
En los últimos diez años han visto la luz varias antologías de toda su lírica, donde los poemas han sido revisados, corregidos y hasta sustituidos unos por otros en el territorio interno de cada libro. Y hallamos la causa de semejante hecho en que Domingo se ha preguntado cómo lo leerá la posteridad, al tiempo que él mismo ha sugerido, con sus selecciones, cómo el quisiera que la posteridad lo leyera. Pese a lo cual algunos ya sabemos cuáles poemas suyos integrarán los volúmenes académicos, por ejemplo «Después del amor», donde, como bien afirma Roberto Méndez, «el poeta evidencia la capacidad para conjugar lo particular y lo social, e integrarlo en un testimonio existencial, de manera que es capaz de hurtarse al influjo de ciertas crónicas mal versificadas que en esos tiempos algunos querían hacer pasar como “poesía comprometida”»:[i] «Poemas del hombre común», frecuentemente citado por los estudiosos, «El rostro de Marlon Brando» o «Nacida para el amor».
Domingo siempre ha estado ahí, en su lugar de poeta alejado de los cenáculos naturales y orquestados. En los años 90 y principios de los 2000 los poetas de su generación que más se hacían notar, y que el status quo promovía con cierto frenesí, no eran precisamente ni Domingo Alfonso, ni Georgina Herrera, cuyas obras han seguido mostrando su sedimento, ahora que aquellos conversacionales encumbrados han muerto. El poeta Domingo sigue aquí, a la espera de un gesto de la crítica o del poder literario que demarca tamices misteriosos y hasta desconocidos. Sus poemas pueden ser acusados de sencillez o simplicidad, pero nunca de ausencia de vibración humana, en los que se le canta, de manera natural y asombrada a un tiempo, al carácter efímero del placer y de la existencia, al clamor vacío de las almas, y asistimos a la dramaticidad de un poco de misterio. Desfilan ante nuestros ojos breves angustias y angustias hondas, «que se esconden al compás del propio corazón»,[ii] como la existencia, en labios de un poeta que siempre va cantando el devenir de una manera más leve o más profunda. Por sus ojos pasa la vida horizontal y verticalmente hablando, viviendo, ensanchada en los otros, y ha conseguido «cómo hacer que su tristeza sea algo más que la lamentación del sentimiento».[iii] Pasan estampas condensadas de la infancia. Esta poesía ,directa, cruda y hermosa, atesora variados dramas humanos —y cotidianos, por cotidianos trascendentes— mediante retratos que también pueden ser encontrados en otros miembros de la Generación de los años 50, donde describe seres desafortunados como es el caso del poema «Adolfo», ancianos que perdieron su mundo, véase ,en este sentido, el texto «Árbol desarraigado», o en situaciones determinantes de sus vidas, como pueden ser el placer o la muerte, entre los que se incluyen varios autorretratos que el autor se dedica tal «Ese tal vez soy yo, o «Duro como yo mismo», tan exacto. Entre ellos destaco igualmente el poema «La joven madre» donde es curioso darse cuenta que la protagonista del poema no es la madre, sino el hijo que viene con su fuerza arrolladora que todo lo trastoca, aun cuando adivinemos en él alguna huella de nuestra propia sangre. El poeta es capaz de ver esta semilla hecha hombre, con todos los defectos que la condición humana presupone. En este poema el verso «que surge sin cesar de nuestra sangre» es una hermosa imagen que denota toda la carga genética que recibe un hijo de su árbol genealógico, de sus antepasados, que a veces tienen poco que ver con sus padres. Mi antología sobre su poesía se conformaría de la siguiente manera:
- «La joven madre».
- «Duro, como yo mismo».
- «Poema pop. 1967».
- «Historia de una persona».
- «Elogio del arquitecto».
- «Después del amor».
- «El rostro de Marlon Brando».
- «Uno de mis grandes amores».
- «Nacida para el amor».
- «Hombre mirando hacia el mar».
- «Hombre inclinado».
Como dije en un texto anterior, fue por allá por 1999, durante una memorable visita al golfo de Guacanayabo, que lo oímos referirse a sus poemas eróticos de un modo muy peculiar, pues en su lírica abundan textos de marcado tono erótico con elementos románticos y existenciales evidentes: «Ahora voy a leer los poemas que me han dado mala fama». Contrastaba su manera de leer y comportarse y, como dice Enrique Saínz, la jerarquía inusual del sexo en su poética. Si la existencia para el poeta es efímera y a todo lo acompaña un atisbo de muerte,[iv] es el amor y la unión de los sexos lo que permite la eclosión que abarca el universo todo en su complejidad, armonía, rapto, flujo y concatenación. Este escritor, me ha confesado el poeta Jesús Lozada, es el puente más atendible hacia la poesía coloquialista cubana de los años 70 y 80, y merece por los méritos de su obra poética el Premio Nacional de Literatura. Considerado por la crítica académica como el poeta de su generación que incurre en las «notas de mayor desenfado y prosaísmo», Domingo es dueño de una poética que es forzosamente dramática, recordando a Pavese,[v] porque su mensaje es el encuentro de dos personas —el misterio y la fascinación y la aventura de estos encuentros— no la confesión de su alma.
