En su ensayo Un rato de humor y otras consideraciones, Víctor Fowler cita —en español retraducido, según sus propias palabras—, un chiste de Philogelos (El amante de la risa. Traducido al inglés por John T. Quinn). Es este:
Durante la noche, un intelectual violó a su abuela y, por tal motivo, el padre —que lo sorprendió en medio de la acción― le propinó una gran golpiza. Mientras caían los golpes se lamentaba el intelectual: «¿Por qué haces esto? ¡Tú has estado montando a mi madre durante largo tiempo, sin recibir ningún castigo de mi parte y ahora enloqueces porque me encuentras singándome a la tuya por primera vez!».
Crecí escuchando una versión popular rimada de esta misma circunstancia:
–Padre, cuando yo sea grande
me casaré con mi abuela.
–Hijo, ¿tú no consideras
que esa es la madre mía?
–¿Y cómo tú, que eres mi padre
te has casado con la mía?
Por más que lo parezca a simple vista, la diferencia entre ambas no se halla solo en el modo de contarlo, recio, desafiante y vulgar en el primer ejemplo e «ingenuo» en el segundo. La distancia que media entre la lógica brutal, y un tanto estúpida, que nos revela el chiste de El amante de la risa y la lógica inocente del chiste popular cubano, acaso de canario origen, sugiere que ha ocurrido un proceso histórico de aceptación convencional entre el efecto humorístico —similar en ambos— y la autoridad que será objeto de desafío. Mientras la relación incestuosa queda representada en el primer ejemplo, donde la estupidez radical del personaje llama a sátira, en el segundo solo aparece como figuración, o posibilidad, y por ello la burla del que ríe se transforma en noble, con visos de perdón, o de condescendencia amable, por la ignorancia justa del infante.
Con la comparación entre ambas versiones de un mismo chiste podemos revelar, en primer orden, que no es precisamente el mismo cuando se configura con nuevos elementos significacionales, desde las bases de codificación hasta el sentido de las connotaciones culturales; en segundo, que las teorías acerca de lo cómico y la risa han evitado las confrontaciones a profundidad y se han conformado con positivizar estamentos como el de reír a costa de lo bajo o lo inferior, para atenerme a lo más socorrido. El autor de Un rato de humor y otras consideraciones consigue sortear felizmente estas limitaciones precedentes y se lanza a indagar en la semiótica del chiste, y de la risa, virtud que me alegra descubrir, e incluso compartir, si es permitido conjurar la modestia.
En mi libro El nombre de la risa, publicado por partes en mi columna Semiosis (en plural) y posteriormente editado por Cubaliteraria, sostengo que el chiste depende no solo de su estructuración narrativa, sino además de la colocación estricta de los elementos semióticos que preparan la ruptura subversiva del significado mediante un significante inesperado, aunque posible, y hasta lógico.[1] Fowler, por su parte, asegura:
Una situación cómica es, de modo obligatorio, un sistema: una estructura que pertenece y se encuentra inserta dentro de un medio con el cual establece relaciones de intercambio. El sistema es autónomo e interconectado; funciona según reglas propias a la misma vez que obedece a los dictados de aquella entidad superior dentro de la cual vive y se integra.[2]
Para demostrarlo se vale de ejemplos minuciosamente analizados y, lo más importante, confrontados en su posibilidad análoga con el objetivo expreso de revelarnos por qué, precisamente, se convierten en cómicos. No se conforma, como escribí antes, y ¡qué bien que así sea!, con viejos tópicos teóricos. Esto conduce no solo a la incitación a la lectura del libro, sino además a la convocatoria al diálogo, la reflexión y la polémica.
Más adelante, en el capítulo que dedica al chiste racista, volverá sobre el carácter estructural que lo define como tal, en coherencia con sus planteamientos teóricos. No se limita, por supuesto, a revelar las estructuras lingüísticas, o semánticas, sino que se adentra en la interpretación cultural, imprescindible para que el objeto de estudio no siga siendo un anexo preterido. De ahí que asegure en ese mismo acápite que todo chiste «devela, enseña o deja salir el orden del mundo profundo con el que funciona el sujeto en cuestión». Y llame la atención, por demás, sobre la condición antirracista de un chiste en apariencia racista, si sabemos interpretarlo desde las bases mismas de la alteridad. Ese OTRO en el que el ensayista, insiste, sirve también para explicarnos las reglas culturales de lo cómico.
