Palabras del Presidente de la República de Cuba Miguel Díaz-Canel Bermúdez en el encuentro con los miembros del jurado del Premio Casa de Las Américas 2020, celebrado en el Palacio de la Revolución, el pasado 28 de enero.
Queridos amigos, sean muy bienvenidos a Cuba que resiste.
Rectifico: bienvenidos al Palacio de la Revolución de Cuba que resiste. Sé que llevan varios días en nuestro país y que han pasado sus intensas jornadas de lectura en la bella y culta Cienfuegos. Así que la bienvenida a Cuba, Abel y sus compañeros de Casa se la dieron antes.
Pero, además, para ser más exactos, después que se forma parte de un jurado de Casa, ya se pertenece a Casa, ya se es parte de la nación que algunos llaman «nuestroamericana», un gentilicio que se deriva de aquel magnífico ensayo «Nuestra América» de José Martí, a quien celebramos especialmente hoy por su cumpleaños 167.
Espero que Abel les haya contado ya sobre los festejos martianos de este año, convertidos en profundos actos de desagravio al Apóstol, a quienes los enemigos históricos de la nación cubana quisieron mancillar, nada menos que en vísperas del 1 de enero, que es el día de nuestra emancipación definitiva.
Por unos miserables dólares, de las millonarias cifras que el gobierno de EE.UU. emplea sólo para financiar la subversión, para pagar a sus mercenarios, gente de la peor calaña, ignorantes y sin principios, se prestaron para manchar unos cuantos bustos martianos de los incontables que hay en toda Cuba, lastimando el alma nacional tan profundamente, que sin ser lo que llamamos aniversario cerrado, este cumpleaños de Martí ha sido más extenso y profundo que nunca.
Y viendo y escuchando, con indignación, a los vulgares perpetradores del agravio, ratificamos una vez más el valor de la Cultura y de las Ideas. Aquello que reiteraba tanto Fidel de que «sin cultura no hay libertad posible» y de que «la cultura es lo primero que hay que salvar».
Eso viene, indudablemente de Martí, quien dejó escrito y cito: «La madre del decoro, la savia de la libertad, el mantenimiento de la República y el remedio de sus males es, sobre todo lo demás, la propagación de la cultura».
Por eso, otra vez, nuestros enemigos fracasaron. Al intentar lastimarnos, dividirnos, enfrentarnos, provocaron que la nación se uniera más en torno a uno de los símbolos más altos de nuestra cultura. Y de nuestra Revolución. Porque Martí es inseparable de la Revolución cubana.
Tan martiana es esta Revolución, que su Palacio está en la Plaza José Martí, donde tenemos su memorial y por donde desfilan todos los años más de un millón de cubanos, cada Primero de Mayo, ratificando el carácter popular de la Revolución «con los humildes, por los humildes y para los humildes», como diría Fidel, o como diría el propio Martí en sus versos «con los pobres de la Tierra».
Ustedes verán que hablo constantemente de Martí y de Fidel, pero no soy el único. El Maestro y su mejor discípulo marcaron las coordenadas de nuestro destino. Un destino elegido y respaldado masivamente, aun en los peores momentos de estos 60 años. Los dos le dieron preeminencia a la educación y la cultura como factores claves de la fortaleza de una nación.
Si algo explica nuestros 61 años de resistencia es en primer lugar la unidad, que fue la gran bandera de lucha de Martí y la obra triunfante de Fidel. Y la educación y la cultura como soporte de esa unidad, son los factores que la han convertido en infranqueable, inderrotable.
La Casa de las Américas es uno de los más importantes pilares del concepto nuestroamericano de la Revolución que, como muchos de ustedes han dicho más de una vez, es sobre todo, un proceso cultural.
Casa es un Premio, pero también una Casa en todo el sentido de la palabra. Ahora es un lugar histórico y entrañable para Cuba. Pero, según he leído, la construcción del edificio donde se aloja muy cerca del malecón habanero, está asociada a los proyectos hemisféricos de colonización cultural de nuestros pueblos, auspiciados por la OEA, el «ministerio de colonias», como la llamó Roa.