Domingo Alfonso (Jovellanos, Matanzas, 10 de septiembre de 1935) es un poeta y arquitecto cubano. Es uno de los poetas esenciales de la Generación del cincuenta, en Cuba. Ha publicado los siguientes libros de poemas:
- Sueño en el papel, Ediciones ISLAS (ONBAP), La Habana, 1959
- Poemas del hombre común, Ediciones Unión, La Habana, 1965
- Historia de una persona, Ediciones Unión, La Habana, 1968
- Libro de buen humor, Ediciones Unión, La Habana, l979
- Esta aventura de vivir, Ediciones Unión, La Habana, 1987
- Vida que es angustia, Ediciones Unión, La Habana, 1998
- Antología casi final & En la ciudad dorada, Ediciones Unión, La Habana, 2003
- El Libro Principal & Un transeúnte cualquiera, Ediciones Unión, La Habana, 2007
- Vida y muerte. Antología. Editorial Unión. La Habana, 2017.
- En busca de la poesía & En piel color tabaco, 2020, Cubaliteraria (en formato digital).
Después del amor
Esta mujer y yo terminamos. Ahora, dejando el desorden de las sábanas hemos mirado por la ventana hacia la calle. Un poco a la derecha unos obreros componen una enorme valla que dice: Todos con boinas rojas a la Plaza de la Revolución. Ella se vuelve al interior del cuarto de hotel. Yo miro sus nalgas color de tinta de imprenta. Siento lo que los hombres normales ante tal espectáculo: Doy gracias a quien corresponda por encontrarme vivo.
Si las hojas
Si las hojas adornan el paisaje,
cuando el soplo febril de la borrasca
les haga al fin el esperado ultraje
de echarlas a rodar en hojarasca.
Alguien verá unas hojas
amarillas o grises, pardas rojas.
Otros veremos con pavor la muestra
de un anticipo de la suerte nuestra.
Nacida para el amor
Yo he besado sus tetas
dentro de un auto, cerca de la orilla del mar.
La noche y su cuerpo negro
como una diosa cómplice:
Ella me chupa
con una maestría aprendida
durante muchos años en sus muchos hombres.
Mis nervios son alambres eléctricos;
toda mi piel vibra de sensaciones
como una tela prohibida.
Así, tendida sobre mis piernas
amo la cabeza de esta joven.
El viento mueve las hojas de los árboles;
pero el tiempo y la muerte
apagarán este fuego que calienta mi sangre.
Sobre una piedra del camino
Soy alguien que se sentó a esperar Al borde de la confusa baraúnda: Ignorando que los seres humanos Muchas veces esconden la esencia de sus actos Y solo muestran al espectadorLa tela estirada de sus camisas O el color teñido de sus cabellos.
Hombre mirando hacia el mar
Parado, de frente hacia el mar el hombre que ofrece dos nalgas tiene detrás a un negro y su barra caliente penetrándolo con violencia. La tarde cayendo hacia el oeste, los pies hundidos en la arena, la amenaza de lluvia oscureciéndolo todo. Manos y brazos oprimiendo sus caderas —como si fuese una mujer Temblor, imagen confusa del miedo, placer y sensualidad en un minuto inolvidable.
Ahora pienso
Ahora pienso
Si yo no estuviese
(Hombre mínimo;
pero con el prodigio
de la razón y la vida)
El todo continuaría igual
Es nada este volverse...: Nada?
Los muebles
Desde siempre mudos
Nos acompañan
La alegría, la muerte
por turnos, presiden los ánimos.
Hoy
—En el cotarro de Nuestro Padre Dios:
Un sol fiero
calienta las canas
de mi esposa.
[i] Roberto Méndez, «Domingo Alfonso traza signos sobre la arena» en Domingo Alfonso. Vida y muerte, Ediciones Unión, La Habana, 2017, p. 17.
[ii]Domingo Alfonso. Ob. Cit, «Sentados en un café verde», p. 53.
[iii] Véase Susan Sontag. Renacida. Diarios tempranos, 1947 – 1964, Mondadori, Barcelona, 2011, p. 165
[iv] Los poemas reflexivos sobre la muerte se vuelven numerosos con el tiempo.
[v] Véase Cesare Pavese. El oficio de vivir. El oficio de poeta. Editorial Bruguera, Barcelona, 1979, p. 250.
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