Al artista, al escritor, lo mueve en su raíz un sentimiento de orfandad. Esa falta, ese vacío es cubierto muchas veces por estados de comunión con la naturaleza. Así ocurre en Libro de la piedra y el silencio, poemario de la autoría de Katia Gutiérrez,[i] donde la pérdida es concebida en un sentido metafísico también, y es razón del encuentro con la idea que construye el poema:
Salvado otoño
De haber podido sostenerte
de haber podido liberar, rosa, tu espacio
salvarte de la muerte y de la arena
habría violado el ritmo y la nostalgia
yendo a lo falso en contra
hubiera sido, hasta el extremo, débil
ingenuamente deslumbrada al provocar tu detención.
No haber podido sostenerte
es necesario para todo aprendizaje:
de mi impotencia se sostiene el universo.[ii]
Porque es la belleza de la caducidad lo que le da sentido al mundo, recordar la plenitud de lo que ya perdimos, o gozar de la que perderemos. Este tipo de poema, con elegante economía de recursos, donde se pule el verso, que trasluce un regusto especial en la autora por la poesía de ritmo y metro acendrados, se yergue a manera de ars poética, como ocurre en varias partes del cuaderno. Por ejemplo, en los poemas «Certeza del árbol»[iii] —donde asistimos a una resurrección del verde, y se apela a pausas sicológicas que el lector no puede perder de vista, igual que en otros textos—, «IV» y «De rerum natura».
La pérdida aquí puede trastocarse en desgarramiento, fruto de la memoria, intentando ver lo humano en lo inhumano:
Versión misma y opuesta para la piedad
El día en que mi padre comenzó a desdibujarse
tuve que separar su vida y su no andar
forzarme y ver su alejamiento paulatino
de la voz donde siempre estaría.
El día infeliz en que se impuso la locura
mi padre ya no era mi padre
sino la fuente de la compasión
y esa palabra o cualquier otra no bastó para acercarme
para librarme de sus obsesiones.
No pudo contra el agujero de su desmemoria.
Mi padre se escapaba sin querer
se hacía ninguno de los gestos que supiera
y sólo a veces comprendía su nuevo país
y la misma materia en la que sin embargo no se hallaba.
Yo lo acunaba entonces
sobreponiéndome a ese amago de la muerte
dejando sin doblar el manto sobre su cabeza
viendo colgar su lucidez que ya no existe
creyendo que me espera en otra vida
más allá de este silencio.[iv]
O es testimonio de la asfixia y de la desazón, lo inapresable y misterioso en el sosiego, donde, cercada por los encajes del temor, intenta aún edificar:
Canción de cuna
Si no volviera el miedo.
Si no se asentara veloz la incertidumbre
esos murmullos que ensordecen.
Si no estuviera el nido presto y corredizo.
Si no soplara el viento su metal.
Si no existiera al mismo tiempo silencioso
el espacio vacío de posibilidades.
Si no dictara el azar que persigue.
Si no hubiera lo previo que ata.
Si no tuviera cada noche
Un tajo efectivo y voraz.
Si no contaminara yo
distante y ciega la bandada.[v]
Pero la autora sabe que la pérdida habita en los paisajes solitarios y poblados de la incomunicación, por eso sufre en lo hallado lo perdido, por eso habla en tono firme del desamparo espiritual, del sacrificio:
Arcillas o la ley
De qué manera lograré algún alimento
Y borraré las simas de mi madre?
La cesación y la humedad
no me previenen de su piel aguda
ni de la sangre que al cordero espanta
parco en su lecho
en los quejidos de este altar.
