Escuchaba la poesía de Yanira Marimón, dicha en su propia voz, en eventos que van socializando nuestras vidas, o la leía en grupos pequeños en alguna revista. De esa emoción comprendí que vivíamos experiencias parecidas, volcadas con afinación en algunos poemas donde emergía su rol de madre, que equivale a ser imbatible en la tormenta, y me decía «cuando la publique intentaré escribir sobre ella». Y aquí me veo, dando testimonio de una manera nítida y profunda, de una manera directa y profunda de asumir el hecho poético, donde se convierten en imágenes acompasadas el dibujo crudo y hermoso de una vida, debido a alguien que cree que el único criterio de una acción es su efecto último en la felicidad o infelicidad de una persona.[i] La suya es una poesía hilvanada a partir de la existencia del hombre cotidiano, y, aunque está hincada en la realidad, parece sobrevolar sobre ella como una nube, efecto que es logrado gracias a la eficacia y la mesura con que la cultiva, y a la presencia de lo alegórico en numerosos textos donde canta a la fugacidad de la vida, y del valor de las maneras y objetos con que esta se manifiesta. Tal condición posibilita que su aproximación se constituya en desafío desde el desengaño, el desengaño que puede llegar a lo sombrío, o, si se quiere, sus poemas transmiten una calma interior, pero transida del fin, o de todos los finales, donde no están ausentes versos electrizantes y de una telúrica belleza. En esta poesía, de signo confesional, la enunciación directa y el lenguaje, llano y emotivo, van acompañados de una mirada sombría que recuerda la de los poetas románticos, y no pecaríamos de exagerados si dijéramos que hay una exaltación de lo sombrío, de lo sombrío que subyace en lo cotidiano. En ella el ser se sabe un tramo hermoso y trágico de la naturaleza. Porque en lo trágico del mundo también está lo hermoso. Los lazos filiales se constituyen en la misma una manera buena de reconciliarse con el mundo. Nos entregan baladas para testimoniar el miedo y la incertidumbre, dispuestas algunas de ellas a manera de acantilados, como la metáfora que la poeta suele proferir más de una vez: la afinación del miedo, probando que la poesía, como confesó alguna vez la Dickinson, es una concesión de Dios a una perdedora, algo exprimido a la verdad.
Yanira Marimón (Matanzas, Cuba, 16 de marzo de 1971). Poeta, narradora y editora. Ha publicado los libros La sombra infinita de los vencidos (Poesía); Donde van a morir las mariposas (Novela), Premio Calendario 2005, Premio La Rosa Blanca al mejor texto; Contemplación versus acto (Poesía), Premio José Jacinto Milanés 2008 y Premio Nacional de la Crítica 2009; Tocar las puertas del cielo (Novela), Beca de Creación Juan Francisco, Manzano de la Uneac,2012 y Premio La Rosa Blanca, 2015; el poemario La fragmentada memoria; 2017y las reediciones de sus libros Donde van a morir las mariposas (Ediciones Aldabón, 2018) y Contemplación versus acto (Editorial Red Mountain, EEUU, 2017). Ha obtenido numerosos premios internacionales y nacionales dentro de los que sobresalen el «Rosalía de Castro», 2016, en España, Mención en el premio de Poesía La Gaceta de Cuba 2007 y 2016, entre otros. Su obra ha sido traducida a varios idiomas y aparece recogida en numerosas antologías y publicaciones periódicas de Cuba y el extranjero. Ha antologado numerosos textos de poesía, especialmente de su padre Luis Marimón. Es miembro de la Unión Nacional de Escritores y artistas de Cuba (UNEAC).
Las algas y yo
Desde lo alto del acantilado
veo los sargazos danzar sobre el agua,
su afán por alcanzar la orilla
sin sospechar que van a morir allí.
Las algas y yo nos mecemos entre las olas
nos ponemos en fila, nos dispersamos.
Será así hasta que arrecie el oleaje.
Será así hasta que la marea nos empuje
contra las rocas.
Pero mientras, las algas y yo somos,
aunque sea por un rato
sospechosamente felices.
El abrazo de mi hija
El abrazo de mi hija me hace humana
me quita el frío de estatua que traigo
de otros siglos.
Abrazar a mi hija es todo lo que importa
en esos días en que he perdido la fe
en el retorno.
Abrazar a mi hija es un acto de fe
correr a sus brazos
y que todo vuelva a ser quietud en ese instante
como el amor en su estado primigenio.
CAMUS, MON AMOUR
La luz del sol entra por mi ventana anunciando la vida, la vida que he sentido tan ajena en estos tiempos en que frecuento hospitales y envejezco de prisa. Pero entra la luz y leo a Camus. Por suerte leo a Camus, y aprendo a amarlo, y él me abraza y me besa los labios, y me aferro a ese muerto con extraña serenidad. Camus me transporta hacia otro tiempo, a ese mundo de pobreza y luz que son los cuartos de ciertos hoteles donde despertamos juntos, descubrimos la nostalgia de los tristes y donde a ninguno de los dos nos importaría morir. Leo a Camus y abro las ventanas, y el sol calienta sus huesos sus pulmones de tuberculoso y volvemos a reír a respirar a abrazarnos. Leo a Camus cuando casi todo ha fallado y sólo queda una fuerza antigua que viene de lejos, de esos verdes que sostuvieron nuestra infancia, de la fecunda pasión por la vida o del alma primigenia con que Dios nos dotó. Dejo entrar la luz que difumina la belleza oculta entre las sombras, escribo en la pared la palabra: «Dicha».
SILENCIO
Mi hija me pregunta qué es el futuro. Y yo sólo guardo silencio. No le digo que futuro es mi antigua esperanza la vida que ideé para ella la casa junto al mar que no tuve la pulsión de la muerte rondándonos el denso círculo del pasado que retorna, interminable, los nuevos huesos y tendones en que se convertirán nuestros huesos y tendones, la forma de aquel sapo en que quizás retornaremos a la vida o ese rictus que se irá asomando, poco a poco, en su boca inocente. Pero nada de eso le dije, le mentí como sólo sabe hacerlo una madre. «Futuro, hija mía, es lo que sueñas y que para siempre te pertenece».
Un poema de amor
El hombre que amo duerme junto a mí.
Hace un rato me juró amor eterno.
Yo lo miro, tan quieto,
y pienso en la ingenuidad de mi amado
que a estas alturas no sabe que ningún amor es infinito
que el día menos pensado se vuelve un desconocido
y se marcha a jurar a alguien más su amor eterno.
Como si esta noche no hubiese existido
como si no hubiese pronunciado esas tres palabras
que casi me han hecho feliz
en las que casi he creído.
[i] Susan Sontag. Renacida. Diarios Tempranos, 1947 – 1964, Mondadori, Barcelona, 2011, p. 1.
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