El hecho de que al final de nuestras vidas literarias no lleguemos a ser recordados siquiera por un sólo poema (quiérase o no, si acaso, por uno solo de nuestros versos) puede que arroje hacia nuestros espíritus algo de desolación. O desaliento. Y es que no hay dos vidas. O lo que es decir: una segunda oportunidad.
Desembarazarse de los clásicos hasta donde sabemos no ha sido nunca una buena opción.
Ya el médico, poeta y narrador (también ensayista) Gottfried Benn nos había enviado lapidarias señales desde uno de sus buenos y más lúcidos instantes, «Problemas de la lírica»: «diez, veinte años de trabajo para lograr tres, cuatro, cinco poemas…» Esto, agregaríamos nosotros, si acaso. Benn sabe decirlo y diz que lo dice mejor. Observen:
[…]nadie, incluso entre los grandes poetas líricos de nuestro tiempo, ha dejado más de seis u ocho poemas perfectos, los demás pueden ser interesantes desde la perspectiva biográfica y evolutiva del autor, pero apacibles en sí mismos, radiantes con luz propia, plenos de una fascinación duradera solamente hay unos pocos, entonces en torno a esta media docena de poemas los treinta, cincuenta años de ascesis, de sufrimiento, de lucha.
La poeta que fue Amy Lowell (no está ya entre nosotros, obvio es decirlo) enmarca o suelen enmarcarla los estudiosos dentro del primer movimiento Imaginista cuyas reglas fueron dictadas no por uno de los suyos (un norteamericano: Ezra Pound) sino por otro allende los mares (un inglés) dado en llamarse Stephen Spender. No era para menos. Eran tiempos en que los poetas de ambas orillas solían cruzarse entre ellos pero más que en cafés, puede que en librerías, y hasta en calles londinenses. Revistas en ocasiones. Maneras de encontrar criterios sobre cómo leer y renovar la tradición, tal como ya habíamos apuntado, de un lado al otro de la una y otra orilla.
Puede preguntarse por qué siendo la poesía tan poco necesaria en el mundo ocupe tan elevado lugar en las bellas artes. Lo mismo puede decirse de la música. La poesía es la música del alma, sobre todo la de las almas grandes y sensibles. Uno de los méritos de la poesía, por todos reconocido, es que dice más que la prosa y con menos palabras.
¿Palabras de Voltaire? Muy bien, entonces, santa palabra.
Habría que preguntarse hoy por qué unos encuentran que el mérito de la poesía está en revertir tales dones. Me explico. En utilizar más palabras para decir con todo ello mucho menos que la prosa. El poema que sigue puede que encuentre líneas de contacto en la expresión de Bashô (Zen mediante) que Yanusari Kawabata (Premio Nobel 1968) nos hiciera recordar. Y Bashô dijo: «Cuando se retira algo de la mesa del escritor esto se convierte en basura».
Un artista
El anacoreta, Kisen, escribió mil poemas y arrojó novecientos noventa y nueve en el río considerando sólo uno digno de preservarse.
Selección de poemas de Amy Lowell
Plantas marinas
Fría cae la luna sobre la arena de las dunas
y las algas ondean y fulguran;
el tenue ritmo de mi reloj dice
que son ya las doce y cuarto;
y no oigo nada todavía
salvo los golpes del viento sobre el mar.
La mujer del pescador
Cuando estoy sola
el viento en los pinos
es como el rasgueo de las olas
en los costados de madera de una barca.
Tarde helada
No es la brillante luz en tu ventana
lo que deslumbra mis ojos;
es el oscuro contorno de tu sombra
moviéndose en el shôji.
Resplandor
Peonías.
El extraño color rosa de las porcelanas chinas;
maravilloso, su brillo.
Pero, Querido, es el azul pálido de la espuela de
caballero
el que se balancea con fuerza sobre mi corazón.
Otros veranos.
Y un brillo chirriando en la hierba.
El jardín del emperador
Una vez, en el sofocante calor de pleno verano, un Emperador hizo que las montañas en miniatura de su jardín fueran cubiertas con seda blanca, así coronadas, parecían refrescar sus ojos con el resplandor de la nieve.
Circunstancia
Sobre las hojas de arce
relumbra rojo el rocío,
pero sobre las flores de loto
tiene la clara transparencia de las lágrimas.
***
De El jardín de Sevenels. Traducción: Marta Porpetta. Ediciones Torremozas, Madrid
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