Alessandra Molina
Un árbol que camina dando memoria de su bosque, en eso pienso cuando leo y releo la poesía de Alessandra Molina. Porque si bien podría pensarse que las últimas generaciones de poetas han olvidado a la naturaleza, envueltos en el flujo afiebrado de la vida íntima y social, ocurre en muchos de ellos todo lo contrario, y uno de los casos en que se da pruebas sobradas y auténticas de ello es este. La autora cultiva una poesía de una rara teluricidad donde las imágenes, en vez de ensancharse hacia el cielo, recorren el universo en su condición de intercambio con la tierra o hacia su interior. Entonces obrar sobre la tierra se torna un misterio que la mirada apresa con el debido ángulo o distancia, misterio como esencia que mana de los hechos, no como subterfugio o pretensión de la palabra. «En fin, el desdén venturoso del linaje». Debido a que en los planos de lo físico, como afirma Antonio José Ponte, misterio parece equivaler aquí, entonces, a dificultad para ser naturaleza. En estos textos se abrazan metafísica y misterio, y todo es inestable, pero todo fluye, aunque a veces se imponga la armonía del universo. Como afirma Enrique Saínz en estos poemas hay una plenitud que no está precisamente en las cualidades formales, si no en lo que pudiéramos llamar la conciencia de sí, de su identidad, de la suficiencia y la autenticidad de un diálogo con la realidad. Hay un agotamiento y una angustia que está en el centro de esta obra, pero en una dimensión subyacente, como matizada por un sosiego que traen los giros del lenguaje. Es decir, que el pensamiento de esta escritura se acerca a lo sigiloso o a lo dialéctico, pues puede ocurrir lo mismo la humanización del paisaje que la descripción de una actitud con acciones propias de un animal. Tal es el caso de los poemas que describen la holladura del hombre sobre el suelo, como una mancha negra, el comercio indebido del hombre con la tierra donde la huella es resto. En ocasiones encontramos metáforas humanas para describir otras cualidades humanas, que resaltan la teluricidad curiosamente por la aguda insistencia en lo humano – material, como por ejemplo en el efectivo poema «Canción de los remeros», donde las partes del cuerpo también devuelven cualidades del todo, y el acto del hombre conforma un paisaje subyugante, por acompasado, aleccionador, por acompasado, natural. A través de esta poesía se nos dice que la naturaleza, en su amplio sentido, lo ha poseído todo y lo ha expresado todo. Hacer del espectáculo de la naturaleza un drama, o llegar a poder describirlo, son las claves de esta obra donde a la poeta, recordando a Oppen, no le es posible saber más, solo dar cuenta del movimiento (el naufragio, el tiempo) permanente de lo que sucede.
Datos de la Autora
Alessandra Molina (La Habana, 1968). Licenciada en Letras por la Universidad de La Habana.
Publicaciones
- Anfiteatro entre los pinos (Extramuros, La Habana, 1997)
- Usuras del lenguaje (Editorial Siesta, Buenos Aires, 1999)
- As de triunfo (Letras Cubanas, La Habana, 2003)
- Otras maneras de lo sin hueso (Leykan, Graz, 2007)
- Algodón del sueño, cuchillo de los zapatos (Unión, La Habana, 2015 / Rialta Ediciones, Querétaro, 2017).
Sus textos han sido incluidos en importantes antologías como Cuerpo plural. Antología de la poesía hispanoamericana contemporánea (Editorial Pre-Texto, Madrid, 2010), Island of My Hunger. Cuban Poetry of Today (City Lights Books, San Francisco, 2007) y El decir y el vértigo. Panorama de la poesía hispanoamericana reciente (1965-1979) (Filo de caballos Editores, Ciudad de México, 2005).
Poemas
Verano
En la pequeña embarcación,
de espaldas a la proa
conque se corta cada hilo de brisa y agua,
se adormece y despierta el ojo de la nuca.
(Y cuando atento)
¿Hacia dónde mira que nos lleve el aire,
en el lago-círculo-ojo también?
Lámina
Bebíamos
y era el brocado de los vasos fuertes
lo que mejor otorgaba una raíz, un asentarse.
Tú me mostrabas láminas,
pequeños dibujos que entreví lejanos, y por
lejanos, flor:
así abrían hacia el centro sus posturas, sus
ligeros colores.
Era el brocado de los vasos fuertes una raíz
color viñedo,
flor, nudillos, rama vertical...
casi una línea donde el ave no pierde su
reposo.
Seguramente pensados para el vuelo
ya éramos pájaros de cansadas formas.
Rescoldos
Topado sea el monte vespertino, la ladera nocturna donde calzan las tiendas con los huesos. Dónde se come del tallo y se escancia la sangre del animal. Cuidado y ultrajado cada ídolo. Derramada la leche. Inventada la lumbre. Pisado sea el suelo dónde nunca consiga cimentarse la nuestra, la rigurosa casa de una idea, la férrea arquitectura de nuestro pensamiento circular, estéril paraíso, magro infierno.
Lugar
También yo he estado allí
donde no hay nada quieto,
nada perdurable,
apenas ese sitio donde afirman los pies
y alguien que se descubre
en su frágil segundo, su resguardo.
Un secreto disperso,
arrojado a las aguas
y a la tierra.
Como el mundo que surge
a la sombra de un fruto
que ya en su día fuera
el hijo del follaje y de las sombras,
he agradecido la noción,
la palabra que invite a otra palabra,
que se atreva a nombrar,
a ser comienzo.
Canción de los remeros
Quién vio la redondez de sus hombros,
la espalda triangular,
ese escudo que guarda el jalón de ocho cuerpos,
ocho pares de remos.
Quién vio el ángulo de las piernas
sobre el fondo tan breve de la embarcación,
los ojos desmesurados de las rodillas,
la quilla solitaria.
Quien oyó la canción de su fuerza acompasada,
fuerza que lleva el tiempo de un reposo.
Los remos entraban en las aguas
como bocas parlantes,
salían de las aguas
como orejas sordas.
Visitas: 13
Deja un comentario