Con La violencia de las horas, de Sergio García Zamora, el lector es convocado a un viaje que culmina en el esperanzador hallazgo del sentido de la vida como espacio de plenitud y frugalidad. En el texto se disfruta una poesía desnuda, transparente y precisa que indaga en lo ético y en lo humano en igualdad de proporciones. En la edición de 2012 del Premio Milanés integraron el jurado Lourdes González Herrero, Laura Ruiz y Edelmis Anoceto.
Estructurado en tres partes y con poco más de 40 páginas, el poemario es una lectura que recomendamos desde Cubaliteraria.
La violencia de las horas
«La violencia de las horas»
Vienen sobre ti las horas,
la violencia unánime de las horas;
ponen bajo tu cuello la navaja, bajo tu sexo
la bayoneta calada para sacarte en vilo
hacia los cuarteles del día, los cuarteles del alba.
Ciertos grabados medievales pretenden ilustrar
su paso con un carro de heno, con jornadas
de la siega,
y monjes velando en sus claustros.
Pero nada saben de la ojera del recluta
ni del garfio que hunden a mediodía en el cuerpo
húmedo,
cuando se echan a la sombra de la gente que espera
un cambio sustancial, un cambio definitivo.
Las horas gustan de comer tus ojos como el cuervo
Y del café a media tarde en algunas embajadas.
Óyeme ahora antes de que la noche llegue.
En la página sin completar sacarán el punzón,
te mantendrán a raya, te anudarán
una piedra de molino para lanzarte al sueño,
hasta que mañana ellas vuelvan
golpeando sobre ti.
«Vida del amigo»
Intentas discernir entre lo oscuro
con la inmovilidad del ciervo
cuyo oído es encantado por la muerte.
Vives prometiéndote el éxtasis,
la plenitud sin orillas,
en esta ciudad donde has amado
y es un erial, un sinuoso erial
donde el cuervo cobra ventaja.
Después de los amigos, idos o muertos,
no has encontrado un justo,
un anclaje de tu sombra y otra sombra.
Escribes de Samaria y Jerusalén
que debieron ser espléndidas,
pero se marchitaron
sitiadas por el hambre;
ciudades donde intentabas discernir
ciertos actos, cierta entraña
de Dios y de los hombres.
Ahora lo sabes y lo sé.
Escribes desde la turbación,
escribes con una espada sobre ti.
Ejercicios de consolación
«Antes de acostarnos»
Hablábamos del cosmos, de la vida posible, de la imposible vida. Como los hombres medievales suponíamos un orden: pensamiento inservible cuando mañana nos consideren hombres medievales. Escribí versos para ti, dibujé constelaciones para asombrarte, cartas astrales capaces de justificarlo todo, incluso la crisis, la borrasca donde estamos. Mallarmé advertía sobre las leyes del universo como las leyes que rigen el poema. Esto hice contigo, procurando fe. Me hablabas de ordenar un poco, de establecer jerarquía entre las cosas, entre los deseos que han sido nuestra vida posible, nuestra imposible vida.
«Ejercicios de consolación»
En los taxis de ocasión antiguos compañeros me preguntan por el hijo que no he tenido, que no tendré mientras dure esta ruina. En la casa prestada por amigos, casa en venta con tres gatos suntuosos que dejaron, me preguntas y me pregunto si algún día tendremos una casa. Aunque has rogado a la Virgen de Loreto con mayor o menor intensidad, no debieras confiar enteramente nuestra vida a los milagros ni a la buena intención de ciertas leyes. Gente con más suerte ya lo hizo y tampoco lograron progresar. Por lo pronto algún consuelo existe cuando los amigos nos dicen a diario que somos jóvenes todavía, muy jóvenes en verdad.
Hallazgos de la vida
«Los signos del agua»
Algunas casas, más bien las pobres casas
del barrio La Marina, aún persisten
gracias a la restauración.
En el cuarto que por allí alquilamos,
tan próximo al mar y a la ruina,
ciertas marcas en las paredes indicaban,
según creí suponer entonces,
el crecimiento de los hijos.
Pensé en el hombre dibujando en la caverna
manos y flecheros y bisontes
a los que otro hombre después
atribuye un sentido.
Eso creí, amor, mientras revelaba para ti
la señal de los amantes
que fueron nuestra prehistoria.
Pero tu práctico saber,
que nunca ha dejado de salvarme,
definió aquellas muecas en la pared
como el tope de las inundaciones,
un signo para alertarnos
en los días de borrasca.
***
Sobre el autor
Sergio García Zamora (Esperanza, Villa Clara, 1986). Licenciado en Letras. Ha publicado los títulos: Autorretrato sin abejas (Ediciones Sed de Belleza, 2003; Tiempo de siega (Ediciones Ávila, 2010); El afilador de tijeras (Ediciones Sed de Belleza, 2010); Poda (Editorial Abril, 2011); Día Mambí (Ediciones Vigía, 2012). Ha obtenido los premios: Poesía de Primavera (2009); Calendario (2010) y Emilio Ballagas (2012). Poemas suyos aparecen en revistas de Honduras, Puerto Rico y México. Actualmente Sergio García Zamora vive en España.
Visitas: 25
Deja un comentario