Leer una novela, ver una película o una obra de teatro, escuchar un buen disco de música, son actos que hacemos, en la mayoría de los casos, por un goce ya sea estético o de entretenimiento, pero no pensamos —la mayoría de las veces— en todo el aparataje de producción que hay detrás de la creación. Cuando tomamos un libro de cuentos no sabemos (y a veces no queremos saber) qué pensaba su autor al momento de escribir cierta frase, o qué sucedía alrededor de su escritorio cuando trabajaba en su obra. ¿Qué estaría haciendo cuando escribió el primer párrafo?, ¿estaría tomando café?, ¿habría ido al baño o estaría reventándose de ganas? ¿Su mujer le habría sugerido el comienzo? ¿Microsoft Word le habría dado una lista de sinónimos para evitar repeticiones? De igual forma ocurre cuando vemos una película, no pensamos que detrás de cualquier escena había decenas de personas entre camarógrafos, scripts, extras, productores, etc.; que veían las distintas tomas. Cuando escuchamos un disco, ni pensamos en la cantidad de arreglos ni en el aparataje de publicidad que habría después de la grabación y que nos hizo querer comprar y escuchar el álbum. Se nos olvida, pues, porque elevamos al artista y a su obra a una dimensión casi divina. El aura los rodea. Sin embargo, hay momentos en que algunos artistas nos devuelven a la realidad escribiendo obras metaliterarias, obras en las que se habla sobre el hecho creador. Es el caso de Luigi Pirandello.
En su conocida obra de teatro Seis personajes en busca de autor, el dramaturgo italiano presenta el siguiente conflicto: una familia de personajes se aparece en un ensayo de un director de teatro buscando quién los ayude a terminar su obra. El director y el grupo de actores y técnicos que se encuentran en el escenario se mofan del asunto, pero a lo largo de la pieza vemos cómo va cambiando tal hecho. Los personajes que buscan un autor no son actores sino personajes. Por tanto, no pueden aceptar otra realidad que no sea exactamente para la cual fueron creados.
En Seis personajes en busca de autor ocurren paralelamente dos procesos narratológicos que rompen con las barreras divinas entre obra-lector: el metateatro y la metalepsis. El metateatro —teatro dentro del teatro—, puede rastrearse anteriormente en obras como Hamlet de William Shakespeare en el que el príncipe Hamlet, para intentar desenmascarar a su tío, monta una obra en la que se representa a un hombre que asesina a otro vertiéndole veneno en su oído. La metalepsis, en cambio, no había sido tan utilizada en el pasado y «se define como el traspaso de la frontera entre el nivel diegético del narrador y la diégesis, es decir el mundo narrado por el narrado» (Lutas, 2009, p. 1). En este caso, cuando unos personajes —seres de ficción—, se inmiscuyen en la realidad. No son «actores» sino «personajes» y cuando los actores quieren interpretar a esos personajes, estos se sienten ofendidos por cómo los representan. Al espectador (y al lector) se le altera el mundo de lo narrado, de la ficción, al unirlo con el mundo del narrador.
Cuando inicia Seis personajes en busca de autor el espectador puede creer que todavía la obra no ha empezado o sentir que ha entrado en la sala equivocada y se encuentra en un ensayo. El escenario no está acomodado para una representación, los actores —que interpretan a actores— charlan cotidianamente y esperan que el director no llegue de mal humor y cuando él llega, la obra parece todavía no empezar ya que da indicaciones al equipo técnico para el montaje. La pieza teatral se hace aún más extraña con la aparición de los «personajes», quienes se autodenominan de esa manera y buscan a alguien que pueda contar su historia.
Detrás del creador se esconde no solo un proceso mecánico, casi burocrático, como lo es el dar indicaciones al equipo técnico (en caso de teatro o cine), o abrir el programa de escritura Word e ir organizando los documentos que contienen distintas partes de la obra que está escribiendo. También está ese lado imaginativo, incontrolable, prácticamente autónomo desde la mirada de Pirandello. Los personajes aparecen, y una vez que nacen de la imaginación, necesitan ser concretados. El personaje del Padre le dice al Director que ellos (los personajes) no poseen «otra realidad más allá de la ilusión», pero también le hace ver al Director que «también usted desconfiara de su propia realidad, de la que hoy respira y palpa en sí mismo, porque, al igual que la de ayer, está destinada a revelársele mañana como una ilusión». (Pirandello, 1998, p. 159). Un personaje será siempre de la misma manera, su realidad no puede ser distinta. Necesita repetir exactamente su actuación tal y como es, y el autor la copiará fielmente como el personaje se la dice. En otro diálogo del Padre señala que:
Cuando un personaje nace, adquiere inmediatamente una independencia tal, incluso con respecto al propio autor, que cualquiera podría imaginarlo en un sinfín de situaciones en las que el autor jamás pensó presentarlo, hasta adquirir incluso, a veces, un significado que el autor nunca quiso darle.