Fíjense qué cerca está de nuestra cancillería, que para entonces era Secretaría de Estado, imitando al imperio. Y cuando la Revolución transformó ese edificio en la Casa de las Américas fue la Casa de la libertad, de la soberanía, de la emancipación desde la cultura. Una de las primeras instituciones de la Cultura en la Revolución, junto al ICAIC y la Imprenta Nacional.
Todo eso ocurrió en el mismo 1959. Ese año NOS ESCAPAMOS DE LA MANADA. Nos salimos del redil. Y uno de los más hermosos actos de independencia cultural fue la Casa, que primero dirigió nuestra Yeyé, Haydeé Santamaría, una de las heroínas del Moncada. Una mujer sin altos estudios, pero de una sensibilidad tan elevada que todos los intelectuales y artistas de Nuestra América que se juntaron en la Casa, la respetaban, admiraban y querían.
Para mi generación, que nació con la Revolución, la Casa es como un templo de la cultura. Siendo estudiantes pasábamos por allí despacio y mirando ansiosamente sólo para ver salir a Mario Benedetti, Eduardo Galeano, Julio Cortázar, Silvio, Pablo, Mariano, Galich, Retamar, Matta, Mercedes Sosa, Chico Buarque, por decir sólo los más reconocidos y recordados, porque, la lista es larga, infinita. De ese espíritu nos alimentamos, no sólo en actos y conciertos, también enamorando, con los poemas y las canciones de amor a las muchachas.
Decía antes que escapamos de la manada, porque, por muchos años, los cubanos hemos sido la oveja negra de la región, según nos pinta el imperio impotente ante nuestros avances y nuestra resistencia.
Y estamos orgullosos de serlo, más orgullosos mientras más negra pintan a la oveja, porque en nuestro sentido de pertenencia a las Américas está Haití, la primera Revolución americana, ganada por negros de espíritu libre y que todavía pagan con su pobreza de siglos la osadía de negarse a ser esclava.
Y están nuestras hermanas islas del Caribe, que portan en su piel la distinción de los que levantaron naciones siendo esclavos y hoy muestran una digna y próspera comunidad de pueblos unidos en su maravillosa diversidad, comunidad que, por cierto, fue de las primeras del mundo en abrirle los brazos a Cuba, cuando Estados Unidos, vía OEA, dio la orden de echarnos fuera.
Hace poco, de visita en Argentina, me reuní con importantes intelectuales y artistas que siempre han estado cerca de la Revolución cubana y compartí con ellos algunas reflexiones que ahora quisiera retomar con ustedes:
Les comentaba mi impresión sobre los momentos complejos que vivimos, algunos de franco retroceso político y social, con el regreso de golpes de Estado y asesinatos políticos; dictaduras neoliberales; apogeo de ideas neofascistas; ensayo de nuevas tecnologías represivas y de contrainsurgencia.
Y como combustible de todo eso, los grandes medios que monopolizan y manipulan la información, demonizando y persiguiendo a los líderes de izquierda mediante procesos políticamente motivados.
Es un ataque en toda escala contra las ideas de avanzada.
Pero como dije en Buenos Aires, creo que no basta protestar, no basta elegir, no basta gobernar. Incluso no bastaría luchar con cualquier recurso por defender todo aquello que puede hacer mejor nuestro mundo.
Es imprescindible producir ideas que abran caminos, que devuelvan la espiritualidad al ser humano, ideas enaltecedoras. Todos debemos pensar, sembrar ideas y valores, mostrando el sendero de la justicia, de la verdad, la unidad y la honestidad a los pueblos.
Frente al avance de la barbarie sobre la civilización, tiene un significado universal aquella afirmación de Fidel, dicha en momentos críticos para Cuba, de que lo primero que había que salvar era la cultura.
Fue la cultura la que abrió puertas a Cuba en medio de la hostilidad imperial y el aislamiento a que fuimos sometidos. Ha sido la cultura la que nos ha defendido incluso dentro de Estados Unidos.
