La realidad de las cosas es la obra de las cosas, y la apariencia de las cosas es la obra del hombre, un alma que se complace en las .apariencias ya no halla placer en lo que recibe sino en lo que crea. Pude recordar esta aseveración de Schiller leyendo los poemas de Ismaray Pozo. Aquí los poemas son como viajes en que se aprecian fragmentos que clasifican como paisajes precisos de la identidad femenina que la poeta atisba o arrebata en estado de lucidez, que es decir, de éxtasis. Ella no teme echar mano a lo fantástico cuando esto describe o valora con agudeza la realidad. Entonces la poeta comprende que la mujer, y por extensión, la madre, es un personaje de capas, porque sabe que es inadmisible socialmente mostrar su verdadera naturaleza, la que inevitablemente tiene que comerciar con una naturaleza castigada. En su poesía el destino femenino puede ser preconizado o adivinado en una foto o en una frase, así como la opulencia masculina, presidiendo, desgastada. Pese a lo cual hacen inusual al poemario el tratamiento original de la incertidumbre de la vida afianzándose en la certeza de la vida, donde se entrevé la naturaleza oscura, trágica, de la existencia de la mujer, algo por supuesto no solo ontológico, sino que es ontológico porque primero es social; ver lo trágico del mundo con objetividad, lo inhumano de los gestos más humanos convirtiéndose en código de la vida, por ejemplo las enseñanzas y descubrimientos fríos de la pérdida. Porque se trata aquí, con iluminado juicio, del conocimiento y autoconocimiento femeninos como fundamento para la autovaloración y el cumplimiento de nuestra esencial y cardinal misión en la sociedad, lo que es decir, cómo esa condición femenina se acomoda y reluce sobre la naturaleza universal de todas las cosas.
Ismaray Pozo Quiñones nació en Puerta de Golpe, Pinar del Río, en 1987. Es poeta y egresada de la carrera de Historia del Arte y Msc. en Desarrollo Social y Cultural. Tiene publicados los poemarios Regresiones (2017), Abisales (2018) y La Recitante (2019). Su obra ha sido galardonada con el Premio Luis Rogelio Nogueras 2018 y reconocida entre otras con la mención en Premio Calendario 2017, Hypermedia 2019, la Beca Prometeo de La Gaceta de Cuba 2020, mención en Premio UNEAC «Julián del Casal» 2020 y finalista en Primer Premio Casa Vacía 2021. Es miembro de la UNEAC.
XIII
Mi madre ha sido un prócer del enmascaramiento. No supe cuando lloró Perdí toda percepción del desastre. Si no fuera por mamá que hace la taxidermia a cada momento plegado, desatendido en lo oscuro del álbum de fotos, cada imagen a su imagen semejante, no sabría lo que es sobrevivir al matrimonio. Pero ella parte al búfalo a la mitad y lo congela, y lo deja detrás de la vitrina como aún está el cocodrilo en el museo municipal de historia. Aunque el cocodrilo no nos cuente nada, fuese lo que se dice quieto como un tronco en las márgenes del río, la vitrina si hace todo lo de adentro. Cuarenta y cuatro años de matrimonio son la misma cantidad de búfalos congelados, puestos en equilibrio con las patas engomadas y limpias: uno acostado sobre sus huevos sementales; otro pidiendo sorber el agua o el pasto ahí, debajo del hocico; otro en su minarete, embotado como un dios tribal, como Fela Kuti que llamaba «reina» a todas sus esposas. … Veo en ti la misma accidentalidad. El corte de la mandíbula que nunca ha sido igual en cada lado. La bata marinera al filo de las rodillas, el pie derecho en una semi-flexión, a mansalva, venido como una orden sobre el pie derecho. Tú suave como siempre, lo acomodas. Ya eras una niña alta. Paradas como cuatro maniquíes de obsidiana tú (mamá) y las otras. Los vestidos de avispa. Justo debajo del busto, aquel volumen de miriñaque sin aros que usaban Anita Ekberg, Ava Gardner, la Bardot. Y cuando te quejabas de la cintura estrecha, eras embestida por la mano que hilvana pliegue contra pliegue. « ¿Qué prefiere un futbolista acaso, sino jugar en primera división?». Algo te convencía. De los modelitos hechos por tía Mina o Cuca, podría darse el día dichoso en que todas coincidieran en patrón o en tela. Yoyi estrenada de mamá y tú sin estrenar, con la giba preconizándose más alta que el volcán de Hokusai, más alta que su mejor conocida ola de Kanagawa. Frente a ambas gibas te quedabas solo presintiendo. Eloísa empujada por el vidrio de la cámara a ese lugar donde está, esa esquina en que tan mal se ve, por la luz o su expresión de mujer que mal se ve en una foto de los sesenta. Solo tía Mina va de blanco, ojerosa, con ese gran alcance de las ojeras que parecen anillas sobre el cuello.
IV
Al dorso, la realidad —a menos que signifique que eres la fuente auténtica de tu reflejo—, es tan pueril como una flor de plástico. El día se nos va intentando hacer lo mismo uno tras otro. Después de la ausencia de papá lo más significativo es la astucia con que algunas cosas desaparecieron. Así comencé a hacer yo misma el pan, siguiendo una receta suya donde subrayaba «esta es la masa madre». Era fácil, entibiar el agua, luego hacer todo lo demás. La receta especificaba no añadir de inmediato la sal porque mata la levadura. La sal tiene, si no se usa adecuadamente, ese efecto de mala suerte sobre la masa. Más de una vez, estando en vida dijo a mi madre «no sabes hacer ni el pan». A un hombre le encanta ver sentado la guerra o desatarla.
VI
Pensar que mi padre
descansa en paz
sería un modo positivo
de experimentar la existencia.
Y un modo fortuito
de hallar la eternidad.
Si digo que descansa,
que no puede hacer
ni un solo cambio
en la cantidad de su materia
pues hablar en presente
es hablar de un tiempo
en el que está quien habla,
quiere decir, que papá está ahora
de manera simultánea
donde le ordeno.
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