
A la memoria de Félix Masud-Piloto,
por cuyas venas corría sangre pelotera.
Tres centenarios se cumplen este 2023 en la historia de la pelota cubana, cuya importancia es difícil no ponderar en su justa medida. Los aniversarios cerrados que quiero destacar son: la temporada de ensueño de Adolfo Luque con los Rojos de Cincinnati de 1923, cuando ganó veintisiete juegos, perdió ocho, tuvo una efectividad de 1,93 de PCL y propinó seis lechadas, lo que le valió ser el mejor lanzador de la Liga Nacional; el nacimiento del más popular y carismático pelotero cubano de la década de 1950, Orestes Miñoso, por demás el primer negro latino en jugar en un equipo de Grandes Ligas, con los Indios de Cleveland en 1949; y la memorable campaña de los Leopardos de Santa Clara que se proclamaron campeones absolutos en la lid profesional de 1923-24, dirigidos por Agustín «Tinti» Molina, en cuyas filas concurrían estrellas cubanas del calibre de Alejandro Oms, José de la Caridad Méndez, Pablo «Champion» Mesa, Eustaquio «Bombín» Pedroso, Pedro Dibut, Esteban «Mayarí» Montalvo y figuras sobresalientes de las Ligas Negras estadounidenses como Oscar Charleston, Oliver Marcelle, Raymond Brown y Frank Duncan. Una precaria y selectiva memoria beisbolera, ha hecho que acontecimientos como los que acabo de mencionar, apenas tengan espacio en nuestra crónica deportiva actual. Sin embargo, Luque, Miñoso y los Leopardos de Santa Clara, son apenas un puñado de luminarias entre la gran constelación de hechos, nombres, episodios, anécdotas, acontecimientos y estadísticas que constituyen la sesquicentenaria historia de la pelota criolla, declarada en fecha reciente (19 de octubre de 2021) como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Nación Cubana.
A conjurar olvidos como los que acabo de citar (Luque y Miñoso ocupan con sus biografías y leyendas varias páginas del ensayo), y a enaltecer una honda tradición atlética, cultural y simbólica que se inició al unísono de las guerras libertadoras del siglo XIX, contribuye el libro Cuando el beisbol se parece al cine, del fraterno poeta, ensayista y editor Norberto Codina. Al momento de su presentación, en octubre de 2021, escribí una reseña del libro[1], publicado por Ediciones ICAIC en su versión impresa, con una hermosa imagen de cubierta de mi compadre Reinerio Tamayo, y que tuvo la fortuna de alcanzar el Premio de la Crítica Literaria. Hago aquí la salvedad de que dicho reconocimiento se entregó no a un tratado sobre deportes, sino a una obra de cultura enciclopédica, escrita con excelencia de estilo y donaire estético, que se inscribe de manera natural en la pequeña pero notoria tradición de los discursos letrados sobre la historia de la pelota cubana, donde resplandecen los nombres de Julián del Casal, Wenceslao Gálvez y Delmonte y Roberto González Echevarría.
Ahora, el volumen puede ser nuevamente leído en una versión digital ampliada, que incorpora más de un centenar de páginas con anexos, actualizaciones y correcciones a la edición impresa. Como es conocido, la bibliografía personal de Norberto Codina contaba ya con varios acercamientos previos a un asunto que forma parte, junto con su familia, la amistad y la poesía, de sus grandes afectos personales, pienso por ejemplo en el prólogo de 1989 al libro de entrevistas a peloteros de Raúl Arce y Leonardo Padura[2]; el número antológico de La Gaceta de Cuba dedicado al beisbol en 2003 (donde tuve el honor de publicar mi primer artículo de temática beisbolera: «Juego perfecto») o el entrañable volumen Cajón de bateo (Ediciones Matanzas, 2012), pero todos ellos no son más que afluentes que desembocan en un ambicioso torrente integrador de múltiples saberes, intelectuales y deportivos, que es Cuando el beisbol se parece al cine.

El afán de Norberto en este libro, quizás el empeño intelectual más trascendente en su producción como ensayista, es de índole erudita y ademán totalizador. Ello responde al hecho de que el juego de pelota puede ser estudiado como lo que Marcel Mauss llamó un «evento social completo», o dicho de otro modo, en las naciones donde se practica de manera institucionalizada y profesional este deporte (Estados Unidos, Cuba, Venezuela, República Dominicana, México, Puerto Rico y Japón creo que son los ejemplos más notables), el beisbol constituye un hecho cultural total. En el caso cubano (que es al que el texto le dedica mayor espacio, aunque incursiona también con amplitud en las experiencias de otros países), el juego de pelota es un fenómeno de personalidad plural y democrática por excelencia, y sus rituales asociativos desde el siglo XIX contemplan una gran diversidad de actividades extra deportivas, con privilegio para la música, el baile, las comidas y bebidas, y de manera específica el periodismo especializado y la literatura. De lo anterior dan fe varios de los capítulos centrales de este volumen, donde se dan la mano experiencias formativas diversas de nombres ilustres de la república letrada criolla como Carpentier, Guillén, Eliseo, Lezama, Roberto Fernández Retamar y Guillermo Cabrera Infante, junto a destacados cronistas deportivos del fuste de Víctor Muñoz y Eladio Secades; y junto a ellos se narran sabrosas anécdotas peloteras que involucran a intelectuales de la vanguardia como Raúl Roa, Pablo de la Torriente Brau y José Zacarías Tallet. Mención aparte merece quien es quizás el epítome del escritor/pelotero: José Rodríguez Feo, y su continuador dialéctico por excelencia: Leonardo Padura. En el fértil apartado musical del libro, aparecen reseñadas las grandes pasiones beisboleras de músicos y compositores del talante de Ñico Saquito, Benny Moré, Enrique Jorrín, Rubén Rodríguez, Alberto Faya, Rolando Macías, las populares orquestas Aragón, América, Original de Manzanillo y Van Van, y dentro del ámbito cultural caribeño, figuras tan mediáticas como Rubén Blades, Marc Anthony o Gilberto Santa Rosa.
