Hasta el próximo 26 de diciembre estaremos celebrando la jornada por el 120 aniversario del nacimiento de Alejo Carpentier, insigne escritor cubano, Premio Cervantes, y que constituye un nítido ejemplo de la descolonización cultural, lo que se descubre desde la primera aproximación a esa contundente obra literaria que nos legó.
Se trata de un novelista mayor que nunca se apartó de la realidad, no solo cubana sino continental. Aunque nacido en Lausana, Suiza, era rotundamente un compatriota, cuya sabiduría no fue óbice para el intercambio entre iguales. Nunca adoptó posturas exóticas ni egocéntricas, a pesar de sus extensas estancias fuera de la Isla. Justo por eso, supo que, por la virginidad del paisaje, por la formación, por la ontología, por la presencia fáustica del indio y del negro, por los fecundos mestizajes, América está muy lejos de haber agotado su caudal de mitologías, y a ese pozo se lanzó.
Precisamente así se entiende y explica su método de «lo real maravilloso americano»: es lo insólito, lo auténtico, lo propio de nuestras tierras. Los pasos perdidos, El siglo de las luces y La consagración de la primavera, junto a esa magnífica creación que es El reino de este mundo, demuestran el alcance extraordinario de su capacidad para contar la historia y las vidas de nuestros pueblos.
Carpentier inauguró una nueva forma no de escribir, sino de ver la realidad —entiéndase natural y social— de esta región. No se refugió en la cima de sus glorias ni en ese caprichoso estilo cada vez más depurado y elaborado, donde el idioma palpita como un ser vivo. Le preocupó e indagó en el destino común de la gente. Él también se impuso Tareas —como Ti Noel—, y colaboró con el proyecto revolucionario con gran desprendimiento.
Cuánta verdad encierran estas palabras emanadas de su talento y cosmovisión: «La grandeza del hombre está precisamente en querer mejorar lo que es». Empleemos estas semanas para impulsar el conocimiento de ese tesoro patrimonial de su autoría. Tenemos ese deber.
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Tomado de Guerrillero
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