Alpidio Alonso
Leer la poesía de Alpidio Alonso me hizo recordar el aserto de Char[i] donde reafirma que, siendo el designio de la poesía volvernos soberanos haciéndonos impersonales, tocamos, gracias al poema, la plenitud de aquello que no estaba sino bosquejado o deformado por las jactancias del individuo. Los poemas son puntas de existencia incorruptibles que arrojamos a las fauces repugnantes de la muerte, pero con suficiente altura como para que, rebotando sobre ellas, caigan en el mundo nominador de la unidad. Sus poemas nos confiesan que el mundo cambia y es uno, y que si el poeta tiene conexión con algo es con la naturaleza. Transidos de su ritmo vital todo se erige en un canto, en un tributo, en una parte imantada de ella. Se nos ofrece una concepción agónica y gozosa de la naturaleza, donde la vida irrumpe en la muerte, y la muerte en la vida de manera constante y decisiva. Así en los gestos se va el mundo, con los gestos se va el mundo. Pasa lejos de lo perfecto un tramo de impureza donde se clavan las imágenes que hablan, escuetas, cosmovisivas. Y puede lo impredecible de la naturaleza encarnar y dar «ritmo» a todas las cosas, porque se establece un eje vertical del mundo donde el cielo y el árbol son contiguos. Y en los accidentes la naturaleza se suplanta con la naturaleza.
Los poemas de Alpidio hacen gala de rápidas visiones a veces opresivas y de un fino lirismo que ve lo trascendente en lo cotidiano porque cree, como afirma Roberto Manzano, en la sabiduría de la sencillez y en la insondable participación de lo humano en el misterio. Alpidio Alonso considera la poesía como un símbolo natural creador, padre del universo. En su obra asistimos a la exposición de la idea de la búsqueda de la poesía como escritura de lo inapresable, la poesía como posible e imposible encarnación de la realidad, la poesía como sueño y poder vibrante, y como elemento de la naturaleza que comparte todas sus cualidades: movimiento, flujo, constancia, huida. La brevedad y contundencia de muchos de estos poemas nos recuerdan la idea de Stevens de que un poema es al mismo tiempo el centro y la circunferencia del conocimiento.
Alpidio Alonso Grau (La Dalia, Yaguajay, Cuba, 5 de noviembre de 1963), es poeta y editor cubano. Ingeniero en control automático por la Universidad Central de Las Villas. Director de la Revista Amnios de poesía. Es Ministro de Cultura de Cuba. Ha publicado los siguientes poemarios:
- La casa como un árbol, Editorial Sed de Belleza, Santa Clara, 1995.
- Alucinaciones en el jardín de Ana, Editorial Capiro, Santa Clara, 1995.
- El árbol en los ojos, Editorial Reina del Mar Editores, Cienfuegos, 1998.
- Ciudades del viento, Premio Calendario 1999. Casa Editora Abril, La Habana, 2000.
- Tardos soles que miro, Casa Editora abril de 2007.
- Idas, Ediciones Unión, La Habana, 2012.
- Tótem, Ediciones Cubanas, Artex S.A, La Habana, 2022.
Libro del viento
Libro del viento
en tus páginas se espesa el pájaro
El pájaro apoyado en la nada
Libro del viento: escalera de sangre
Quien oye del pájaro el grito
huye del árbol rojo
Del árbol rojo
sube a la nada el pájaro
por una escalera de sangre.
Sin saber para quién
Soy una simple rama
del árbol mutilado
de mis antepasados
Sin saber para quién
escribo estas palabras
sin conocer qué almas
comerán de ellos
hacia su breve eternidad
tiendo estos frutos.
IX
De tus ojos que no vemos
el color solemne y puro
tiene que ser de seguro
como el agua que bebemos:
¡tanta vida y no la vemos!,
¡tanto que a vivir convida!
Vive, muerte, convencida
que conmigo, aunque al final
venzas, con todo y tu mal,
te irás de mi amor herida.
24
Cada puerta es un árbol por donde acude el cielo;
cada escalón el tálamo de dos que se desnudan.
Tu mano toco
Toco tu mano
la palma abierta de tu mano
contra mi mano abierta
los surcos sudorosos de tu mano
apoyados en
los surcos largos y confusos de la mía
Dicen que el destino está en esos surcos
Tu destino enfrentado a mi destino
según los que saben leer
en esas líneas
Son líneas de carne que son líneas de tiempo
Tu tiempo sudoroso
ahora fundido a mi tiempo largo y confuso
Tu carne contra la mía
leída por quienes saben ver en la claridad
el tiempo de los otros
El destino deshojándose
como un collar de vicarias
en las manos de una niña
que no sabe leer
el tiempo en su mano
Esa niña está muerta
Las vicarias son blancas
El tiempo deshojó en tus manos las vicarias
Tú eres esa niña deshojándose en el tiempo
Nuestros destinos ensartados por las manos del tiempo
El tiempo hace blancas líneas
en los pétalos de las vicarias
Las líneas de los pétalos se confunden
con las líneas del tiempo
cuando toco tu mano
[i] René Char: «El mundo en ramas», La Letra del Escriba, n. 151, La Habana, p. 7.
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