La política es otro territorio favorecido para la caracterización social del beisbol, en tanto narrativa nacionalista y expresión cabal de identidades individuales y colectivas. En varios países se confirma esta dimensión del deporte como corolario del devenir público, pero en el caso de Cuba este fenómeno alcanza proporciones mayores, toda vez que el acontecer deportivo insular ocurrió en paralelo con el proceso de las luchas independentistas y la construcción del estado nación. En este sentido, el beisbol es un ingrediente fundamental de los discursos ilustrados que buscaban afirmar y fortalecer el sentimiento patriótico, primero contra la metrópoli española, y de ello es ejemplo la pléyade de peloteros mambises del siglo XIX, con Emilio Sabourín y Carlos Maciá a la cabeza; y durante el último siglo y cuarto en rivalidad tácita o manifiesta con los Estados Unidos. El célebre opúsculo de José Sixto de Sola, cuando se refería al deporte como «factor patriótico y sociológico», compendia de manera ejemplar el tópico del beisbol como catalizador emocional exacerbado del nacionalismo criollo. Un caso de estudio diferente, pero emblemático por su especial sensibilidad estética, es el de José Martí, quien desde su atalaya neoyorquina de las décadas de 1880-90, fue testigo excepcional del enorme desarrollo del juego de pelota, junto a otros deportes, como parte del tejido social estadounidense en su práctica profesional y lucrativa. Sus juicios sobre el beisbol norteamericano forman parte de una personal perspectiva ética, más cercana en su caso al romanticismo preindustrial, que reacciona críticamente frente al capitalismo monopolista finisecular, lo que no le impidió asistir a presenciar con amigos y colaboradores cercanos desafíos de pelota en Long Island y Cayo Hueso, lugar este último donde presenció un legendario jonrón del adolescente Tinti Molina.
Unido al factor político, en el libro se describen otros fenómenos de índole social y cultural en los que el beisbol ha tenido un profundo contenido simbólico, como sucede en el caso del racismo, particularmente en los Estados Unidos, donde la figura de Jackie Robinson marcó un parteaguas significativo en las luchas por la integración racial en aquel país; y también en el caso cubano, como se encarga de ilustrar el hecho de que el campeonato amateur republicano estaba vedado para personas no blancas, hasta bien avanzada la década del 50 del siglo XX, situación notoriamente anómala en un país donde existían equipos mixtos de jugadores profesionales desde finales de la centuria anterior.
Sería demasiado arduo comentar todos y cada uno de los múltiples avatares, ritos, ceremonias y escrituras beisboleras que recoge este libro de Norberto Codina, que como discípulo antillano de Borges, a quien se cita en varias ocasiones, ha construido un estadio-jardín de senderos que se bifurcan hacia el cine, la televisión, la radio, el periodismo, las artes plásticas, la gráfica, la publicidad, el choteo, el lenguaje cotidiano, los fraseologismos (es memorable el acápite dedicado a los apodos o motes de los peloteros), los imaginarios eróticos, gastronómicos, sonoros, religiosos y familiares. Nada humano ni divino le es ajeno, si de beisbol se trata, a este vademécum sedoso que, otra vez en la estela de Borges, se me figura como aquel fabuloso Libro de Arena, que no tenía principio ni final. Porque aquí el previsible epílogo, organizado en forma de un conjunto de crónicas, entrevistas y testimonios de autores tan diversos como Graziella Pogolotti, Omar Valiño, Luis Lorente, Julio Girona, Ricardo Riverón, Juan Antonio Martínez de Osaba o Domingo Alfonso, es apenas una nueva y poderosa incitación a penetrar en ese universo mágico del beisbol y sus representaciones culturales, del que dijo una vez otro gran narrador, el novelista estadounidense Paul Auster, era como «participar en la secuencia de un sueño de una película de Fellini».
[1] Félix Julio Alfonso López: «Cuando el beisbol se parece a la vida». La Jiribilla. Revista de cultura cubana, La Habana, 9 de octubre de 2021.
[2] Norberto Codina: «El beisbol o el centro del universo», en Leonardo Padura y Raúl Arce: El alma en el terreno, La Habana, Editorial Abril, 1989.
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El pabellón de los amigos de Norberto Codina
Beisbol y nación en Cuba de Félix Julio Alfonso López
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