de una huella:
Siguiendo el rastro de las hormigas encontré a la muchacha,
[…]
Yo no pensaba en nada más que
en aquellas diminutas líneas de vida,
hacia ninguna parte,
hacia todos los rincones,
hacia todos los misterios.[5]
«A su constante ductilidad, como la vida»:
«Amarte tanto, escribirte tanto, llorarte tanto,
perdonar, perdonar, perdonar»:
he aquí mi primera experiencia con el fracaso.
Con un ir y venir de hormigas sobre azúcar derretida,
sobre la meseta, sobre la mesa, sobre mí.
¿Había visto algo más hermoso que ese constante ir y venir?
¿Había actuado para mis textos de manera idéntica?[6]
La metáfora aludida puede referirse a la vitalidad,[7] la energía, la fuerza generatriz del mundo en que la abuela, la madre y la muchacha anhelada son de una misma nobleza espiritual, de una misma genealogía porque están atravesadas por el mismo dolor:
«Experimentación propuesta por el espectador»
Dentro del par de medias, un nido.
Dentro del escaparate, un nido.
Mi habitación, un criadero de hormigas.
Dijo: «¡Qué cuarto tan bonito!»
Para luego sentarnos a mirar juntas dentro del par de medias
con aquella primera impresión:
Y ella, la muchacha, mi madre y mi abuela lo verían todo,
nacimientos microscópicos de sobrevivientes.[8]
Uno de estos dolores está relacionado con la violencia del ser masculino sobre el yo lírico.
En el libro un profundo sentir comulga y se traduce en frases aparentemente coloquiales, aparentemente incoherentes: «No ser obsesa es desapasionarse tanto que me ocupo de obsesionarme siempre», y se vincula a ella la metáfora que recorre al libro: «No existe pasión más grande que la de las hormigas […] Tenían razón las hormigas: es el encuentro, una obsesión, la obsesión».[9] En la posible e imposible personificación del insecto transcurre el libro, con su dejo adolescente —a veces se percibe el esfuerzo insuficiente o ampuloso por construir la metáfora—,[10] dando fe de una realidad que puede borrarse de un manotazo, por ser una lógica ajena a los humanos, a lo peor de los seres humanos:
Pensé en la muchacha,
como si repitiera a su vez las ideas que tengo,
una y otra vez la misma suerte que la de las hormigas.
Sacudiendo la meseta, borrando las líneas dibujadas,
desapareciendo.[11]
«Y ahora quería tener el don de las hormigas,
amar sobre todas las cosas, sobrevivir».[12]
En tal sentido se observa en el cuaderno la interacción y diferenciación entre hormigas e insectos —el resto de los insectos— a través de las cuales se representa el mundo de los hombres, donde se distinguen los seres de buena fe de los de mala fe, y se vuelve a representar la celeridad de la metáfora «hormiga», que puede significar lo libre y lo noble, y su contrario:
«Ojos de hormigas»
Intermezzo: el cosquilleo incómodo de los insectos te hace recordar tu propia incomodidad con mayores insectos. Todos los hombres y mujeres hasta ahora conocidos, insectos. Al menos ellas, las hormigas, poseen una dignidad poética, como dispuestas a morir, a hincar o ser felices —nunca en el mismo orden—. En mi tendón izquierdo siento el cosquilleo incómodo de las hormigas. Soporto todo. La muchacha me inspira a soportar este cosquilleo incómodo de las hormigas. Soporto todo. La muchacha me inspira a soportar este cosquilleo libertario. Una amiga es alérgica a las hormigas, y ayer tenía una roncha gigantesca en su brazo izquierdo, y le dolía un amante militar y le dolía la picadura. La muchacha, como yo, a una hora exacta del día, besa a todas las hormigas y las deja hincar, morir pero jamás ser felices. Ahora siento el cosquilleo incómodo, de pequeños insectos que solo besan, y no quiero sacudir este incendio diminuto en mi tendón izquierdo con un gesto alérgico, con mi dolor.[13]
En tal sentido la hormiga puede significar también el extravío —«Si, existe la muchacha, muy a pesar de las hormigas»—[14] o acaso lo fractal —«Para no dejar de sentirme fuera, para no dejar de amar la arbitrariedad de las hormigas. Ellas, diminutas observadoras del arte antimimético»—.[15] Asimismo el escarceo erótico encuentra cobijo en la metáfora de la hormiga. Véase en este sentido el poema «Ojos de hormigas» de la página 15.
