Lo que es poesía, depende no sólo del concepto que cada poeta forje, sino también de la diversidad de la capacidad perceptiva y del don expresivo. Por ello habrá que buscar el modo de ser tolerante con lo que otros piensan que sea la poesía y a partir de lo cual escriben la suya, según la enorme variedad de contenidos y de formas que tienen a su disposición. Si algo definitivo podrá ser la poesía, no será la negación de la diversidad. Sería una locura —sin elogio erasmista que la salve— obligarnos a escribir o leer un solo tipo de poesía: la que le guste o sirva mejor a un Estado, grupo social o persona. Los excesos de ancilaridad o de inmanencia serán siempre demasías, pues no existe la poesía o el estado celestial (o terrenal) monopoético. Poesía será a la vez misterio y develación del misterio; sombra y luz, sin que por ello definamos ya para siempre a la poesía.
Para dejar su definición en la bruma, Gustavo Adolfo Bécquer la nominó rotundamente: «Poesía eres tú». Un siglo después, el cubano Nicolás Guillén se cuestionaba: «Y tú ¿quién eres? / ¿Quién eres tú?». Fracasaremos en hallar la respuesta definitiva, no porque la poesía sea cosa, sustancia o entelequia incognoscible, sino porque quizás nunca, con gran suerte, nos llegaremos a poner de acuerdo para fijar una definición absoluta, totalizadora, que cubra todas las expectativas, todas las maneras de percibirla o de escribirla, todos los modos de gustar de ella. Y en verdad, ¿haría falta tal definición irrevocable?, ¿será necesario llegar a un acuerdo internacional sobre lo que es o no poesía?
Por el momento, sabemos que no es una unidad de medida, ni un precio, pero sí una «ganancia». Ella cuenta con sus sistemas de valoración (y de evaluación) y no resulta mesurable en cantidades o calidades definibles en unidades. Esto quizás defraude a algunas personas. El exceso de racionalismo suele «matarla» y los subidos tonos «irracionales», también. Sin embargo, podemos saber cuándo un poema contiene o no o más poesía, o es más alto, más largo, más profundo que otro poema. Podemos saber cuándo un hecho poético se convierte en obra literaria plena de literaturidad, cuándo es en verdad un acontecimiento original o una reiteración más o menos sagaz; podemos distinguir «las voces de los ecos», como expresó Antonio Machado. Y hasta decir cuándo un poema es «bueno» o «malo» y por qué, aunque la subjetividad introduzca su saco de discusiones por medio. La poesía participa del misterio esencial de la vida en el cosmos; ese misterio no es incognoscible y quizás su develamiento gradual y multifacético (seguramente infinito), forma parte de la esencia de lo que sea poesía.
Para saber si siempre habrá poesía (como también afirmó Bécquer) o si ella desaparecerá cuando ya no haya misterio que develar (o sea, jamás), será preciso aguardar al momento propicio; otra cosa son los géneros literarios, o los géneros artísticos en general, que pueden sufrir procesos de transformación; será mejor no fijar a la poesía como un solo asunto genérico, como ya venía haciéndose desde la misma antigüedad, cuando no existían las actuales divisiones genéricas. Por ahora, vale recordar con Antonio Machado, que para la poesía «hoy es siempre todavía».
Para hallar su plenitud, el poeta requiere talento, imaginación, oficio de escritor que es decir dominio de su idioma y capacidad para expresarlo; el entrenamiento de lo intuitivo, si ello es posible, acrecerá la «inspiración», que también se enriquece mediante la cultura acopiada durante la vida previa al acto poético, o, mejor, a su escritura y al trabajo y la constancia del poeta en su arte.
Lezama recomendaba poseer «cultura para la poesía». La obra es resultado del don, algo más intenso que el talento y que la inteligencia, pues consiste en la disposición o gracia natural para la expresión poética que puede educarse, pero no adquirirse o enseñarse. Se puede llegar a ser un escritor inteligente, aunque no se sea muy talentoso (capacidad intelectual, ingenio); pero el poeta consumado reúne la inteligencia con el talento y añade el don (el «ángel» o el «duende», como llaman algunos a esa disposición subjetiva especial que tal vez provenga de la antigua sympatheia).
Hay personas inteligentes que versifican bien; otras que alcanzar a expresarse con belleza y distinción estilística a causa de su talento y de su cultura. Pero el poeta «fatal», como lo calificaba Juan Ramón Jiménez, es aquel que necesita expresarse mediante versos (o líneas versales libres o prosa lírica) y que posee el don de que esa expresión sea poesía, por ser un artista de la palabra. El talento suele responder más al «espíritu de época», en tanto el don es universal; según sea plurisémica y esencialmente humana la obra que se logre con ese don, alcanzará mayor o menor vigencia temporal.
La poesía también es arte signado por las coordenadas de espacio y tiempo en que el poeta la concibe. Él no es un ser diferenciado, monstruo o ángel atemporales, sino que cumple su sensibilidad especializada mediante una gradual cultura para la poesía; su información física o metafísica, científica o esotérica debe tener finalidad: enriquecer su imaginación y campo referencial, para que aumente su capacidad de relacionar, tropologizar e innovar su lenguaje. Las flechas que lanza en el espacio y en el tiempo, tendrán la connotación de Ulises buscando la identidad; o las que recibió san Sebastián, como símbolo del dolor humano; o la que también lanzó Guillermo Tell en su lucha por la libertad. Identidad, dolor y libertad están en el entramado fundamental de la poesía. Uno de los objetivos del poeta, puede ser, tal vez, «cambiar la vida», como pedía Arthur Rimbaud, y contribuir desde la poesía a lo que José Martí llamó «el mejoramiento humano». Si ello fuera admisible para todos, entonces lograríamos concordar en que el poeta es un ser con misión, y que la suya no es menor que las de otros miembros creativos de la sociedad.
Aun poseyendo inteligencia, talento y don, el poeta necesita refinar su sensibilidad, aguzar su percepción estética del mundo. Él es un ser sensible especializado y precisa que esa percepción tenga a su servicio una cultura sólida, según su propia y peculiar necesidad expresiva. La cultura aumenta el don, el talento y la inteligencia, o los pone en disposición adecuada para lograr una obra que se inscriba en una tradición o que la inaugure, por su capacidad de hallar lo nuevo o la manera nueva de expresar lo universal.
El poeta alcanza la aprehensión estética (no la científica, práctico-técnica o religiosa) de la realidad, y desde ella escribe, crea, imita, recuerda, conoce, sirve o se comunica, o deja que su obra adquiera una autonomía hermética o introspectiva. En la realidad, los tipos de inteligencias que implican las aprehensiones práctica, científica, estética o religiosa, suelen tener varios factores comunes, uno de ellos será la imaginación, la capacidad de hallar respuestas al reto que le impone la materia con que trabaja el hombre de ciencias, el político, empresario, ingeniero, comerciante… y el artista.
Dentro de la aprehensión estética, quizás el poeta sólo pueda traducir, recrear, sintetizar y expresar la realidad por medio de lo emotivo (aprehensión emocional), lo sensorial (aprehensión sensitiva, sensual), y lo intelectivo (aprehensión intelectual, reflexiva). La red del asunto poético es extensa y dable a la reflexión, pero la poesía misma es plural como la vida, y como género literario tiende a expresar la enorme diversidad de la vida y de la materia en el universo. La poesía es siempre un reto, como lo es la vida.
Visitas: 150
Deja un comentario