(Pirandello, 1998, pp. 159–160).
Mientras que una persona es mutable y, desde una perspectiva relativista, no se puede saber cómo es realmente; un personaje sí puede conocerse ya que es una construcción ficcional que va a tener escritas las mismas palabras siempre, solo que el lector (o espectador) puede darle distintas interpretaciones y hacer que el significado cambie. Cuando el Padre y la Hijastra se ríen de cómo el Primer Actor y la Primera Actriz los interpretan es debido a que están falseando la «verdad». Los actores representan (no presentan) y a su vez siguen las indicaciones de un director.
Pero además del proceso mecánico y del proceso imaginativo, existe un tercero y es el filosófico. Una gran obra literaria lo es también por las reflexiones que propone. En el prefacio a Seis personajes en busca de autor, Pirandello dice que existen dos tipos de escritores: los de naturaleza histórica y los de naturaleza filosófica. Él se adhiere a este último grupo, ya que él mismo señala que tiene una necesidad espiritual más profunda al intentar alcanzar un valor universal con su obra. Señala Romano Luperini (1998) que Pirandello «pone aquí en discusión los modos mismos de conocimiento artístico en la modernidad» (p. 37), es decir, cuestiones como el tema de la representación y también el relativismo de la verdad. Ya no hay una verdad absoluta sino que cada quien aporta algo al conocimiento. Cada uno tiene su propia visión de un mismo suceso. Cada uno es visto de forma distinta por el otro.
¿Cómo es verse en otro? El creador se ve a sí mismo en su creación, y a su vez, en los que usan su creación. En la obra de Pirandello, los personajes crean su historia (que para ellos es real) y cuando la ven interpretada por otro, se ríen o se sienten ofendidos. Detrás del creador se esconde un deseo, y en el caso de los seis personajes, es buscar un autor para su historia. Pero su historia, a pesar de que quieran ponerla en manos de otro, la quieren idénticamente a como les «ocurrió», quieren ellos mismos interpretarla porque el otro, el actor, no es ellos mismos.
La creación de la obra conlleva las dificultades de la realidad como también la imaginación creadora. Pirandello en su obra nos presenta, en un primer momento, la dificultad que tiene el director para montar la obra, dirigir a los actores, coordinar a los tramoyas; como también la repentina y hasta mágica aparición de los «personajes en busca de un autor», una bella metáfora de la necesidad del artista de materializar las ideas que rondan en su cabeza ya que no pararán de atormentarle hasta conseguir su realización en la obra artística. Si un personaje ideado no es materializado, buscará la forma de hacerse aparecer. Pero también detrás del creador se esconde una interpretación. Jorge Luis Borges, en su cuento Pierre Menard, autor del Quijote, relata la historia de un escritor llamado Pierre Menard quien reescribe Don Quijote de la Mancha, palabra por palabra igual a la novela de Cervantes, y es alabado por la crítica porque usa «la técnica del anacronismo deliberado» (ya que es un escritor del siglo XX escribiendo como uno del siglo XVI). Es la misma novela, las mismas palabras, solo que se le interpreta de forma distinta. Borges quiere decirnos que cada lector es también un creador y Pirandello no está muy alejado de tal afirmación ya que en Seis personajes en busca de autor cada personaje interpreta lo ocurrido de forma distinta, y a su vez, cada actor, al representar al personaje correspondiente, lo hace de manera diferente. Misma situación, mismas palabras, pero cada quien las lee a su manera.
Todos somos creadores. Detrás de nosotros se esconde una visión, una manera de leer. Cada texto (entendiendo el mundo como texto) tendrá tantas lecturas como lectores hayan. Cada quien, como creador, hará e interpretará un papel al salir al mundo. El otro lo leerá, desde su mirada, pero no siempre como el creador espera que se comprenda.
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Tomado de Médium
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