Entonces la memoria es como un baúl de evidencias para explicar el presente, entonces la familia es el mundo encantado de este yo lírico casi adolescente que legitima sus otros mundos conteniéndolos en este. Por eso las hormigas son también lo esperado, lo prometido, lo venturoso que llegará en oleadas, por eso esta ilusión, este goce, esta pieza teatral con aliento poético es también un perfecto acto mental de inclinación atávica, que escoge a las hormigas como síntoma, como desazón en el que se oye al final: «Madre, otra vez no lo logro, otra vez sé que nada volverá a repetirse, y me cuesta mirar a la muchacha perderse, y me cuesta verte morir, y me cuesta estar tan enferma […] Madre, quemo el cuaderno, quemo nuestro cuaderno».[16]
El instante poético sucede cuando se consuma el gesto espontáneo y algunas leves notas de misterio que ocurren tras la elipsis, mientras inserta motivos de «la historia», de su historia familiar a manera de leit motivs, y alcanza líneas sutiles utilizando, de vez en vez, enumeraciones negativas: «Aunque no existo totalmente» (p. 28); «y no olvidé pintar mis labios de rojo ni ir a la fiesta sin invitación» (p. 38); «esa noche pensó ignorarme y no quererme un poco» (p. 22); «Hasta entonces ella no me había querido de ningún modo» (p. 23). Así como sus versos, esta poeta está «partiendo hacia todo lo extrañamente común»,[17] y en unas de sus metáforas con la hormiga alcanza el súmmum de la imagen y el de su poemario: «Ese equilibrio desenfrenado de las obras insignificantes» [18] que serán duraderas.
[1] Véase respectivamente, Percy B. Shelley. «En defensa de la poesía» y T.S. Eliot. «La tradición y el talento individual», en El Placer y la zozobra. El oficio de escritor, UNAM, 1996, pp. 26 y 167.
[2] Nara Mansur. Nota de contracubierta del libro.
[3] Larry González. «Años de hormigas…», La Gaceta de Cuba, n. 5, sept.-oct., 2018, p. 62.
[4] Martha Luisa Hernández. «Días de hormigas», Días de hormigas, Ediciones Unión, 2018, p. 7.
[5] Martha Luisa Hernández. «Presentación de la muchacha», p. 8.
[6] Martha Luisa Hernández. «Búsqueda de mí», p. 13.
[7] Pero una casa libre de hormigas es una casa tan triste, y la abuela dejó enseñanzas para nublar la tristeza de la casa. Martha Luisa Hernández. «Lo que aprendí sobre la felicidad», p. 19.
[8] Martha Luisa Hernández. Ob. cit, p. 33.
[9] Martha Luisa Hernández. Ob. cit, «Entre las obsesiones, proteger el cutis del sol», p. 11 y 12, respectivamente.
[10] «También las hormigas bravas profesan salvación, / y mi amigo dramaturgo lo desconoce: / la muchacha jamás fue presentada ante mí por hormigas bravas». «Re-presentación de la muchacha», p. 28. «La muchacha derramó la vainilla, toda la vainilla, y vio aparecer a cientos de hormigas». «Lo que aprendí sobre la felicidad», p. 19.
[11] Martha Luisa Hernández. «Búsqueda de mí (Paticas de hormigas)», p. 13.
[12] Martha Luisa Hernández. «Ojos de hormiga», p. 23.
[13] Martha Luisa Hernández. «Ojos de hormiga», p. 16.
[14] Martha Luisa Hernández. «Biopsia de la picadura. (Culpa de las hormigas)», p. 27
[15] Martha Luisa Hernández. «Ojos de hormiga con ojos», p. 34.
[16] Martha Luisa Hernández. «Días de hormigas», p. 41.
[17] Martha Luisa Hernández. «Presentación de la muchacha», p. 8.
[18] Martha Luisa Hernández. «Ojos de hormigas», p. 17.
Visitas: 44
Deja un comentario