Decía Marina Tsvietáieva que para saber si unas botas son malas se requiere un mes, pero para descubrir si una obra de arte es mala, con frecuencia se necesita un siglo. Ya que «lo malo» (lo no comprendido, lo que no encontró profeta) puede resultar excelente, y «lo excelente» (lo que no encontró juez) puede resultar malo.[i]
El primer caso parece ser el de Canto a la Sabana, que habiendo sido escrito en 1973, a los 24 años, no ve la luz hasta 1996 junto a otras obras posteriores del autor. Después de un título que responde a la llamada «poesía de la tierra» hallamos un comienzo vanguardista. El autor, heredero de una poética del paisaje anclada al centro de lo mejor de la historia de la poesía cubana, nos entrega un yo lírico personificado, enraizado en los elementos del campo, un yo lírico que se abre ante el cielo.
El poeta rescata a sus ancestros con el monte y el fruto es un espontáneo clamor de identidad.[ii] En él todo es sujeción dando paso al dominio, a la conquista, todo es reconocimiento, reconquistando la tierra dominada. Esta reconquista se convierte en términos trascendentes en una reconquista de lo personal, de lo legítimo, por eso utiliza quizás como recurso expresivo la recurrencia de lo propio en lo propio para el autocuestionamiento.
El dominio de la expresión poética y su carácter diáfano caracterizan el estilo de Manzano. El poeta se siente dueño de la palabra dando fe y razón de un tiempo perdido, y del momento que vive en un compendio lírico que no teme al reflejo del más cotidiano de los hechos, y lo alcanza con honda vibración humana. Pero también hallamos la exultación creativa y la exultación de la vida plasmadas por medio de una poesía de aliento exclamativo.
Este poeta, que hace un guiño consciente a la tradición, se maravilla por el intercambio que supone palpar, conocer al mundo, y del cual nace como fruto la escritura, que supone sobreponerse como un titán por encima de la incomunicación humana. En su obra se rinde honores a los antepasados, a las raíces familiares de donde venimos, y a través de ellos, al universo, desde una vocación hímnica donde se transparenta un pasado mítico.
Sus versos son «cordones vibrantes», «cometas de la Psiquis», que tienen fe en la trascendencia de la poesía, en los que confiesa por qué escribe, que describen vericuetos, frases, estados del mundo creativo, que dan fe de la fuerza irruptiva de la poesía y de la escritura, a la que concibe como prenda o tesoro. Es el hombre como arpa, como salterio donde vibra el universo, es el ámbito concéntrico y ecuménico del poeta.
Roberto Manzano Díaz. Poeta, ensayista, editor, promotor cultural y profesor cubano. Nació el 20 de septiembre de 1949, en Ciego de Ávila. Es Licenciado en Educación, Especialidad Español-Literatura (Instituto Superior Pedagógico José Martí, Camagüey, 1988).
Entre sus obras publicadas se encuentran: Puerta al camino (poesía) 1992; Canto a la sabana (poesía) 1996, 2007; El hombre cotidiano (poesía) 1996; Tablillas de barro I (poesía) 1996; Pasando por un trillo (poesía) 1997, 2003; Transfiguraciones (poesía) 1999; Tablillas de barro II (poesía) 2000; El racimo y la estrella (poesía) 2002; Encaminismo (Antología personal 1970-1999, poesía) 2005; Synergos (poesía) 2005, 2007; Poesía de la tierra (poesía) 2005; Fogatas sobre el polvo (poesía) 2006; Rapsodia de vivir (poesía) 2006; La hilacha (poesía) 2006; Pensamientos libres (poesía) 2006; El relámpago en la espiga (poesía) 2007; Tablillas de barro (poesía, tríptico lírico) 2007; La piedra de Sísifo, (poesía) Colección Sur Editores, La Habana 2012; y Diario Lírico. Selvi Ediciones, Valencia, 2020.
1
Mi ojo es un vidrio negro de presencias. Recorro la piel y el paisaje de los míos y los míos se presencian en la corteza. Desde las raíces viene la púrpura de la rosa. Desde la tierra fresca de diciembre cuben los deliciosos cristales de la caña. Las palmas cantan con el viento en que habla el espartillo y en que se rizan las espumas. Todo se tiende los brazos por debajo, todo se saluda por encima. El aire es uno y una nuestra vida. Aquí te dejo, bóveda clara de mi cielo, este surco de mi arado. Aquí doy el rio insomne de mis venas. Aquí recojo el calor de las huellas que los míos ofrecieron a mi sangre. Soy porque fueron. El aire está habitado de corrientes, nunca los caudales se remansan, y viene el fuego de una mano a otra como una alegre centella compartida. Es la invisible población del río, el rastro de la vida próxima. Este es el saldo para gustar lo florecido. Mi ojo es un vidrio negro de presencias.
26.8.04(b)
SI VIERAS MI HEROISMO ―porque es un heroísmo!― frente a la cotidiana congoja de lo diario, contra olvido y miseria levantando la página, esa gloria minúscula y delgada, ese ariete! La página saliendo de la vida, comiéndose En silencio a la vida, y aquí solo, muy solo, Y es la página muda, que se guarda aterrado Porque nadie recibe su caliente sonido De dónde vengo yo si no vengo del hondo depósito de seres que, sin altas palabras, del olvido ascendieron y al olvido bajaron como chispas o truenos cruzando lo nocturno? Tal vez sea con ellos todo mi compromiso: cuando cavilo en ellos un dolor sin palabras me satura los dedos, los labios de la tinta: y a buscar las palabras salgo, como un demente!