Hace un altar mi madre
como quien se aleja
paga el camino a otra memoria:
de ajenas leyes deberé beber.[vi]
Por eso se reconoce piedra en el silencio,[vii] y quiere «volverse silenciosa, ser el propio cuerpo», [viii]y espera algo que la vida no le ha dado, o predica la muerte como anhelo de otra vida. La autora sabe que el goce en la contemplación de la naturaleza guarda alguna semejanza con el espíritu, y no teme asumir cierto aire místico en sus poemas: «La confusión de mi paisaje oscuro / es mayor que el vacío / contenido en mi nombre»[ix] que ha contemplado la abalanza a la noche, [x]elucubraciones metafísicas, e incluso el anhelo de absolutos típico del romanticismo.[xi] Pues Katia ha elegido acercarse a lo poético con metáforas clásicas, como la rosa, la noche, el pájaro, el mar, el árbol, la muerte, la lluvia, el pez, la caverna, lo que supone un inmenso reto del que algunas veces sale airosa, porque retoma la naturaleza del signo, cuestionándolo:
II
Nunca es el vuelo suficiente al ave:
el espacio se aproxima y constituye una pared
que el ave no rebasa.
El pájaro es el dueño del silencio
y el aire proporciona más silencio
en donde el pájaro pueda reinar.
Un enemigo de no voz y pluma
en su callada libertad
es el poder que me rodea y castiga.
Siempre el pájaro se yergue
yo me escondo
huyo del canto y de las alas.
Entonces puedo ver
cómo también el pájaro es doblegado por el aire
que infinito sobrepasa todo vuelo.[xii]
Sabe cómo en un símbolo de la naturaleza está lo frágil y lo fuerte, la protección y el desamparo, la solución sobre la incertidumbre, y se entona un canto a la naturaleza, pese a una fe perdida que cubre toda contemporaneidad y el decir nuevo de la autora, que, con una inclinación, teje un claro homenaje a las emblemáticas metáforas de la poesía a lo largo de toda su historia:
De rerum natura
Mientras el ojo recorre
lentamente
el tallo de una rosa
—símbolo recurrente a la imaginación—
sorprende la agudeza de la espina
único olvido, una señal, un gesto,
tal vez insulto,
o una provocación
a la perfecta superficie verde
que se desliza bajo la mirada.
Se espera el patrimonio de la flor
desde un antiguo cavilar con la belleza.
La flor está, sin duda
pero radica en otro orden
de importancia
en que color o forma
y el perfume
ya resultan prescindibles.
Tampoco es importante
la espina o su provocación
ni la insolencia:
La sorpresa en sí misma
Es lo que hace lo bello. [xiii]
Porque en estos poemas contemplamos el viaje de la rosa que se abre y muere hacia la imagen de la rosa como emblema del mundo y de la vida —lo que cambia y lo que fluye—, hacia la metáfora de la rosa, que es decir, la metáfora del mundo: la incrustación del símbolo.
[i] – Katia Gutiérrez. Libro de la piedra y el silencio, Editorial Letras Cubanas, La Habana, 2016.
[ii] – Katia Gutiérrez. Ob. cit, p. 7.
[iii]– Certeza del árbol
amparado en la tierra.
Gentil promete todo amparo
(sostenido o fugaz)
deja caer engendra lo que aspiro
no la respiración supervivencia hartazgo
pero el asomo a roca:
cuando no rama, eternidad.
Ob. cit., p. 13
[iv] – Katia Gutiérrez. Ob. cit, pp. 8 – 9.
[v] – Katia Gutiérrez. Ob. cit., p. 19.
[vi] – Katia Gutiérrez. Ob. cit. , p. 38.
[vii] «Piensa en la luz como una espada que cercena […] / La roca alguna vez ha sido mía y la he abrazado feliz / amando el polvo que la envuelve […] / Demasiado se alarga el silencio / cuando nada lo espera / (no otro signo). […] La piedra piensa en las formas de la luz / A mí el silencio una vez más me ciñe».
«La piedra y el silencio», Ob. cit, pp. 40 – 41.
[viii] – Susan Sontag. La conciencia uncida a la carne. Diarios de madurez, 1964 – 1980. Ed. Debolsillo, Barcelona, 2014, p. 195.
[ix] – Katia Gutiérrez. «Polifemo cegado», Ob. cit, p. 45.
[x] -Ver el poema «Cuando se apaga», pp. 25 – 26.
[xi] – Véase el poema «II», p. 30.
[xii] – Katia Gutiérrez. Ob. cit., p. 30.
[xiii] – Katia Gutiérrez. Ob. cit., p. 60.
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