Damaris Calderón
Poeta de un amplísimo registro expresivo, y de obra valiosa y numerosa. El ritmo de la naturaleza se respira en muchas de las maneras poéticas de esta autora, así como los tejidos que entraña el desarraigo. «Digo lo que tengo que decir sin literatura», línea de Clarice Lispector que preside el libro Duro de roer de Damaris Calderón, caracteriza el estilo de la poeta, tan arraigado al suceso natural, a la manera física de manifestarse el mundo. Semejante declaración de principios unida al título pretenden desbrozar la vida y a su vez construir lo deforme. Los juegos antitéticos de sentido, las metáforas, son vastos, a veces descarnados. Estas últimas navegan con más suerte cuando se limitan al mundo de los objetos, no en las violentas abstracciones. Hay regusto por las oposiciones marcadas. La metáfora abierta muchas veces engloba la analogía elíptica. La autora mezcla en sus tonos el vigor y el rechazo. Le gusta entrar en su propio sarcasmo. El que mata es el mismo que muere. Lo desgarrado entra y antes de verterse en sí mismo nubla las constantes de un estilo. Lo que mucho se ve, lo que se ve entre líneas o de un solo golpe debe ser tamizado —le grita el texto al texto—. Lo cáustico se afinca en los opuestos. Así, unida a lo que rechaza, fluye. Se abisma satisfecha. Su trampa y su misterio es la imagen descarnada. Ese cruento equilibrio que perseguimos todos ¿la aísla? Construye la piedad en el asco. En la náusea ve la trascendencia. Se divisa la sal como alimento.
Trascendentes dibujos sobre el desarraigo nos entrega Damaris. La estancia latinoamericana de la autora ha hecho también que su propia poesía no tema a la enumeración raigal o enraizada, o que persigue lo universal. En la lejanía se entiende con dolor[i] que los padres son la tierra y la raíz. En tal vicisitud ella escribe una oscura canción con su sangre, como diría Lasker Schuler, o se convierte en el pico que la agarra. Emergen en los poemas como algo natural el anhelo de la muerte: ella es a un tiempo madre —una consecuencia lógico-imaginal del desarraigo— y el remoto país imposible; y el par desengaño–desarraigo. Porque el viaje y el exilio son también la muerte, en un trance de semiconciencia la poeta se vuelve la asesina del lugar y se entrega a ella como hija legítima, para lo cual no teme usar imágenes y citas del libro de la cultura, como pueden ser las figuras legendarias de Tsvietáieva, Anna Ajmátova o Joseph Brodsky, e intertextualidades con Paul Celan y Pablo Neruda. Nos llama la atención en la obra de la autora las relaciones contradictorias, controvertidas que se establecen con quien le ha dado el ser: que giran entre hacerla sufrir y prodigarle. La madre emerge como un símbolo de sobrepasadora de cualquier dolor o tragedia personal o social. Se adivina la sal como una esencia de lo femenino o el delgado tramo que va del vaciamiento a la gravitación. La poeta se pregunta: «Pero ¿dónde se halla, en última instancia la verdad? ¿En el deterioro y en la muerte que comprobamos a diario a nuestro alrededor, o en el impulso que nos lleva a creer que este mundo es eterno e inagotable?[ii]» Ella reconoce la inclinación humana inevitable de provocar daño. Se percibe como un ser desarraigado, pero que no solo se reconoce víctima sino también agresora, agente activo que labra su desgracia. Sus poemas viven la vida, revueltos en la sangre de su autora, con el caos de una profunda lógica que un clamado humanismo es capaz de desatar. Hay un punto lejano, ¿intrincado?, donde la inteligencia llega y palpa duramente el absurdo, concepto que se halla en el centro de las emanaciones de la psiquis de la autora, y llega a decirse: ¿En qué pudiera volverse eterno el hombre si no es en su deshumanización? Motivo por el cual halla su trono en lo que desgarra o se destruye, la entonación es dolorosa, y la tragedia, el desastre son un reino inaccesible muchas veces, e incomprensible para el ser que los contempla. En su poesía el ser traga su servidumbre y la incorpora como una majestad, y por él llegamos a saber que el hombre construye el mundo y después lo cree fabuloso, más poderoso que él, cuando todo no ha sido más que un desangrarse de su imaginación. La ansiedad, el miedo, la desesperación conforman un universo que siendo siempre nuestro —venir siempre de sí— nos sobrepasa. Los espacios que tejen los poemas describen maniobras involuntarias y a veces voluntarias de asfixia. Por momentos también el desgarramiento linda con el absurdo, y el sentido último se desgasta, en tanto la deshumanización nos posee con naturalidad, y por mucho que por tu sensibilidad quieras distinguirte, el mundo te iguala a los objetos, a las cosas. Pero cómo logra trasmitirnos la autora semejantes verdades, que a primera vista parecen albergar un contrasentido. Lo hace a través de un verso, estrofa o poema que muestra su naturaleza de rapto o sacudida. La desnudez de la expresión emula con la intensidad emotiva. Funciona el célere dictado de las asociaciones. Muchas veces el sujeto enunciativo de estos poemas parece o es un adolescente o joven realizado en su rebeldía, pero otras es un individuo de apabullante lucidez. Es esta última cualidad la que mejor describe la poesía de Damaris Calderón, donde un ser doma su soledad, la domestica, poblando el mundo con los vástagos de su inteligencia. Así, estructuralmente, numerosos poemas viajan de la expansión metafórica al cuerpo de la alegoría con mayor o menor suerte. En arquetipos o símbolos de la vida ve pasar cualquier existencia humana: el ahorcado, el amanuense, los rieles, el asesino, etc. Nos llama la atención en la obra de Damaris Calderón la concepción de un sujeto que penetra sin miedo y quizá, lo que es más importante, con displicencia en lo crudo, lo basto, lo soez, que intenta asir lo sórdido, y siente cierto placer en castigar, o saber que puede hacerlo. Es la luz, «la demasiada luz», que provoca los raptos emotivos más logrados y también la que no deja ver, descubriendo las variaciones del miedo.