En una crisis como la actual, no solo para Cuba, sino para todos, es esencial salvar la cultura, la historia, las ideas.
Como expresó Fidel en uno de sus últimos encuentros con intelectuales, celebrado en 2011 en el marco de la Feria Internacional del Libro de La Habana, a «la humanidad hay que empezar a salvarla ya». Ustedes tienen un importante papel en esta batalla.
La Red en Defensa de la Humanidad, Telesur y otros proyectos culturales contrahegemónicos creados en los últimos años demuestran que si nos unimos en toda nuestra diversidad, hallamos los recursos, las formas y las fuerzas necesarias para enfrentar esta guerra de símbolos y vencerla.
Tenemos que ser auténticos y mostrar con orgullo quiénes somos para que se abran puertas y se favorezcan entendimientos que podrían parecer imposibles. Tenemos que ser solidarios para combatir el paradigma neoliberal y conservador y defender el derecho humano a la cultura.
A pesar de las durísimas limitaciones financieras que impone el bloqueo, de la persecución rabiosa a todo lo que puede sostener y mejorar nuestra economía, de las medidas draconianas que escalan por semana, nos proponemos seguir impulsando proyectos culturales contrahegemónicos, del que es una altísima expresión el Premio Casa de las Américas en todas sus manifestaciones.
Porque estamos convencidos de que el arte y la literatura hacen pensar y mueven a los pueblos.
Lo hacemos porque creemos que al preservar el diálogo, la identificación y la conciencia de los pueblos, construimos vasos comunicantes más perdurables que los de la política.
Queremos que nos acompañen en ese esfuerzo que haremos por mostrar la creación de nuestros pueblos latinoamericanos y caribeños, a la humanidad. Una creación de la que todos ustedes forman parte hace largos años.
Y ahora, permítanme darles una pequeña apreciación sobre la labor que han hecho ustedes aquí.
Pensando en lo mucho que ustedes tienen que leer en muy poco tiempo, recordé que en una de sus primeras entrevistas ante la televisión, en las primeras horas del triunfo revolucionario, cuando le preguntaron a Fidel qué es lo que más disfrutaría hacer ya terminada la guerra, respondió algo así como: «tomaría el vuelo más largo en América Latina, a Argentina, por ejemplo, y llenaría el avión de libros para pasarme todas esas horas leyendo».
¿Qué quiero significar? Que Fidel no pensó nunca en un paraíso occidental, en una diversión de las que todos los días nos venden las grandes transnacionales de la comunicación y el entretenimiento, cuando le hablaron de darse el reposo del guerrero.
Como ven, tanto él, como el Che, como toda la Generación histórica, desde el principio y hasta los días que corren, han pensado y actuado siempre afincados en la cultura y abrazando a Nuestra América.
Por mi parte, yo los envidio porque leer buena literatura, sean ensayos, cuentos, teatro… es realmente un ejercicio muy placentero y edificante. Claro, no es lo mismo elegir qué leer y darse el tiempo para disfrutarlo, que hacerlo con la prisa del tiempo y la responsabilidad de una valoración para un Premio como éste. Pero igual los envidio.
La vida de los revolucionarios cubanos, que tenemos la responsabilidad de dirigir el país, bajo permanente asedio, transcurre durante muchas horas revisando y leyendo papeles que no tienen nada de belleza literaria y sí mucho de desafíos para hacer que dos más dos sean cinco o diez. Multiplicar con ahorro y esfuerzo lo que otras sociedades, ricas y desiguales, dilapidan sin conciencia.
No importa. El profundo legado que nos han dejado nuestros próceres y nos comparten el General de Ejército Raúl Castro y sus compañeros que permanecen en tareas decisivas de la Revolución, es luchar, resistir, impulsar, crear. Y levantar la cultura tanto como se pueda. Y les aseguro que siempre encontramos el tiempo para disfrutar el placer de leer, ver, apreciar, la extraordinaria obra que ustedes van creando.
Muchas gracias.
Tomado de Cubadebate
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