Desplazamiento al margen. La luz de nieve que del cielo baja, de la poeta, ensayista e investigadora Caridad Atencio (La Habana 1963), fue publicado por la Editorial Extramuros en 2018. Este es un poemario acerca de la existencia en su devenir, del porqué y el cómo, pero de una pugna que subyace en toda relación humana. La autora ofrece un mundo íntimo tomando como hogar el cuestionamiento permanente, la contradicción y abre caminos al lector a través de una filosofía de lo poseído, de los caminos andados y por andar.
I
Dicen las almas penetrantes que soy el horcón de la casa. Quien más sensible a su desesperación soporta los desplantes inconscientes del hijo o los irracionales del padre y el marido. El horcón, que se quiebra en las puntas para abrirse, y aún sostener en hilacha, pero imbatible el centro. El tronco inocente y ancestral donde alcanzo los restos de la noche. Miedo a morir de parto. Cambiar para salvarse: ¿salvarse ya? El espacio es comprimido. En mi endeblez soy el auxilio del desequilibrado. Por qué acostumbrar al ser al tímido descanso de la continuidad. Ignoran el lastre del brocado, la intuición de la herida. Fugacidad de la colmena. La obstinación social. Imponerse el desgaste. Te disloca y retiene el mismo absurdo. La estrechez ha venido de no sentir el fondo. Los que llaman «realistas» son los culpables de la mayor ficción: la vida como treta o ignorancia. La infinitud del deseo en la vanidad del mito. Me propinan un golpe, me enseñan la cuchilla. Bebo sangre y muerdo las vísceras del pájaro.
II
Pedía cosas simples: no enturbiar el futuro con historias inesperadas. De todo, de todo ahora puede surgir lo extraño. Tengo los ojos y una memoria para padecer. Viendo a través de mí tocaba algo cortante o cómo me enveneno con mi aire. No percibía que, aunque la carne se entrega a su propio vértigo, había corrido hacia el bosque y nada más.
Para Maia Barreda
III
El precio de ser cruel. ¿Por qué tu cuerpo sufre, se queda ahí estático, sin destrucción abrupta? Soportar el peso de su mundo, virarlo de cabeza. Si todos los caminos conducen al silencio. El collar estrenaba las grietas de mi carne. Cómo gozaba el párpado en el hielo pudriéndose. Me queda la cabeza como un sol. Los fragmentos se unen en mí con su propia música. ¿Florecerá la boca como una herida? El dolor reinstaura el poder de la forma. Conservar una forma que se crea. Una sensibilidad seca. Dentro de ti tus raíces se quiebran como cuerdas. Te poseían todo: cuerpo y alma. No tolera de mí la moldura imperfecta. Es cruel cuando no ve de mí el sacrificio. No hay nada más terrible que un ojo. Esos horcones han crecido con mi sangre, bordados mis defectos sobre su indiferencia. Una sensibilidad seca, donde se cruzan una vez lo imposible y lo inevitable.
IV
Haz un retrato de tu vida para mí. Para afuera no. Para adentro. Solo buscaba un cuerpo sometido hasta los huesos o que colgara con mucha resistencia. Soy para ti algo hallado. Eso me mancha los vestidos. Como un hacha en la carne tengo que estar clavada en ti. Déjame tener mi enemigo en el agua roja de tu cuarto oscuro. Qué fortaleces. Restos de urnas. Premuras del afán solitario. El cuerpo que intentaba traspasar el embudo en él se convirtió. No poder elegir o haberlo hecho por una sola vez la vibración de todo. Qué fortaleces. Restos de urnas. Tú, no vendido por mí, soporta la extinción de la pena.
V
Me curo con la piedra. El miedo es una piedra o es mi cuerpo. Te entregaste a la canal de zinc caliente y nadie lo notó. Hay cuerpos que envían una sola señal. Qué sé yo de la noche. Una comparación excava para mí. La rendición de un sueño «en busca de unos fines de verdadero espanto». Qué tiene más peso sobre ti, el tiempo o el espacio. Todo se llevará algo. De momento la vida parece un gran local por el que deambulamos con el negro necesario para la imaginación. Si respiro, cruje mi envoltura. Me acuerdo de los muertos fascinada o describo el giro del columpio contra el miedo. Con el falso salobre de mi traje y la mancha de sangre que borraron. La hendidura la unimos con bárbaros cordones y puntas afiladas que rodean al cuerpo y a veces lo zahieren, formando en el mío un cuerpo paralelo que lo apresa, que lo asusta. Me sostengo en mí misma. Eso lo borra todo. La cola blanca de mi vestido se desarma a mi paso y a la vez carga con lo que ha arrasado. Me sobrepongo porque no me puedo sobreponer. Mi vida la enderezo con un látigo, otra tensión, otra tranquilidad, Si devuelvo la distancia que acorto, si me levanto y corto algo de mí. He llegado a esta hora arrastrando mi cuerpo por todos los momentos. Sirvo la sangre herida sin huella material. La historia que me arranco, ¿Cómo la tomarás? Si ya se ha impuesto el agua que yo he unido. Surge la madre que retiene por siempre A su hijo en el vientre. Y decide vivir, mientras se ahoga.
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Sobre la autora
Caridad Atencio (La Habana, 1963). Poeta, ensayista e investigadora. Es autora, entre otros, de los poemarios Los poemas desnudos, 1995; Los viles aislamientos, 1996; Umbrías, 1999; Salinas para el potro, 2001; La sucesión, 2004 y El libro de los sentidos, Premio de la Crítica Literaria, 2010. Entre los libros de ensayo se encuentran Recepción de Versos sencillos: poesía del metatexto, 2000; La saga crítica de Ismaelillo, 2008 y José Martí y Lezama Lima: la poesía como vaso comunicante, 2015. La autora es miembro del Consejo Científico del Centro de Estudios Martianos; ha recibido premios varios premios en ensayo y poesía y es merecedora de la Distinción por la Cultura Nacional.
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Poemas tomados de
Caridad Atencio: Desplazamiento al margen, Editorial Extramuros, 2018.
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Ver artículo anterior de la serie
Diciembre poético: Del diario de Eva y otras prehistorias, de Yanelys Encinosa
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