Según Leymen Pérez:
La guagua de Babel es un libro de connotada dramaturgia compositiva donde el sujeto lírico dialoga con personalidades de la historia y el campo cultural, como Trotsky, Stalin, Breton, Reinaldo Arenas, Wittgenstein, Diderot, entre otros, mediante una perspectiva filosófica y cuestionadora de nuestra realidad.
Este indagador volumen resulta una novela poética y un viaje ontológico que se desplaza por varios escenarios y épocas para develar las grandezas y las miserias de la humanidad, a partir de una alta concentración y fuerza expresiva.
El autor, Carlos Esquivel Guerra (Elia, Las Tunas, 1968) es poeta, narrador y ensayista. Entre sus libros publicados se encuentran: Perros ladrándole a Dios (1999, Premio a la Mejor Ópera Prima del año en Cuba); Tren de Oriente (México, 2001); Los animales del cuerpo (2001); Los hijos del Kamikaze (2008); Once (2014); Dos novelistas infieles (Alemania, 2021), Los amantes de la niña lobo (2022), entre otros.
I
Esta es la novela de las ningunas cosas, de los ningunos viajes. Estoy aquí, que es sitio simulado para despedirme. Voy donde las mesas tengan cuerpos inoportunos, como de marcha. Toda tristeza debe ser reducible a un carruaje empujado cañada abajo. Voy por ofrendas. Quizás porque desconozco cualquier viaje. Como un contrabandista de cosas insulsas, de vidas inútiles.
II
Viajo porque no puedo despertar lejos de mí. Muero durante horas y soy usado en el irritante sueño de otro. Todos pasamos por situaciones así. Tal vez intente creer lo opuesto. A lo mejor me conviene. O le conviene a todo ser interior. En eso sí somos semejantes y en cómo sabemos a la derrota el punto inicial de todo viaje.
LV
Me perdí y nunca quise regresar y escuché el sonido de los poetas salvajes que abandonaban islas parecidas y le pedí un nombre al insoluble para cambiar mi nombre y me montó en un cohete lleno de tipos como yo y vi todo lo que debía ver y más tarde regresé a casa y nadie me recibió y quizás ya no estaba la casa o yo nunca habría vivido allí.
LVI
Dos días en el fin del mundo, el primero para convencerme de que comía como un glotón sacado de una peli de Greenaway, que yo dependía de huéspedes más existenciales, una anciana judía que llegaba de una aldea polaca de la segunda guerra, y un pastor anglicano que me esbozaba como a uno de los descarriados funestos (y lo era, para merecer acontecimientos que se pegarían a mí). Al segundo día vino mi abuelo a buscarme. Él contaba dinero de muchos países y pretendía siguiese su rumbo. Mis pretensiones iban por otro lado. Escribir cuatro mil páginas y amanecer en el mismo sitio, reírme de los bribones (o ser uno de ellos), y comenzar a morirme tan lentamente como desde el primer día.
LXXV
Por supuesto los caníbales solo tragan europeos. Vi explotar la hucha con euros impresos por mi padre en una fábrica de cosas que parecían de verdad, un batman que no se salvaba, una carta al editor de Hejda, unos deseos de irnos a Canadá, reemplazados por los deseos de irnos a cualquier sitio.
LXXXIV
Se lo digo a A.R Ammons: La forma más fácil, y rápida, de ignorar al mundo es esperar a que otro lo haga por ti.
LXXXV
El más irlandés de los caminos de Shelley no nos lleva a otra parte que no sea tu casa. Al menos que se expliquen mejor los excesos. No tienes casa. Te llamas Shelley. Irlanda no existe. De cualquier modo, siempre los caminos nos llevan donde no queremos ir.
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