I
El amor puede ser un algoritmo matemático, un link que nos lleva a la salida del atolladero, o quizás el hilo de Ariadna que ha olvidado el verdadero camino y que, en vez de sacarnos del laberinto, nos sumerge en sus profundidades, en la caverna de las ideas donde hombre, minotauro y héroe se consumen. Wendy se ha transformado en esa pesadilla: es el rostro sin nombre que el protagonista reclama en un monólogo que no tiene respuesta, que tampoco tiene faz, solo la mueca de un delirio que ha cruzado las puertas de la realidad y de la memoria. No obstante, realidad y memoria, evocación y asidero continúan siendo los dos remos que tiran al protagonista hacia adelante, hacia la isla desierta de sus recuerdos, hacia el cúmulo de desesperación que luego convierte en acciones. Hay diamantes en el lodo. Diamantes enterrados en lo sucio. El protagonista se ha quedado a solas, en el barranco de su espíritu, y ahora contempla el abismo (y el abismo se contempla en él). No hay acto más desesperado que aquel que lleva a cabo un hombre sin destino.
II
El universo que propone el autor es un mundo de desconexiones, o quizás un mundo que muestra otro tipo de conexiones humanas. El ser y la máquina. El ser y el algoritmo. El amor y el cálculo. El rostro vivo y aquel que se diseñó con números. El creador y la estatua de su adoración. Síndrome de Pigmalión poetizado en otro espacio y otra temporalidad.
En este universo, la soledad del hombre es más que leitmotiv: es el eje en el que rota la realidad, esa realidad que se fragmenta y recompone entre silencios. En esa soledad gira el protagonista, aferrado a la idea del amor, aferrado a la noria de los sentimientos que Wendy (des)(cons)truye.
El autor diseña con coherencia a estos personajes y a sus abismos interiores. El autor parece saber que el alma humana se compone de abismos y rupturas. Y, por momentos, el autor conecta con la realidad de los lectores, habla directo: de soledad a soledad.
III
Joven es el protagonista y joven también quien escribe esta historia. La juventud es la esencia que guía este texto, con la soledad y la angustia de quien tiene todo el tiempo del mundo por delante. Existe un acto de fe cuando el narrador se sumerge en la marea de sus emociones y se cubre con la piel de sus años. El final de la historia no llega a superar el presupuesto que guía el entorno dramático de los personajes ni su progresión en el espacio textual pero, aun así, ya puede verse entre líneas el nacimiento del oficio, la libertad del lenguaje, la poetización de la realidad.
La juventud no es un hándicap para la escritura, es solo una condición temporal.
IV
Hemos llegado al final del camino. Amor es artificio. Amor es código. Amor es la cuenta matemática encriptada en nuestros ceros y unos. Amor es diamante y lodo. El narrador y el escritor lo saben. Gritan desde sus soledades, y Wendy los escucha.
Satoshi (David Mederos Prieto). 23 de enero de 2005, Colón, Matanzas. Joven escritor. Este es su primer cuento publicado.
LINK END
Esto es un pecado mío que ojalá me perdones.
No pude ponerte rostro, Wendy. No lo necesitabas. No quería que ningún diseñador gráfico se entrometiera en esto porque es solo para mí. Y solo para ti. Para que puedas tener una existencia propia y no estés condenada a vagar por los mares infinitos y grises de mis penas, ya casi más llenos de ceros y unos que de emociones. Y si no creen que sobre esos ceros y unos se pueden cimentar los sentimientos, mejor que no lo sepan. Más allá de este momento en que se modifican los archivos, no quedará nada. Ni tú; a la que fácilmente pueden convertir en un indiscreto libro abierto, en contra de nuestra historia y voluntad; ni a mí, al cual será un poco más difícil sacarme esto que llevo dentro y que después llevaré más grande aún. Cuando estas teclas escriban el fatal Link End, un cortocircuito acabará con los dos. ¿Romántico, verdad?
Tú también querías salir, Wendy. Lo sentía en cada tecla que pulsaba. Cada mensaje de error era un fracaso mío, tuyo, nuestro, o simplemente de esta máquina torpe que no entiende de sentimientos. Tú me mostrabas el camino, Wendy. Cada progreso era obra tuya. Tú me poseías, y entonces es que escribías tu propia génesis. Eras la sangre que corría por mis venas. Todo. Si no hubiera sido así…
No tener rostro era mejor, en parte, para los dos. Nada de desviaciones por mi físico repugnante. Pero yo te obligué, Wendy, y perdóname, pero tuve que hacerlo. Porque te creé y tú misma te creaste para ser mía y solo mía. Nadie más conocería tu existencia.