En sus procesos de negociación con las autoridades a cargo del control social —de esferas diversas— el subalterno y el discriminado pueden compartir la risa con esa misma autoridad, reconfigurando, con la alteridad, la reflexión que denuncie y reestructure las viejas convenciones de discriminación. De eso nos habla Fowler en su ensayo, considerando que los contradiscursos humorísticos son también una vía de subversión, de enfrentamiento al poder y desmontaje cultural de sus patrones hegemónicos. Si no lo dice exactamente así, con las palabras que acabo de usar, sí lo hace entender perfectamente. Que el chiste dependa de una construcción estructural, según el autor, no lo despoja de sus sentidos culturales y, sobre todo, de las creencias y prejuicios que subyacen bajo el contexto narrativo presentado.
De lo que llama «el chiste étnico», siguiendo la norma anglosajona que predomina en sus fuentes teóricas, en complemento con el chiste racista, y ajustando otra vuelta de tuerca en el posible carácter nocivo del humor, Fowler asegura: «El chiste étnico no solo se basa en estereotipos y prejuicios, sino que, al reforzarlos, tiende un velo que impide la comunicación auténtica con el otro del cual, a través de esta variedad de humor negativo, no nos llega otra cosa que todo cuanto lo torna ridículo».
Para que este funcione, según el criterio que a punto y seguido nos expone, se necesita de una comunidad cómplice en el ámbito inmediato de la recepción. Es decir, que un chiste tan comprometido con ideologemas cerrados y específicos depende, por requisito, de determinado grupo de personas que compartan el paquete de prejuicios que evoca el enunciado. He analizado también esto en El nombre de la risa, libro que al parecer no conocía el autor cuando escribió este texto, por lo que van de puro azar las coincidencias. Tampoco en el caso de este tipo de chiste, discriminatorio por esencia, Fowler se conforma con la superficial denuncia, sino que lo estudia en sus dimensiones culturales contextualizadas, sobre todo aquellas que vienen de las esencias que dan lugar al mito. No es que las tome, aunque sí las considera como una parte importante de su estructuración ideológica.
Un rato de humor y otras consideraciones posee además la virtud de repasar fuentes diversas, que van de antiguas épocas —sobre todo en el ámbito del chiste mismo—a lo contemporáneo —sobre todo en el ámbito del acercamiento teórico. Su autor se las arregla muy bien al transversalizarlas en función del objetivo supremo del ensayo: el porqué de la risa. Sin alardes de erudito, nos demuestra hasta qué punto ha profundizado en las consultas y ha sabido entresacar lo necesario como para no perder el tono conversacional de la enunciación. También como otro acierto de este libro se hallan los numerosos chistes que aporta, todos resultado de esa investigación paciente del autor, quien se convierte en traductor en muchos casos y deja, por tanto, una primera versión a nuestro idioma. Así, la enunciación ensayística se integra con otra enciclopédica, de estimable valor, que le permite comprimir las conclusiones, como dejando que sus lectores lleguen a las suyas propias del mismo modo en que lo hiciera él mismo: recorriendo los numerosos chistes que el libro contiene.
Podría leerse, por tanto, como una colección de chistes, aunque no lo sea en realidad y muy lejos está de las tantísimas que circulan por diversas vías. Se agradecen, sobre todo, la coherencia clasificatoria con que ha ido asociando los capítulos. A través de ellos se prolonga la interpretación transversal del sentido del chiste, y de lo cómico, y, principalmente, se reafirman las proposiciones asertivas del autor.
Confieso, a estas alturas de cierre de estas notas de apretada reseña, que algo he sacado de cada uno de los libros de ensayo del autor con los que me he topado, aunque solo esta vez, y por encargo —que agradezco mucho— he terminado escribiendo un comentario. Una deuda que no llego a saldar. Tal vez no sea esta la reseña que merece, más enjundiosa y polémica, ámbito en el que Fowler suele mostrar sabiduría y profundidad, además de una cultura de fondo no tan común en nuestro panorama, pero no quiero concluir sin incitar al lector a que se adentre en la aventura de apretar el clic y descargarlo. Así podrá disfrutarlo a plenitud y, si lo prefiere, polemizar en algún que otro punto. Mi personal experiencia me ha demostrado demasiadas veces que, respecto al humor, no hay coincidencias ni siquiera en dos opiniones coincidentes. Bien nos vendría esta lectura, para todos, creo yo, sin ánimos de broma.
* * *
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[1] Probablemente no lo diga así mismo en el libro, que no he revisado en largo tiempo, y solo estoy sintetizando el concepto.
[2] Cito a partir de la edición en epub de la edición de Hermanos Loynaz, Pinar del Río, 2021.
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