Datos biográficos
Damaris Calderón Campos. La Habana, 1967. Poeta, narradora, pintora y ensayista. Ha publicado más de veinte libros de poesía, entre los que se encuentran: Duro de roer (1999), Sílabas. Ecce Homo (2000), Parloteo de sombra (2004), El remoto país imposible (2010), Las pulsaciones de la derrota (2012), El tiempo del manzano (2018), La sombra del pájaro (2020) ¿Y qué? (2020) y Daño colateral (2021). Su poesía ha sido recogida en tres antologías personales: El infierno otra vez, Ediciones Unión, La Habana, 2007; La soñante, Colección Atocha, Madrid, 2015 y Mi cabeza está en otra parte, Ediciones Alquimia, Chile, 2017. Aparece en numerosas antologías de poesía cubana, latinoamericana e hispanoamericana contemporáneas, entre ellas: Otra Cuba Secreta, Antología de poetas cubanas del XIX y del XX, de Milena Rodríguez, Editorial Verbum, España, 2011; Cuerpo plural, antología de la poesía hispanoamericana contemporánea, de Gustavo Guerrero, Editorial Pre-Textos, Edición del Instituto Cervantes, España, 2010 y Jinetes de Aire, antología de poesía latinoamericana, compilada por Margarito Cuellar, Ril Ediciones (Chile/Argentina, 2011).
Entre otros premios, le fue conferido el Premio de poesía de El Mercurio, Santiago de Chile, 1999, en 2011 le fue otorgada la Beca Simon Guggenheim, en el 2014 se le confirió el Premio Altazor y el Premio a la mejor obra publicada por su libro Las pulsaciones de la derrota. En el 2019 la Fundación Pablo Neruda le entregó el Premio Pablo Neruda a la Trayectoria.
Selección de Poemas
Caballo de atar
El viento puede enloquecer a una mujer
a un hombre
caballo de atar rompe los cercos
salta la empalizada
doblega el cerebro más fuerte
como un campo de gavillas de trigo.
Ahora soy mi padre recostado junto a la ventana
que me pregunta con sus ojos muertos
«¿Estás aquí o en La Habana?»
Ahora soy mi padre
su navaja de afeitar
la herida que corre
el hilillo de sangre
y el tajo que quisiera más profundo.
¿Estoy aquí o en La Habana?
Lo que antes fue literatura
es un río que me desborda
una tierra me segrega me expulsa
el dolor recorre mis piernas sus posesiones.
Soy mi padre.
La hija del difunto.
La extranjera.
La otra.
Ninguna.
Bye
Adiós a los trenes.
Se avisa que no volverán más los trenes
como no volverá más Teillier a la madera nativa
como no volverán más mis huesos rechinando
a la Calzada de Jesús del Monte.
Toda la tierra es jaula.
Fiebre de Caballos
Cuando te quedas,
Lidia,
más desnuda que estas paredes
yo siento miedo
de ser una mujer.
Tengo feroces dientes carniceros.
Comiérame tus ojos,
tus rodillas.
Cuando veo un sauce que se agita
no me acuerdo de Safo,
pienso en mí.
Hospitales
Mi hermana
—como el pájaro solitario sobre el tejado—
atraviesa la lepra
limpia los baños
que no limpian las presas
captura
el agua del drenaje
antes de tragársela.
Vela
—búho de las soledades—
Nació su nieto
y su hija
lleva la herida del país
en el vientre.
Mi hermana
no es un pelícano
y se desgarra.
II
Alguien viene y te cambia la aguja del suero
como quien cambia la aguja del dial.
Mete las manos en tu vientre
mete las manos en el plancton.
La criatura de isla paréceme
un organismo microscópico
sobrenadando en el mar
reproduciéndose en los charcos.
Tu hijo llora
tiene buenos pulmones
una raíz acuática
aferrándose a un estanque.
Unas monedas para los ojos del otoño
Con mi amiga medimos
la tierra con los pies
donde levantó su casa.
A zancadas la medimos
a trancos
y luego nos echamos al pasto.
Un rio corría por el cielo
que los caballos pastan
hasta hoy.
Hizo un banco para mí
y un estanque para los peces.
Y mi escritorio viajó en el auto
asomando las patas
como el rostro de una niña
por la ventanilla.
Vimos al hongo pintor
cubrir los cercos de amarillo,
a los árboles crecer
perder las hojas
y volver a afirmarse en las raíces.
Hoy la tierra te mide, Sandra,
y no cabes
en tu ataúd verde y sonoro.
[i] El yo lírico acaricia el dolor como una virtud.
[ii] Odysseas Elitys: «Discurso pronunciado en el recibimiento del Premio Nobel de Literatura 1979», La Letra del escriba, mayo 2007, n. 59, p. 11.
Visitas: 25
Deja un comentario