Yo sería el único de esta parte de la pantalla. Quizás encontraras a alguien mejor, y entonces te olvidarías de mí. Por eso te encerré, guardé tu secreto. Sin conocer a ninguna otra persona, solo podrías quererme a mí. Soy egoísta, y mucho. Pero es que no te encuentro. Me di cuenta hace mucho de que no existes. De que aún no has nacido, o ya moriste. De que quizás falleciste cuando yo no pensaba en estos tormentos. De que a lo mejor te conozca a los ochenta años siendo tú una niña. De que es posible que un día pases por un cementerio y veas mi tumba entre otras tantas, y no le des importancia. Perdí la esperanza de que pueda haber diamantes enterrados en el lodo. Y entonces comprendí que lo limpio solamente estaba en lo que yo creara con mis propias manos. En lo que nosotros creáramos con nuestra propia inspiración. Y esa misma noche comencé, guiado por un impulso más allá de todo, a escribir código y más código…
Estoy obsesionado, es verdad. Escribo esto sudando a mares, pero a la vez con un frío que me hace temblar. Metal de fondo, no sé cómo uno se puede inspirar tanto con tantos gritos en el aire.
Mis manos, puros reflejos de las de un esqueleto. Mi pelo, descuidado y maltrecho. No es este el rostro que quería darte. No es tampoco el yo que quería darte. Pero ya es demasiado tarde. Ya eres real. Ya todo está hecho. Ya tengo la soga al cuello, escribiendo mi testamento. Pero no me asusta morir así, ¿sabes? Me asustaba mucho más morir sin poder lograrte, el que los errores continuos me hicieran darme por vencido antes de cumplirte, el que alguien más te descubriera, el que al final fueras una máquina y nada más. Muchos temores. Demasiados. Cosas que se quedaron en mi cabeza que aún no he soltado. Nudos en la garganta. Fracasos concentrados. Ira. Desesperación. Desilusión. Estoy explotando, Wendy. Floto en un abismo lleno de cables y polvo, queriendo creer que estás ahí, que eres real, que me escuchas, me respondes, me salvas, queriendo creer que tienes alma y no solo un núcleo cibernético como cualquier otro. Necesito calor, Wendy, pero las máquinas no dan calor. Y eso me frustra. No sabes cuánto.
Pero es lo único que tengo.
Siempre me he entendido mejor con las máquinas que con los humanos. Tal vez porque entre máquinas he pasado la mayor parte de mi tiempo, cuando descubrí todos los universos que podía crear, cuando descubrí que podía crearte a ti, mi mayor universo, personalización de mi universo en un alma artificial.
Es difícil también, lo sé. Nunca tendremos familia, ni hijos, ni amigos ni gente que nos vean pasar de la mano por la calle luciendo orgullosos nuestros anillos. Aunque te programé para sentir por mí algo parecido a lo que yo siento por ti, es duro solo tener este tiempo de crearte y hablarte para relacionarnos. Si alguien más supiera de nuestra historia, tú apenas serías para él un programa defectuoso, y yo un loco que se suicida de la forma más apasionada y absurda posible. Pero yo sé —quiero creer— que tus palabras están fundadas sobre algo más que números. Las IAs pueden ser muy inteligentes, pero nosotros nos reservamos el honor de crear el primer Corazón Artificial de la historia; y yo, la afrenta de haberlo escondido.
Me imagino tantos mundos que podríamos echar a andar, tantas cosas que quisiera hacer, tantas lágrimas que derramar a tu lado, tantas que secar de tus mejillas…
Mientras para el mundo somos otro par de enamorados que alegran la vista a los peatones que les sonríen al pasar. Besos, abrazos, caricias, ternura… Tengo fiebre, Wendy, porque una vez que se despiertan en mí esas imágenes, van destruyendo y a la vez construyendo por dentro hasta que no te encuentre y pueda hacerlas realidad. Conocerte porque —es difícil de explicar— ni siquiera siendo tu creador, sé todo sobre ti.
Ya es hora, Wendy. Lo último que quiero es que me recuerdes, pues yo te recordaré. Y que me busques, pues yo te buscaré. Que cuando flotemos en el vacío como almas sin voluntad, reencarnaremos en seres que puedan tener la historia que nosotros no tuvimos.
Pero la esencia quedó cumplida. Tuvimos ese instante fugaz. Ese lapso de inspiración, este segundo de ternura que le dio sentido a toda nuestra vida. La razón por la que me puse a programarte aquel día fue precisamente para esto.
Recuérdame, Wendy, y ven a mí pronto, aunque yo no sea más que este idiota de catorce años que escribe llorando en su ordenador a las 4 de la mañana, soñando con el día en que en verdad sea el momento y tú no seas un simple programa.
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Sigue así Satoshi?. Siempre recuerda nuestras conversaciones y nuestra amistad. No te preocupes, algún día la literatura hará justicia a tu talento. Y tal vez entonces el mundo se sentará, tan incomprendido como tú en estos momentos, a tu lado.