En esta poesía entre aparentes connotaciones de la contemporaneidad aflora la amada en la pose que le designó el romanticismo: ella es espejo del mundo, pero contradictoriamente, o más bien, lógicamente, su mundo se vuelve intransitable, eco de aquella desintegración. Quien urdía estas páginas se pregunta si el amor es lo elemental, qué destino / sentido levanta su ausencia. El poeta ve que colindan, que uno colinda con el que atraviesa caminos. Su poesía expresa y nos trasmite la sensación interminable de que siempre lo estás arriesgando todo. El autor se encuentra en lo que pierde, y viceversa. Sin perseguir, perseguido, en la aparente libertad, atrapado. Enuncia entonces que si marginalidad es en cierto tramo estar al margen, estar al margen no es sólo la marginalidad.
Las implicaciones existenciales de la marginalidad —en una nota muy cubana— y una reflexión sobre el desamor se vuelven temas recurrentes en la poesía del autor. Así como algunas imágenes con un grado desordenado de invención, un ensanchamiento contra la armonía. Estás situado en un punto donde todas las sombras juegan contra ti. Se acomodan, son en relación contigo. Atrapado en lo extraño cotidiano. Las raíces: echadas sobre un fondo inconscientemente desconocido, están, pero no saben dónde, en qué espesor podrido del concepto. Por eso el poeta recuerda que incidir en el sentido de las cosas es imposible. La narratividad recurrente de esta poesía es el efecto de una ardentía y una rara conciencia de percibir la vida bifurcada. ¿Pueden los textos endurecerse lo suficiente con la nostalgia? La mucha luz deja un color compacto, una ceguera. El dolor se muestra siempre en territorios de la inocencia y el azar a menudo te lleva más allá. Los poemas de Armenteros nos muestran al individuo como vehículo trágico de la crisis que cierne al mundo, donde la sociedad zahiere al individuo y viceversa en acto interminable. En esta poesía nos sorprende la lozanía del lance amargo del viajero que descubre lo que no se encuentra, y opera desde la solemnidad con visos de plegaria —que a veces suaviza la nostalgia— vuelta quizás instrumento del cinismo a toda prueba. Son poemas que van hacia el relato como rescoldo de la memoria, donde toda víspera es desasosiego, y el pasado, paraíso perdido, estableciendo un lazo cerrado entre la reflexión y la certeza. De la irrupción de la vida en la poesía, del absurdo social (hastío, incomunicación, abismos de la racialidad) que devuelve una y otra vez la historia dan cuenta. La economía de estos poemas exhibe, acaso, un imperceptible rastro de sangre seca.
Antonio Armenteros Álvarez nació el 22 de diciembre de 1963 en Ciudad Habana, Cuba, en 1963. Poeta, narrador y crítico literario. Ha publicado los poemarios: Nastraienie, Abril 2000; La Caída, Letras Cubanas, 2000; Los Estados Crepusculares, Letras Cubanas, 2002; Casa Québec, Extramuros, 2002; La Cortadura y el Signo, Unión, 2003, Kenoma, Letras Cubanas, 2007 y los libros de relatos País que no era, Letras Cubanas, 2005 y La ciencia de la destrucción, Letras Cubanas, 2022. Poemas suyos han aparecido en revistas de Honduras, Ex URSS, México, España, Estados Unidos y Francia. Premio Calendario de la AHS, 1998. Premio Pinos Nuevos, 1999. Premio Abdala, 1999, auspiciado por la Unión Árabe de Cuba. Ganador del Premio Nosside Caribe 2001. Premio Razón de Ser 2003, auspiciado por la Fundación Alejo Carpentier. Premio DADOR, 2005. Premio de Poesía La Gaceta de Cuba, 2007. Le fue entregada la Distinción por la Cultura Nacional.
Los ídolos
Vi los ídolos caer caían sin reino. Vi los dones por la sangre en los dedos grises pasos la quema del ángel y San Pablo acaso en la piedra sin guardianes. La ciudad duerme entre salmos reacios líquenes trapecios / luces silentes. Por las avenidas cortas intuí frases duras. Hoy tendremos al centro leyes / viajes sexo/a-nexo julio o túnel en puente y nada palpé. Venganzas primitivas al igual difieren en el río ennegrecido por las pasarelas un amor mil veces Vil. Vi los ídolos caer y extraño caían sin reinos.
La lista de Juana la loca
Fueron las primeras revolucionarias en todo, deseaban transformar el mundo y lo intentaron. Las primeras alfabetizadoras en lo profundo de la Sierra Maestra. Las primeras obreras en la heladería Coppelia y sus más de cien sabores. De allí se fueron en grupo como llegaron. Fueron las primeras en arreglar/alterar las libretas industriales, siempre compraron sus telas por precaución de la C a la D. sin equivocarse y mucho menos: Pasarse. Fueron las primeras en ir a la cárcel, recuerdo sus relatos varoniles con ese desparpajo que las convierte en únicas. Hoy tengo la edad de sus padres, pero soy uno de sus hijos. La década de los 80 las transformó y las dividió como dice la canción de Varela: «…en el quédate o vete». Ha muerto Juana la loca, en Miami, los últimos años vivió saliendo y entrando de la prisión por lo de la cocaína. Ni tan siquiera pude explicarle que Mima no está más —se la llevo la diabetes— y que Georgina, Georgia la taxista murió el invierno pasado en Washington D.C. de un paro cerebral. También único e inexplicable/imprevisible. Vivieron hasta el final en su consigna —no importaba mucho el lugar de residencia: «Una para todas, todas para una». Así fueron/son las mosqueteras, las pioneras/las propiciadoras del cambio con sus sayas cortas, sus botas vaqueras altas, sus bikinis ínfimos,[1] —así las recuerdo— en los años 60.
Comunicación social
Desde que nací soy un actor profesional, la realidad no ha colmado casi ninguna —de mis expectativas. Éramos sus primogénitos y por eso nos soñaron en el esplendor fundante, la dicha eterna. Lo confesaron en abril, mes de las flores. No nos entendieron. Vieron tristeza donde la pasión fue extrema e intensa. Éramos sus primogénitos, nos inventaron, nos soñaron con la ilusión a mil. Las madres de los sesenta, las canciones profundas de la gran libertad.
[1] Existe una fotografía de 1973 que me fascina: Mujer usando bikini en Chicago.
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