MADRE MÍA, A LA VUELTA DEL TIEMPO, CON LOS SOPLOS
Madre mía, a la vuelta del tiempo, con los soplos de la nostalgia, veo plantas que se han marchado, rudos carbones que apagó la tormenta, y siluetas que cruzan los umbrales con las mismas figuras de entonces, cuando las miradas eran verdes, de pulpas gustosas, y esplendían olores de comienzo, silabarios primeros de la sangre: a la vuelta del tiempo, con todo el pulso ido, cuando el día vagaba igual que un humo dulce. Madre mía, a la vuelta del tiempo, entre los ciscos hirientes y los rígidos almidones, a la hora en que podía venir cualquiera por el trillo y en la disposición de los cubiertos era bien recibido, como una plántula anillada: y entonces en las frondas sonaba un airecillo frío, un vaso de menta, y unos ojos de toro silencioso; y tú tenías, madre mía, las llaves del planeta colgando de tus yemas blanquecinas, pálidas como un susto! Madre mía, a la vuelta del tiempo, qué es esto de estar vivos tan lejos de nosotros, cuando todos los clavos estaban en sus tablas, en aquella edad nuestra en que la lluvia no faltaba nunca a la cita y las alas del mundo cruzaban con un hálito diurno, lleno de siembras, de maderas resonantes en la altura terrestre de la sombra: madre mía, a la vuelta violeta de los lustros, cuando es grande la pérdida! Madre mía, a la vuelta del tiempo, ya pasada la ola pueril de las espigas, cuando dentro de nuestra propia sangre cayeron las soleras de la estirpe, y en la abierta ceniza llora un pájaro ausente, y un mortero lejano aprisiona las sienes blancas del horizonte: quién rasgó las neblinas, qué animal furibundo paralizó las ruedas tutelares y quebrantó las tazas donde el gusto fundaba aquel sagrado cónclave? Madre, madre, a la vuelta del tiempo, ay, madre mía, en el giro escoriado del tiempo, cuando el golpe nocturno cubre el día, cuando la claridad solar enferma ha puesto un peso grave en los cabellos y solo breves frutos arriban a las manos en giros espasmódicos, y en la alta madrugada el oxígeno estalla como una pesadilla ya sin término, ay, madre, veo venir la cepa original de aquellos tiempos idos!
VI A QUIEN CRECÍA EN SU ROSAL…
Vi a quien crecía en su rosal, y se tornaba adulto en su rosal, dentro de su rosal se desposaba, y entraba en su casita con su jardín de rosas, y en un lecho de rosas reposaba con su familia sola, y regía un taller, una circunscripción, una tropa, un colegio, iba directo a las aduanas y hacia cada diciembre pintaba su vivienda: pasé a pie por allí, cargado con mis jabas, y sus inmensos perros me ladraron bastante: pasé a pie, sin puerta decente, con toda mi familia durmiendo —púgiles del sueño— sobre la guata torpemente unida: luego me fui a las aulas a desplegar la insólita lumbre de la metáfora, el escorzo que dan las metonimias, y esa cebolla oscura que es el símbolo! De pronto mis retoños se quedaron sin suelas, la hornilla se rompió, y el plato con su prólogo homérico, y los años cayendo como un polvo de mortero, y los hijos crecieron en la arena derramada, y el matrimonio se quebró entre la dura hora comida por el polvo: aquí me paro, hermano, pues si te enhebro las historias saltarás como un derrumbado de espalda en tristes pozos: y a Dios le digo, esa compañía tan firme que me sostuvo ayer y generoso me sostiene aún: Dale rápido cuando todo termine, Padre, que ocurra como quien quebranta un muro y se encuentra de pronto en medio de una boda! No te olvidé ni un solo minuto, poesía, entre tiznes y cóleras, cercado de lamentos y risas, en agosto y diciembre, hacia el sur o el norte, contigo me senté a olvidar la caída, a completarme en lo que separaba, a acendrarme igual que una ciruela golpeada por el rayo, a consumarme de casamentero como el viento con la flor, a tejer vértebras de ilusión con la paciencia del que tiene que soportar callado, del que debe aguardar sin remedio: y de dónde saqué luz si no fue de la sombra, de dónde saqué la holgura de mi verso si no de la estrechez de mi vida, de dónde las claves si no fue del árbol derribado? Estoy cansado ya de ese optimismo vacuo, de los maestros de energía positiva, y de los trompeteros de la victoria, y de los adalides que han prohibido lo triste: no me gustan, son gentes que se acuestan de un solo lado, fríos como una arista de hierro, totalmente incapaces de acompañar la curva del doblado, de descender a erguirse con cualquier demolido, de esperar que el más agotado aceite dentro de su justo tiempo las coyunturas del fracaso! Hermano, estoy aquí para que nos emocionemos pensando, pero no para aliviarte: no todo se amasa con harina de estrellas, y no siempre se llega por la ola al puerto: y necesito escribirlo, no quiero irme lejos del cauce: cómo pasé trabajo y paso, bajo de qué carencia anduve y ando, cómo fue que crecieron y empiezan a fundar los hijos, y cómo se me fueron escapando los dientes, sesgando los tobillos, torciendo la cerviz, cómo las vértebras bajo los rudos pesos quebraron los enlaces, fue en el tirón y el empellón de los días, en largo eslaboneo, con un dedalillo de alegría y los veinte bejucos negros de la angustia!
[i] Ella continúa postulando: “coincidir con el juicio interno del objeto sobre sí mismo, adelantarse a los contemporáneos con cien o hasta trescientos años esa es la tarea del crítico y puede cumplirse únicamente si hay talento. En la crítica quien no es profeta es artesano. Con derecho al trabajo, pero sin derecho a juicio.”
[ii] Aquí recojo el calor de las huellas//que los míos ofrecieron a mi sangre.
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